Revista Cultura y Ocio

Mallorca (8)

Publicado el 26 julio 2013 por Javier Ruiz Fernández @jaruiz_

Historia de una ida y una vuelta (I)

A escasos meses de recoger el hatillo (otra vez), me viene a la mente cómo J.R.R. Tolkien obligaba a uno de sus hobbits a empuñar pluma y tintero frente a un puñado de hojas donde narrar aquella obra autobiográfica que relataba su viaje hacia el Este y su retorno al Oeste.

Sa Calobra

Carretera de sa Calobra (Escorca).

Cuando preparábamos las (decenas, o cientos) de cajas que teníamos que enviar desde la península hasta Mallorca, jugueteaba con la idea de cómo sería mi vida diaria en la ínsula. Al principio, imaginaba que al pie de la Sierra de Tramontana habría centenares de caminos por los que perderse, paseando a la sombra de olivos centenarios, lejos de los miles de ojos que suelen mirar hacia cualquiera con ese lógico desinterés ciudadano; fantaseaba con pasear por el pueblo, saludando a todo el mundo con la confianza que otorga la constancia y, por qué no, recluirme días enteros al margen del mundo exterior.

A la semana de instalarnos, me quedó claro que la imagen que el mundo tiene de esta isla —aunque se intenta combatir, pues armas no faltan— , es la de una rosquilla gigante y finísima rodeada de agua, lo que hace un flaco favor a todos los parajes de montaña y plano que no tienen nada que envidiar a la costa. Además, se equivocan, porque Mallorca es más como un gran queso gruyere que se extiende alrededor de 3.600 kilómetros cuadrados. En otras palabras, no es tan pequeña, razón por la que  se la llamó Maiorica, es decir, isla mayor, aunque cabe destacar que tampoco hay nada demasiado apartado.

Patos en Sóller

Bandada de patos, en Sóller.

Yo caí aquí porque pude, porque pude y porque mi chica se sentía rural y estaba cansada de las prisas, las malas caras y el estrés de Barcelona. Por lo que, como no somos gente de medias tintas, recogimos la pasta y todo lo que pudimos, vendimos muebles y, finalmente, decidimos venirnos un tiempo a la isla que la vio nacer. Para rematar, sus padres nos ofrecieron la posibilidad de vivir en su casa de verano, a unos 35 km de Palma, y hartos de pagar alquileres del copón —y un poco a dos velas, también— nos vino como caído del cielo. Así, hace hoy un año y un día, nos instalamos aquí y, poco a poco, empezamos a reconstruir nuestras vidas, empezando por la distribución que daríamos a nuestro nuevo hogar, los muebles que podíamos comprar y todo lo demás.

Los primeros meses de vida en Mallorca, decidí dedicar algunas entradas de blog a escribir sobre lo que hacíamos y deshacíamos pero, como tantos otros buenos deseos, no prosperó demasiado. Al principio, consideré que el error era no tener el tiempo o el ánimo para escribir sobre lo que acontecía por este lado del mundo pero, ahora, creo que más bien fue la posibilidad de elegir entre vivir esos nuevos momentos o escribir sobre ellos.

Si alguien  lee esto, dirá: “Podías haber hecho las dos cosas.” Y es cierto, pero siempre he preferido interiorizar la experiencia y dar rienda suelta a la ficción.

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