Por Francisc Lozano*
De Humberto de la Calle y de Sergio Fajardo y sus seguidores diré que les admiro profundamente por su decisión inaplazable de la búsqueda de un país inclusivo y que halle en la diversidad, en la educación, en la democracia, en la salud y en las nuevas economías la prosperidad intelectual, ambiental y económica que tanto le han negado por siglos quienes hoy ofrecen, una vez más y sin asomo de vergüenza, resolver los problemas que su forma de gobernar y corromper al país han creado.
Humberto de la Calley Sergio Fajardo. Imagen de Semana
De Humberto de la Calle y de Sergio Fajardo y sus seguidores diré que les admiro profundamente por su decisión inaplazable de la búsqueda de un país inclusivo y que halle en la diversidad, en la educación, en la democracia, en la salud y en las nuevas economías la prosperidad intelectual, ambiental y económica que tanto le han negado por siglos quienes hoy ofrecen, una vez más y sin asomo de vergüenza, resolver los problemas que su forma de gobernar y corromper al país han creado.
Creo firmemente en la democracia y sus instrumentos, y creo profundamente en la capacidad de decidir por quién votar, por quién no hacerlo, e incluso no hacerlo, si se considera inconveniente. Creo también en la potencialidad que tiene el voto en blanco para dar golpes de opinión y exigir cambios, pero sólo si de verdad gana. Y sólo puede ganar con la mayoría absoluta (50% de los votos más 1) en primera vuelta, como cualquier otro candidato. O sea, si el 97% del censo electoral votara el domingo 17 de junio en blanco, de todas maneras, el ganador saldrá de quien obtenga más votos entre los dos candidatos. Hace 4 años escribí un artículoexplicando por qué el voto en blanco no es una panacea, y más bien termina ayudándole a quien lleve la delantera a ganar las elecciones o a quien cuente con la corrupción a su favor y limitando el acceso de proyectos políticos independientes a la política. Porque los votantes en blanco son, principalmente, personas que representan una parte del voto de opinión (el voto libre de maquinarias y compras), el voto que siempre trata de elegir lo mejor para el país, y, al no escoger la mejor opción democrática, colabora par que quien tiene amarrados los votos legal o ilegalmente (Duque), termine imponiéndose.
Por esa razón, De la Calle, a quien le escribí cariñosamente esta columna, y Fajardo me han causado decepción, no porque no puedan votar en blanco ni porque votar en blanco sea un crimen, cualquiera lo puede y lo debe hacer, si considera que es la mejor opción, sino porque cuando se esperaba más de ellos y su compromiso con la paz real, decidieron poner sus opiniones e intereses personales por encima del bien supremo de la paz.
Aún queda tiempo para que se pronuncien a favor de la opción que representa mayoritariamente sus propuestas, pero su indecisión puede terminar pasándonos factura a todos. El mismo Humberto decía, hace unas semanas, que en la primera vuelta “se esperaque uno vote por el que le gusta…” y que eso se hace por reflexión, y que en la segunda vuelta “la sociedad se divide en dos y genera uno u otro camino para Colombia”. Pues bien, con su decisión y la de Fajardo, están incumpliendo con su compromiso de defender la paz y están ayudando a que Duque, Uribe, Pastrana, Ordóñez, Gaviria, Vargas Lleras, Viviane Morales, Marta Lucía, José Obdulio, Fernando Londoño, Andrés Felipe Arias, “La Gata”, Roy Barreras, Armando Benedetti, María Fernanda Cabal, Paloma Valencia, Samuel Hoyos, Oswaldo Ortiz y los demás coequiperos de Duque tengan acceso al poder no sólo de la Presidencia, sino del Congreso y, probablemente, de las cortes. Las consecuencias de eludir el compromiso con la paz y el pragmatismo pueden ser gravísimas e irreversibles.
Afortunadamente, otros liberales y miembros de la Coalición Colombia, como Claudia López, Antonio Navarro y Antanas Mockus, decidieron apoyar a Petro, pero el daño que hacen las decisiones expresadas en público por parte de Fajardo y De la Calle no será fácil de sanar.
Sergio y Humberto terminaron siendo como quien predica, pero no aplica. Algo así como unos malos profesores que su timorata decisión terminaron arrastrando hacia la indecisión y la zozobra a varios estudiantes. Es responsabilidad de esos estudiantes no seguir el trayecto que tomaron sus profesores y comprometerse con el presente y el futuro del país. Es su obligación moral aggarse del pragmatismo político y comprometerse con la paz.
Hoy, como hace cuatro años con Santos y Zuluaga, no podemos olvidar que la paz es un bien supremo, y mientras el partido de Duque prometió “hacer trizas los acuerdos”, Gustavo Petro y su equipo no sólo han propuesto mantenerlos, sino profundizar los avances logrados con ellos. La paz está cerca, abracemos la paz.