Revista Cultura y Ocio

Maltratadores de libros

Publicado el 20 enero 2016 por Elena Rius @riusele
MALTRATADORES DE LIBROS  En el vastísimo mundo lector caben todo tipo de lectores: el lector fetichista, que reverencia por encima de todas las cosas el libro como objeto; el lector animista, que cuida sus libros no tanto por su valor como objeto como por su valor sentimental (no tengo muy claro en qué categoría englobar a los que forran sus libros antes de leerlos); el lector indiferente, que se preocupa más por el contenido que por el continente (le da igual leerlo en una edición bellamente encuadernada que en un edición barata de bolsillo); el lector todoterreno, que acarrea sus lecturas allá donde vaya, sin importarle el resultado (sus libros salen maltrechos de sus estancias en playas, mochilas, o picnics campestres); está también (y me dejo muchas categorías posibles) el lector maltratador. A juzgar por lo que dicen los libreros de segunda mano, que se quejan de que algunos ejemplares les llegan hechos unos zorros, debo creer que este tipo de lector existe. Me refiero a alguien que arranca cubiertas, anota salvajemente las páginas (a menudo notas no pertinentes, es decir, que a falta de un trozo de papel apunta ahí el teléfono de su carnicero), derrama líquidos o grasas sobre sus libros (por desidia, no por accidente) y en general atenta contra su integridad. Sin embargo, no estoy segura de haber conocido nunca a un verdadero maltratador de este género. Sí me ha ocurrido -creo que todos hemos pasado por esa experiencia- prestar un libro y que vuelva con la sobrecubierta medio rota, el lomo arrugado y las páginas dobladas. En casos así, uno preferiría haberle comprado al amigo otro ejemplar del mismo libro, para que hiciese con él lo que quisiera. Pero verdaderos maltratadores... eso es más raro. Para mí que los maltratadores de libros no deben de ser verdaderos lectores. Pues, por más que uno sea consciente de que la inmensa mayoría de los libros que lee y que posee no llegará a releerlos nunca, el mero hecho de que los conserve en sus estanterías y los acarree aquí y allá de mudanza en mudanza implica que cree que tal vez, en alguna ocasión, sí llegará hacerlo. El maltratador, por el contrario, no cree en el futuro del libro, no piensa ni en su valor como objeto ni en el interés de su contenido -que quizás quiera releer o consultar algún día. Practica la política de tierra quemada. Un libro maltratado, en especial si era una buena edición, produce en el bibliómano una honda pena. Si el estado del libro lo sitúa más allá de una posible recuperación, se debate entre la evidencia -hay que deshacerse de él- y el dolor que produce destruir algo que originalmente fue bello en su forma y que tenía un contenido valioso. Hay quien opta por darles otros usos a estos libros desgraciados: convertirlos en lámpara, escultura o mural. Darles una utilidad a estos pobres libros mutilados, sobre todo si se emplean para crear cualquier tipo de arte, es sin duda un noble final para ellos.


MALTRATADORES DE LIBROS

Obra de Ekaterina Panikanova


Por último, aunque dudo de que ningún maltratador de libros aterrice en estas páginas (están demasiado ocupados destruyendo libros), una reflexión que tal vez les haga reconsiderar su comportamiento: esos libros que hoy tratan con tan poca consideración podrían revelarse, dentro de unos años, como sustanciosas fuentes de ingresos. Vean por ejemplo la web de Captain Ahab's Rare Books, donde una primera edición de Down and Out in Paris and London de George Orwell alcanza la sabrosa cifra de 6.500 dólares. Suficiente para quitarle a uno las ganas de destrozar libros.
MALTRATADORES DE LIBROS
  [Atención bibliómanos: la exploración de webs como la antes citada puede ser peligrosa para su imaginación y su bolsillo.]

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