Disculpe..., pero ¿de qué país viene usted ?
-De Cuba, respondió el guardia. Y dando por
supuesto que se trataba de un mercenario, alguién volvió a preguntar:
-Ud. pelea por los ingleses... ¿Y su país ?
La respuesta no fue agresiva, pero si
terminante, segura de las propias convicciones:
"Esto no es una cuestión de países, es
cuestión de dinero"
Inesperadamente el tema de la soberanía de
las islas Malvinas o Falkland
Islands según se mire, saltó a la tapa de algunos diarios como formando
parte de una campaña tendiente a ocultar otros problemas domésticos de esta
parte y tal vez haciendo lo propio de la otra, tal como manifestara el
vicepresidente de Argentina al opinar “que Inglaterra
quiere "tapar un gobierno que tiene bajo nivel de acompañamiento" con
esta discusión, relacionando la situación con "cuestiones de política
interna de Gran Bretaña, que van desde el gran desempleo o la cuestión
separatista de Escocia". (Fuente Perfil.com)
Del lado inglés los movimientos aparentan ser
más belicosos pues envian al destructor
Dauntless que zarpará con destino
a las Islas Malvinas en las próximas semanas armado con una batería de misiles
capaces de "sacar fuera de combate a todos los aviones de América del Sur
y mucho más de Argentina", según revela el diario The Telegraph. mientras
que ya se encuentra en las islas el príncipe Guillermo, duque de Cambridge que
según se dijo, estará allí durante seis semanas para cumplir con una práctica
militar
A 58 días de cumplirse treinta años del
conflicto militar del 2 de abril de 1982 rescato el testimonio de un
protagonista de aquella contienda, Daniel Terzano quien en parte de su libro
“5.000 adioses a Puerto Argentino"cuenta
como es una guerra real, muy diferente a la que imaginan los que las inician
desde sus cómodos despachos, hipócritas que hablan de salvaguardar la soberanía
nacional, la misma que luego venden con concesiones y contratos a 99 años a
empresas extranjeras que se llevan todo lo que pueden dejándonos tan solo una
“supuesta soberanía” pero sin hidrocarburos, sin bosques, sin plataforma
ictícola, sin yacimientos acuíferos, solo tierra desierta, exprimida por
sanguijuelas insaciables que la explotan hasta agotarla definitivamente.
Esto es parte de lo que dice Daniel Terzano
en su libro:”
“Yo no había estado
nunca allí (el nombre es Rio Gallegos:) llegamos en el atardecer del 14 de
abril; el sol ya no se veía: sólo restaba el resplandor rojizo sobre la tierra
oscura.
El aire es absolutamente puro; estamos en el
fin del mundo: tierra nuestra pero de nadie....
Venimos de una ciudad, o de otro campo; pocos
kilómetros más abajo imaginamos el hielo, la roca, el mar entre los
acantilados: aquí se podría vivir otra vida, lejos de nuestras imágenes, de
nuestras costumbres...
Estamos viviendo otra vida: si la hubiéramos
elegido seríamos inmensamente felices...
Pero pese a todo bajamos del avión con cierta
alegría: participamos de una ilusión monstruosa.
Hemos escuchado las marchas, hemos visto
nuestros blindados por las calles de Puerto Stanley, hemos visto como a su paso
se iba convirtiendo en Puerto Argentino, hemos visto la palabra colonialismo y
a su lado la palabra basta, hemos hecho historia y hemos visto una usurpación
triunfante contra dos invasiones impedidas, nos hemos reunido en Plaza de Mayo
a apoyar nuestra guerra y verla avanzar hasta la última gota de sangre si es
necesario, porque tenemos razón, porque venimos de tantas mediocridades y de
tantos fracasos que al fin Dios, en el que tanto creemos, nos ha mirado:no
somos dignos de su reino, pero bastó una palabra suya para ser justos y hacer
justicia.
........Los mediodías llegaban sin que uno se
diera cuenta, y a partir de alli sólo restaban cinco horas de luz, que pasaban
con igual ligereza, de modo que casi todo recuerdo intenso tiene como fondo esa
noche omnipresente, absoluta, obsesiva, que volvía una y otra vez.
Fue en ella que esperamos, luchamos, rezamos,
y finalmente fuimos derrotados.
Esa noche límite que una vez dejada atrás
garantizaba nueve o diez horas de rutina tensa, es cierto, pero mucho más
segura. Sabíamos que llegada la oscuridad pasarían pocas horas para volver a
recibir la "alerta gris" que indicaba un posible ataque de artíllería
naval. Nuestros aviones no podía operar de noche, por lo que la flota enemiga
podía cañonear, más o menos a voluntad, cuanto tiempo quisiera.
Pero hasta ese momento nunca un alerta de ese
tipo dejó de justificarse: aproximadamente una hora después de recibirla (que
era el tiempo que los barcos tardaban en cubrir los 60 km. que mediaban entre
la línea a partir de la cual entraban en la pantalla del radar y la línea a
partir de la cual nos tenían a su alcance) empiezan a escucharse las
detonaciones de salida , el sonido del
viento, cortado por el proyectil cuando pasaba sobre nosotros rumbo a otro
objetivo, o el silbido y la caída próxima cuando éramos nosotros el blanco.
Y todo ocurría en la noche. Todo, dependiera
de lo natural o de lo humano, parecía empeorar durante la noche: el cañoneo que
no podíamos frenar, el viento que multiplicaba el frío, el sueño que no
podíamos lograr, entre los ataques que crecían y la incomodidad de las
posiciones.
....Y ya cerca del final la suma de noticias
dispersas que trabajosamente habíamos logrado sintetizar, nos había hecho
comprender toda la inmensa superioridad de la infantería inglesa en esas
condiciones contanto con formaciones de imágenes térmicas, con radares
antipersonales, con visores infrarrojos de todo tipo y con la movilidad
extraordinaria que le daban los helicópteros equipados con sistemas de vuelo
nocturno.
La artillería inglesa no dejó de tirar desde
mar y tierra,(como no dejaría de hacerlo durante las 48 horas de la batalla
final, aplastando nuestras defensas y haciendo avanzar a sus tropas detrás de
esa cortina de fuego.
Sabíamos que lo que se nos venía encima era
lo peor, pero sentíamos cada vez más intensamente que se acercaba el fin, de
cualquier manera y que no demoraría mucho.
......Y así, poco a poco, como animales que
sigilosamente asoman la cabeza de sus cuevas intuyendo, sin saber a ciencia
cierta, que el peligro ha pasado; como animales minúsculos que emitieran
antenas para tantear la realidad exterior antes de exponerse del todo, nosotros
fuimos saliendo lentamente de los pozos, de a uno, de a dos, caminando al
principio los pocos pasos que nos separaban de otro pozo, para asomarnos a su
boca y charlar con los de adentro y tratar de averiguar.
Y después arriesgándonos un poco más,
atreviéndonos hablar con la gente, llegando salir hasta la calle para comprobar
sorprendidos, que mientras estábamos allí, debajo de la tierra, esperando quien
sabe qué, la historia nos había pasado por encima.(Del libro 5000 adioses a
Puerto Argentino-Daniel Terzano: Editorial Galerna 1985)
Esta es parte de la realidad;
luego está la otra, la ideal que sustenta irreales afirmaciones tan creíbles como esos carteles solitarios que a la vera
de rutas polvorientas del interior del sur argentino, pregonan a quien acierte
a pasar por allí una razón, una ilusión, una mentira o una mera frase patriotera: “Las Malvinas
son Argentinas”