Vientos y luz del Mediterráneo; el mar entrando hasta la cocina y formando encantadores paseos donde es mejor cuando se camina a 27 grados en pleno octubre; una playa que justifica el viaje; preciosas calles empedradas que parecen ancladas en el pasado; o imponentes iglesias que siempre le dan un toque de elegancia al decorado son algunos de los múltiples encantos que encontré en Malta. Una isla fácil de recorrer, pero cuyos transportes hacen que el camino sea algo lento, pausado y por ello se necesite tiempo. Hoy os contaré qué hice en el destino durante 4 días, no completos, aunque sí bien aprovechados, por lo que os recomiendo que intentéis que sean 5 o 6 y así poder parar el tiempo justo y necesario para llevaros un recuerdo perfecto. El mío es sobresaliente, con todo ello.
Día 1: Recorriendo La Valleta y las tres ciudades (Senglea, Vittoriosa y Cospicua)
Malta tiene una configuración peculiar. Desde el avión, observé que había una zona superpoblada y en efecto, el país tiene la mayor densidad de población de Europa (1.348 habitantes por Km2, según datos de 2015. En la parte oriental de la isla, donde se asientan sus principales núcleos urbanos, el mar forma pequeños entrantes que se entremezclan con zonas de terreno e irregulares carreteras y conexiones.
La Valleta, su actual capital, se sitúa en una de las pequeñas penínsulas de la isla y por ello, tiene vistas al mar y otras ciudades. El primer lugar que visitamos fue el Fuerte de San Telmo, construido en el siglo XVI por los Caballeros de Malta y que rodea la urbe. Actualmente en la parte superior hay bancos y zona ajardinada y es un lugar idea para imaginar el papel defensivo que cumplía en el pasado. Luego, tras comenzar a maravillarnos con las calles de la urbe, regresamos a la principal, la Avenida de la República, donde hay varios edificios que llamaron especialmente nuestra atención.
Así llegaríamos pronto a la Concatedral de San Juan, de estilo barroco y donde hay una famosa pintura de Caravaggio, pero rehusamos entrar porque el precio de la entrada son 10 euros. Cerca está situada la Biblioteca Nacional, con una imponente fachada y conocimos su interior, con el encanto típico de este tipo de lugares.
Pronto yo también me empeñé en llegar hasta la Procatedral de San Pablo, que no es más que una iglesia con rango de catedral, pues la enorme cúpula que vemos desde la lejanía es de este monumento. No pudimos entrar porque justo cerraba, pero la zona es también encantadora. No duraría mucho más nuestro recorrido por la principal ciudad de Malta, pero aún volvimos una noche y descubrimos Saluting Battery, otro bastión militar donde hay una fila de cañones muy característica y sobre todo, unas preciosas vistas de las tres ciudades que se asientan en frente: las antiguas Senglea, Vittoriosa y Cospicua.
Este sería nuestro destino por la tarde y sin duda, uno de los lugares que más me gustaron de la isla. El mayor consejo para visitarlas es dejarse llevar.
Abrir bien los ojos y disfrutar de los balcones de madera y coloridos que adornan casas de apariencia antigua; intentar dejar la calle principal y adentrarse en las callejuelas, estrechas, limpias y cuidadísimas; fijarse en las múltiples referencias religiosas que muestran el fervor de sus ciudadanos (en determinadas zonas casi todas las cases tenían una imagen de La Virgen en sus fachadas); subir y bajar y descansar en los pequeños puertos formados en el nivel del mar; disfrutar de la luz del lugar; respirar hondo…La referencia para llegar o situarse puede ser el Fuerte de San Ángel, que está situado en Vittoriosa y cuyo origen no está claro y se especula que pueda ser de tiempos romanos. Está genial conservado y aunque no nos acercamos para hacer una vista, seguro que también puede ser un lugar interesante. En torno a este lugar están los barrios por donde paseamos, sin tener claro en qué momento estábamos en una u otra de las ciudades que se mencionan. Pero daba un poco igual: el lugar nos transmitió muchísimo.
Día 2: Conociendo Gozo y tomando algo en St Julian’s
Para el segundo día de nuestra estancia en Malta, Gozo fue el lugar elegido. Como llegar lleva un rato y después los autobuses dentro de la isla también tardan en ir al siguiente destino, decidimos visitar tan solo dos de sus atractivos: su capital, Victoria, y una zona de acantilados conocida como la ‘Blue Window’. Nos fuimos de la isla con la sensación de haber elegido muy bien.
La principal ciudad tiene ese encanto del resto de poblaciones de Malta que yo no me cansaba de apreciar una y otra vez: calles coquetas y limpias, elegantes; un mercado en la plaza principal muy cuidado; rincones donde apetecía siempre sentarse un rato; y además, una zona también fortificada que recibe el nombre de Ciudadela. Esta zona se creó en la Baja Edad Media, si bien los Caballeros de Malta mejoraron el amurallado, genial conservado y que hoy permite un largo y maravilloso paseo a la vez que unas impresionantes vistas. Se puede visitar también la Catedral de la Asunción, que además de bonita exteriormente, merece mucho la pena por las grandes pinturas que hay en el interior. De estilo barroco, lo más curioso es que en el interior parece tener varias cúpulas y en realidad el techo es plano. Pagar 4 euros merece la pena, en mi opinión.
