Revista Maternidad

Mamá piernas largas

Por Lamadretigre

daddy-long-legs-movie-poster-1955-1010205385La confianza da asco. Y a  mí me gusta así. Asquerosita toda ella. Desprovista de todo pudor o decoro.

Para muchos el amor se sustenta sobre una llama de pasión desenfrenada. Para otros sobre un cariño tierno y desmedido. Y para el de más allá en la complicidad intelectual o humorística de las partes. Para mí el amor son batas de guatiné y calcetines tobilleros de algodón blanco.

No les negaré que a veces me gustaría volver a experimentar el gusanillo de la conquista y deleitarme en el aturullo de las primeras ocasiones. La primera cita. La primera cena. El primer beso. O la primera noche. De esta fase en la que las apariencias lo son todo lo que más echo de menos son los morreos. Aquellos besuqueos eternos lengua va lengua viene. Mano aquí y mano allá.

Cada dos años y tres meses me da el día melancólico y me planto con cara de gran ofendida frente al padre tigre para preguntarle porqué ha dejado de besarme como antaño. Él que ya me va conociendo suspira resignado y aguanta estoicamente la retahíla de quiero que volvamos a darnos el lote. Como antes. Durante una peli entera. Sin hacerme una niña ya que estamos.

Pero en realidad, quitando estos días inevitables del ciclo lunar de toda mujer, para mí el estado ideal de la pareja es éste, el de los calzoncillos tristes y el pijama deslavazado. Llevo dos días entregada en cuerpo y alma al adecentamiento de nuestra humilde morada para recibir a mi amiga la de Albacete, marido y retoños que van a pasar la nochebuena y la navidad con nosotros. Ayer sin ir más lejos estuve planchando desde las ocho de la mañana hasta las dos de la tarde. Por necesidad perentoria ya que  ninguno de los seis tenía nada que ponerse.

Como ahora que los árboles no tienen hojas los vecinos están un poco hartos de ver como me paseo en ropa interior me puse una camisola con unos leggings para la ocasión. Sólo con la mención de tan desafortunados términos se hacen una idea de lo bonito del atuendo. Después de planchar tuve que ir in extremis al supermercado a comprar bengalas y salsa de soja, elementos indispensables de toda navidad que se precie. Ni corta ni perezosa me calcé los únicos calcetines por entonces emparejados, unos de tenis que no utilizo nunca, unas botas de motorista y el plumas. No se hacen una idea de la risa que le dio al padre tigre cuando me vio abandonar la casa con semejante facha. Bien de leña hizo de mi estilismo caído.

Ya por la noche en la intimidad de nuestra alcoba me metí en la cama con otra camisola que me hace las veces de salto de cama y mis calcetines blancos. Me dolían las piernas como si me hubiese corrido la maratón de Nueva York. Como mínimo. Necesitaba ponerlas en alto a toda costa y me pareció de justicia divina ponerlas sobre el padre tigre. Díganme si no para qué necesita una un consorte. Al padre tigre que ya le cuesta un dolor calentarme los pies cada noche aquello le pareció lo peor e intentaba zafarse a toda costa del peso de mis extremidades. Tuve que placarlo con mis gemelos de gimnasta rusa para que no se me escapara, aguantar sus chistes de mal gusto sobre el peso de mis muslitos de pollo y hacerme un ovillo contra él para inmovilizarlo en el borda de la cama, a punto de caernos los dos.

La conversación puede resumirse en un ir y venir de quítame las patorras de encima. No me da la gana, me duelen muchísimo. Pues te aguantas pero yo así no puedo dormir. Y a mí qué, me lo debes que te he planchado el polo azul. Que me tiras de la cama koñen. Pues no te escapes leñe. Ponte una almohada. He dicho que no me da la gana. Rebota rebota que en tu culo explota.

No es muy glamourso. Lo sé. Pero qué quieren que les diga, donde esté el costumbrismo del bueno que se quiten los macarons.


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