Revista Cultura y Ocio

¡Mamaaaa quiero una bola!

Por Mila Ciudad Interiorista @ellagardecoracion

¡Mamaaaa quiero una bola!
Hoy me encontraba con mí madre en una cafetería tomando una coca cola para sofocar el calor de agosto.  Estábamos disfrutando del aire acondicionado leyendo los diarios y de fondo se oía la noticia de la triste muerte del sacerdote infectado por el virus ébola y del actor Robin Williams.

Otras personas, tomaban su aperitivo tranquilamente mirando sus móviles o la televisión y de pronto han  aparecido dos niños, por no decir dos energúmenos uno de unos 11 años y el otro de 8 aproximadamente, con sus respectivas madres y en minuto hemos pasado de una paz relajante a un zafarrancho de combate. La verdad que ha sido tal la vergüenza ajena que he pasado que no he tenido más remedio que escribirlo en este post.

Todo lo que he visto y he oído ha sido para darme cuenta que ya podemos ponernos las pilas en cuanto a educación y respeto se refiere o esto se nos va de las manos, ¡si no se nos ha ido ya!.

La escena ha sido "prometedora",  digna de una película del oeste. A grito pelado estos dos salvajes han pedido nada mas entrar unas bolas de la máquina, que sus obedientes y complacientes madres no han tardado ni un segundo en concederles , haciendo uso de ellas con el correspondiente ruido y golpes a la vez que engullían los pinchos que traían los camareros con la boca abierta y a manos llenas.

¡Mamaaaa quiero una bola!
 En un momento dado, una de ellas se ha atrevido a regañar al más pequeño, por supuesto también gritando y con la boca llena de tortilla, a lo que éste sin pensárselo dos veces ha levantado la cabeza y le ha respondido con la comisura de los labios llena de ketchup, "déjame imbécil, estúpida, cara tonta, gorda" a lo que la madre ha respondido levantándose a por dos coca colas bien fresquitas al gusto de los energúmenos traga pinchos. Ante la mirada atónita de todos los allí presentes, los cuatro han seguido con su número circense; engullendo, gritando y molestando con el ruido de las bolas al golpear en las mesas, las que han terminado en la basura antes de salir del bar y dejarnos a todos con la boca abierta y a mi con la sensación de estoy en un universo paralelo. Esto de hoy no son casos aislados, ya he visto en muchas ocasiones como niños de mi edad e incluso más mayores se ponen como fieras pidiendo cuando llegan a los bares o restaurantes, sin la correspondiente regañina de su padres, los cuales hacen como si todo fuera normal. Luego cuando se hacen mayores se asustan y lloran porque no les obedecen e incluso les maltratan.  La educación empieza en casa y el respeto hacia los demás, los primeros que lo tienen que inculcar son los padres a los hijos y no montar esos numeritos cada vez que van a un sitio público.
Afortunadamente no somos todos iguales ¡HASTA LA PRÓXIMA!
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