Tras pasear por esta bonita urbe, nos dirigimos a una zona llena de encanto natural. La Blue Window no es solo una gran roca erosionada que tiene aperturas inmensas y curiosas formaciones, sino que el lugar como tal tiene magia y un precioso paisaje que lo avala. Además, existe la posibilidad de dar un paseo en barca y adentrarse en estos vertiginosos lugares o bañarse en las pozas que se forman en la costa. Nosotras no íbamos preparadas para ello pero si nos aventuramos a pasar por una zona donde se hacían unas pequeñas piscinas naturales.Aunque ese día teníamos pensado visitar Comino, no había posibilidad (hay que tener en cuenta que los últimos barcos de esta isla salen siempre en torno a las 17.00, por lo que si se quieren visitar las dos habrá que dejarla como el primer plato) y nos dejamos caer por St Julian’s, un barrio que tenía fama de turístico y masificado, pero que nos dejó buen sabor de boca. Acabamos sin querer en un bar que tenemos que recomendar: se llama Juuls y es de reggae, así que si te gusta esta música te encantará. Nosotras nos tomamos un cóctel en su terraza y disfrutamos de las vistas del mar y un ambiente muy especial.
Día 3: Comino y Mdina, dos paraísos a su modo
Todo llega, así que volvimos a hacer el camino que llega a Gozo y Comino para disfrutar de esta última. Mereció la pena; desde luego. En esta isla apenas vive gente y su mayor atractivo es una playa, fundamentalmente rocosa pero con un fondo marino de esos que dejan a uno maravillado. Si el paraíso existiera, ese sería su charco. Además, si te gusta el snórkel, será una maravilla surcar esta playa para observar los fondos marinos y los recovecos formados por la erosión de las rocas. Ver peces de diferentes formas y colores será una pasada, pero observar los diferentes azules del fondo del mar y pasar por grutas sin peligrosidad era algo que no había hecho antes. ¡Y me encantó!
Tras un baño relajante y en vistas de que la playa se estaba llenando (¡no me la quiero imaginar en verano!), quisimos pasear un rato por la isla, que tiene pequeños caminos en malas condiciones. Sentirnos en mitad del mar y con aquel día maravilloso de finales de octubre fue genial, aunque entre el calor y la gente pronto nos agobiamos. Podríamos haber seguido a una torre que hay en un extremo de la isla, donde ‘El conde de Montecristo’, pero lo desechamos y pronto tomamos el barco de vuelta.
No queríamos perder mucho tiempo para poder visitar Mdina, otra ciudad imprescindible en un viaje a la isla. Antigua capital, su casco antiguo también está amurallado y recogido, suponiendo una especie de laberinto recorrerla. Además, el silencio y la paz del lugar acaban de dar con la receta perfecta para quedarnos maravillados con este sitio.
Las flores frescas adornan en ocasiones los edificios creados a partir de la piedra de la isla, tan característica. Muchos tienen puertas, ventanas o balcones nos llevan a otras épocas o a películas. Y sobre todo, forman un conjunto precioso. Entramos a la catedral de San Pablo, también de estilo barroco y colorista, que dispara nuestros sentidos.
Y también esperamos a que la noche se caiga sobre el lugar, porque bajo la luz tenue logra incluyo un embrujo mayor. Suena desde la distancia música y nosotras disfrutamos del momento como si no quisiéramos que se acabara nunca. Aunque cansadas es el último día y nos vamos a La Valleta a un bar muy especial que si tenéis oportunidad no debéis perderos: Bridge, con una encantadora terraza sobre un puente y escalones a modo de hamaca. ¡Genial!
Día 4: Mercado de Marsaxlokk
Aunque volábamos por la tarde, el último día en Malta aún nos dejó la mañana para aprovechar. Habíamos decidido dejar para último lugar la visita a Marsaxlokk, un tradicional pueblo pesquero que acoge un mercado todos los domingos.
Así que al llegar nos abrimos hueco entre las mareas de gente que también conocían el mencionado evento y buscaban su ganga. Yo no soy muy amiga de las compras, así que como siempre me divertí observando a quienes buscaban el mejor pescado, una buena pieza de ropa o un recuerdo para sus seres queridos.
Cuando tenía ocasión intentaba salir para advertir el entorno del lugar, afeado por un lado por las grandes grúas y mejorado por otro con las barcas de colores que estaban amarradas al puerto. Estas embarcaciones, que a muchos recordarán a las góndolas venecianas, reciben el nombre de luzzu. La plaza central del pueblo, con la iglesia al frente, es también muy acogedora. Aunque al principio me dio la sensación de ser un lugar muy destartalado, fue también el típico lugar que a medida que iba pasando el tiempo, me iba ganando. Comer en una terracita y el posterior helado acabaron por convencerme.
Aunque aún tuvimos tiempo también de acercarnos a la anunciada playa de St Peter’s pool, a un kilómetro más o menos de la población. No teníamos tiempo para bañarnos y el calor apremiaba, pero aún así nos pudo la curiosidad. Puedo decir que incluyo mereció la pena quedarnos mirándola pensando que nos encantaría quedarnos a darnos un baño y probar su agua… esta playa es sin duda curiosa.
Se conoce como piscina porque no tiene arena y es la propia roca y sus planas formaciones las que hacen que sea apta para el baño. Hay a quién este tipo de sitios no les gusta…pero no es mi caso. El paseo además, nos dio otra perspectiva de Marsaxlokk, que había cambiado a mis ojos totalmente.
Se acabó así un viaje completo y muy interesante, dejándonos incluso ganas de más. Quién sabe si quizás un día volvamos.
*Un consejo que os doy para ir a Malta es que evitéis el verano, pues tiene que estar muy masificado. No te pierdas el post donde te doy razones para viajar en octubre.