Revista Cultura y Ocio
Los días pasaban con cierta fealdad y brutalidad. Yo estaba triste. Arrastraba un estado de letargo en el que me negaba a dejar entrar en casa cualquier noticia del exterior. No ponía los informativos, ni escuchaba las radios, ni leía la prensa. Miraba a Cecilia y me ponía más triste pensando en su futuro, en que alguna de las adolescentes apaleadas por los antidisturbios pudiera ser ella misma dentro de unos años. Intenté varias veces escribir en este blog, pero todo me dolía tanto que dejaba la entrada siempre guardada a medio terminar. Así vivía, refugiada en un libro. Pero el sol salió, a pesar de mí misma, y mientras me daba en toda la cara decidimos quitarnos las telarañas del alma en el único rincón del mundo donde siempre somos felices.
Y nos llevamos a la niña a que nos acompañara en nuestro primer jueves de carnaval de Cádiz con ella. No quisimos dejarla atrás porque ya no nos imaginamos hacer nada sin ella. Llegamos a Cádiz con Maripi, Antonio Pablo y Rastrojo.
Ella y yo paramos en un bar en que preparamos a Cecilia para la noche y echamos un agradable rato de conversación con las dos únicas mujeres que había. Hablar con desconocidos como si fueran conocidos de toda la vida es una de las cosas que más me divierte del género humano. Cuando en el espacio hay un bebé, todo es más fácil. Bajamos a La Viña y volvimos a subir a la Plaza de San Francisco. Allí estaban muchos otros amigos de Cortegana.
Empezaron las coplas. Los Duendes Coloraos, Ciudadano Cero, Los Herederos del Conde de Salvatierra, La Serenissima, El Amanecer... Cecilia se portaba genial y yo me alegraba cada vez más de habermela llevado porque mirarla hacía todavía más especial un momento, que ya de por sí lo era. En mitad de una de las comparsas, cuando Gregorio la hacía bailar, me di cuenta que la niña lloraba cuando me veía.
Sabía que no era más que hambre. San Francisco estaba abarrotada de gente y era imposible retirarme y buscar un sitio mejor, así que le di de mamar allí mismo. Ella se quedó tranquila y feliz y volvió a saltar al son de la música. Y Ana Belén lloró. Me decía que todo la emocionaba mucho. Y a mí también, claro que sí. Porque el año pasado, cuando vine al carnaval de Cádiz embarazada, creía que era casi imposible volver este año con un bebé de seis meses. Y sí que lo es, y mejor todavía, si tienes el apoyo de tus amigos, que ejercieron de perfectostitos, cogiendo a Cecilia cada vez que lo necesitaba.
Costó arrancar pero no había más remedio: El viernes se trabaja. Antes de coger los coches, nos comimos una papa asá entre carcajadas. Llegamos a Sevilla a eso de las dos de la mañana. En el viaje de vuelta ella dormía, destrozada de tanto baile, y nosotros no parábamos de hablar de lo bien que lo habíamos pasado y de lo que habíamos escuchado. Al llegar a casa besamos mucho a Cecilia y le agradecimos lo bien que se había portado, como si la pobre lo hubiera hecho de manera conciente, pero es que nos sentíamos realmente felices. Y a las dos de la mañana, en nuestra cama de tres, el sol volvió a salir para quedarse siempre entre nosotros.