Malo de realidad
Llego del trabajo y, apenas sin tiempo de sacarme los calcetines, empiezo a hundirme en el sillón. Pareciera que la realidad que sigue vomitando la televisión me aplasta, me sepulta, en el espacio este del descanso tras la vorágine de las ocho horas que son doce. Otra vez periodo preelectoral, otra vez las dudas, las incertidumbres. Y la gente acojonada porque Pablo Iglesias ‘el nuevo‘ nos va a traer el espíritu de Chávez o yo qué sé. Intento levantar un poco la espalda y qué va, un coreano le ha dado una cuchillada, a sangre fría y con toda la mala leche del mundo, a un embajador gringo; y los diputados brasileños se han hartado a gritar porque ya ni en los hemiciclos el diálogo funciona. En los colegios están preocupados porque los móviles han sustituido a los libros, y los chicos ya no leen sino chatean, y los grandes también. Respiro profundo, y miro el móvil, y me cago en todo porque pienso que yo tampoco estoy leyendo, ahora mismo, sino pasando estúpidas páginas de redes sociales. En la mesilla tengo tres libros, y se me antoja que están lejos, muy lejos.
No me puedo mover del sillón. Creo que estoy malo… de realidad.