Mientras escribo esto cumples ochenta y cinco años, mamá. Y no sé cómo seguir. No se cómo sostener las lágrimas que se me asoman pensando en ti. No quiero decirte noñerías cariñosas ni tópicos fáciles. Sabes que muchas veces he sido crítico contigo y que lo seguiré siendo, quiera Dios que por muchos años. Pero solo me puedo arrepentir de las formas. Quizás prepotentes, quizás arrogantes. El tiempo, ese certero consejero, me ha hecho ver que en todo has tenido razón. Las cosas no son como las vemos. Tienen muchos lados y desde la azotea de la edad se ven diferentes.
Todo lo que soy te lo debo a ti, y al imborrable papá. Tú me enseñaste que la convivencia es algo difícil, pero que es el camino. Tú me enseñaste que la humildad es la virtud, y lo de la paja en el ojo de no sé quién. Tú me diste todo el cariño que reprimo y que a veces me explota. Tú me enseñaste que esta vida es un valle de lágrimas y lucho por no aceptarlo, aunque cada día lloro más.
Tú me enseñaste que dos no riñen si uno no quiere, y el auténtico valor de la familia, el respeto mutuo y el cariño. Me enseñaste lo importante que es perdonar.
Tú me enseñaste la medida de las cosas y la crítica propia; y el valor del ejemplo y del esfuerzo, aunque cuando joven no te hiciera caso. Todo mamá, todo me lo enseñaste tú.
Y hoy te quiero felicitar aunque no estaré contigo, con el corazón partido, por tu vida, por tu familia, por tu ejemplo.
¡Felicidades mamá! Te quiero mucho.
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