14 de junio de 1982. El sueño nacional de retomar el control de las Islas del Atlántico Sur había terminado. Con el desconocimiento de nuestros héroes por parte de la Junta Militar y una gran parte de nuestra sociedad que miraba para otro lado, se daba inicio a lo que hoy conocemos como proceso de desmalvinización, término acuñado por el politólogo francés Alain Rouquié y que en el gobierno de Macri se aplicó como nunca. Pero a pesar de todo, y por alguna razón, las Malvinas cada vez más son parte de la idiosincracia y la identidad del pueblo argentino, se ve reflejado en todas las hinchadas de fútbol, no hay ciudad argentina donde no le haga un homenaje, no hay un cantante de rock que no tenga una canción, no hay sindicatos sin imágenes de Malvinas en sus remeras. Hoy, como cada 2 de abril, reivindicamos nuestra soberanía y decimos, como siempre: Honor a nuestros Héroes y por siempre Argentinas. No olvidemos.
Los niños-héroes fueron obligados a volver por la puerta de atrás: escondidos, silenciados y con un hedor a vergüenza impregnado en el ambiente. Los medios de comunicación tuvieron terminantemente prohibido entrevistar siquiera los protagonistas del conflicto armado por orden de La Junta Militar, excepto a aquellos veteranos quienes hablasen del frío, hambre y las penurias que "los chicos de la guerra" sufrieron en Malvinas: simplemente su intención fue retomar las relaciones diplomáticas y comerciales con Inglaterra, EEUU y con la OTAN lo más rápido posible, con la misma actitud de un perro que muerde la mano de su dueño.
Siguió el silenciamiento, con la marginación social del veterano combatiente. Ninguna empresa, grande o pequeña, quiso darle trabajo. Sin pensiones, ni ayuda médica o psicológica, de aquellos sobrevivientes muchos se suicidaron, o terminaron como vendedores ambulantes, en contextos de familias quebradas, adictos al alcohol y a las pastillas, con cartelitos en las manos.
Por todo ello, por los muertos, por el sufrimiento, Malvinas es parte de nuestro estigma, por la crueldad con la que se llevó al combate a jóvenes inexpertos, casi desarmados, en medio de un clima imposible, que prácticamente fueron la continuación de todos los desaparecidos de la Dictadura.
La sociedad suele manifestarse mayoritariamente en favor de los ex "chicos de la guerra", aunque haya sido esa misma sociedad quien le dio vuelta la cara en el regreso de la derrota. Hacerse cargo no parece una actitud cotidiana para muchos argentinos, que suelen mirar para otro lado con tal de no percibir la verdad.
Pero siempre queda en la sociedad los resabios imperecederos de los héroes de todos los tiempos, los del principio de nuestra nacionalidad y los del final de esa guerra fabricada entre gallos y medianoche por algún borracho de poder. Es con el recuerdo permanente de aquellos "chicos de la guerra", pero más con su reivindicación consciente y real, npo ya crear un puente a esas islas que nos arrebataron por la fuerza y la sinrazón, sino llegar a ser cada un poquito mejores y más humanos.
Se puede ver por estos días de manera gratuita en la plataforma online de El Cairo Cine Público (https://elcairocinepublico.gob.ar) "Teatro de guerra", el imperdible documental de Lola Arias, donde junta a ex combatientes argentinos e ingleses (un elenco de ex soldados devenidos en actores-performers), los mismos que forman parte de su performance "Campo minado". El material es un desafío a la memoria, un repensar el "estamos ganando" de aquellos días de las tapas de la revista Gente donde los festejos a puertas cerradas se teñían de lágrimas, y donde la sangre de cientos de pibes se derramaba en una tierra que casi no acreditaba pertenencia. Es, al mismo tiempo, un juego de dolor, reconstrucción y superación, que va del beso infausto entre Thatcher y Galtieri, como si se tratara dos decadentes protagonistas de una telenovela, a la descripción detallada de una serie de situaciones casi surrealistas que, se supone, son propias de una guerra donde todo debe ser o parecer surrealista para sus protagonistas.