Por Ana María Constaín
- Mamá jugamos.
- No Eloísa, ahora no.
- ¿por qué? ¿estás agotada?
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La palabra agotada viene junto con la palabra mamá.
Al menos en mi caso.
Desde que quedé embarazada por primera vez conocí un
cansancio que no había sentido jamás.
Especialmente porque en la maternidad no hay pausas. Uno no
deja de ser mamá los domingos, para recargar energía y continuar el lunes lleno
de fuerza.
Ni puede tener sus horas de sueño para iniciar el día con
gran vitalidad.
La maternidad es de todos los días, todas las horas, todos
los instantes.
Y no importa mucho si uno está con los hijos o no. Ya no se
es uno solo.
Una madre deja de ser individuo. Para siempre.
Sí, uno lo sabe desde antes de tener hijos. Todos te dicen:
Duerme ahora, porque nunca más volverás a dormir igual!
Uno sabe que la vida da un vuelco. Que todo se transforma.
Uno lo ha oído.
Lo ha visto a su alrededor.
Uno imagina que está aunque sea un poco preparado.
Pero es imposible comprenderlo completamente hasta que un ser
empieza a crecer en nuestro interior.
Embarazada empecé a sentir que estaba al servicio de alguien
más. Mi cuerpo, mi mente, mis emociones, mi alma. Toda yo, estaba al servicio
de crear un nuevo ser.
De permitirle a un alma convertirse en un pequeño ser
humano.
Una increíble experiencia.
Y agotadora también.
Porque pronto me di cuenta que las mujeres queremos desde
ese momento seguir con nuestra vida como si nada de esto estuviera pasando.
Si, dejamos de fumar, tomar, hacer deportes muy extremos. Comemos
un poco mejor. Tal vez hagamos ejercicios prenatales.
Pero esto nada tiene que ver con asumir completamente lo que
está sucediendo.
No queremos que nos traten diferente.
-Solo estoy embarazada! Decimos las mujeres modernas.
¿sólo?
Así empezamos. Con esta carrera de súper mamás. Callando un
montón de cosas para no sentirnos débiles. Para no empezar a desapegarnos de
una imagen de lo que somos que está a punto de morir.
El agotamiento de las madres, mi agotamiento, no es solo por
esas noches de insomnio de pañales y leche. Cambiando sábanas. Cantando
canciones de cuna. Bajando fiebres. Abrazando pesadillas.
Ni es solo por las interminables labores que requieren dos
seres totalmente dependientes.O por mantener el ritmo de dos niñas llenas de vitalidad con ganas de comerse el
mundo.
Porque sí, el cansancio físico es bastante evidente. Y ese
de alguna manera se puede atenuar con algunas manos solidarias.
Pero el verdadero agotamiento viene de mundos internos.
De todos esos pensamientos que revolotean sin parar. Esos
juicios. Esas culpas. Esos temores. Esas exigencias.
Y viene de ese sostén emocional que necesitan los pequeños.
Ese sobre todo es el más invisible.
Porque no basta con abrazarlos. Jugar con ellos. Ir a
encuentros de estimulación. Decirles te amo.
El sostén es esa permanente presencia y entrega. Esa
conexión tan intensa que nos une a ellos.
Ese encuentro profundo que tenemos con nosotras mismas, una
vez que con el niño en brazos se abren puertas inimaginadas.
Porque entonces nos damos cuenta de nuestro grandes vacíos. De nuestras heridas. Y nos sabemos incapaces de entregar algo que no tenemos del todo.
Nos faltan palabras para describir el dolor de sentirnos
invisibles. De perder nuestros referentes. De dejar de tener nuestros espacios.
De sentirnos profundamente solas, aunque tengamos, a veces, compañía.
Hay una batalla por no dejar eso que éramos. Una batalla por
ser algo diferente a lo que estamos siendo. Una batalla por no desaparecer en
ese mundo desconocido, caótico e incomprensible.
Esas batallas agotan. Más que cualquier cosa.
Este en cambio, es un agotamiento que no se resuelve tan
fácil. No basta con que alguien cuide a los niños o nos ayude con la casa. Este
cansancio no desaparece una noche completa de sueño. O con un viaje de escape.
A veces así lo creemos. Y normalmente ese es el apoyo que
buscamos.
Por supuesto, esta ayuda sirve.
Pero para acceder a lo más profundo no basta.
Las mujeres callamos, mentimos, competimos, juzgamos. A
otras y sobretodo a nosotras mismas.
Tememos romper esa imagen de maternidad que tenemos tan
grabada.
No queremos que piensen que somos malas madres. Intentamos
demostrar cuánto amamos a nuestros hijos.
Y en este juego nosotras mismas perdemos. Porque nos
aislamos.
Y pierden nuestros hijos, porque nos desconectamos.
No es fácil romper este silencio. Poner afuera un mundo tan
íntimo. Exponerse a las miradas de otros.
Abrir el corazón.
Y aún así yo no veo otro camino.
Para mí conectarme con otras madres desde estas
profundidades ha sido mi luz. Mi manera de despojarme de tantas capas. De atravesar
tantos miedos. De reconocer todo lo que hay dentro de mi.
Encontrar sostén para poder sostener. Alimentarme de eso que
tejemos juntas para poder liberar a mis hijas, y tantas otras personas, de
tener que alimentarme.
Pudiendo nombrar todas estas cosas he podido vaciarme, contenida, para
así entender que es dentro de mi donde encuentro la fuerza, el sostén y el amor
de madre.
En ningún otro lugar.
Esto quiero compartir.
Estas palabras. Estos espacios.
Para que cada madre en su propio agotamiento, soledad y
silencio, pueda, si quiere, encontrarse con otras.
Encontrarse consigo misma.
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