Revista Cine
En aquellas calurosas tardes de verano el plan más barato era ir al Candilejas a ver una sesión doble con el bocata llevado de casa. Si acaso unas grasientas patatas fritas o un rico bombón helado que vendía un mozo entre sesión y sesión. Ahora no. Ya no. El cine, después de la última subida del IVA se ha convertido en artículo de lujo impensable para una familia de cuatro o cinco miembros. Las salas sobreviven gracias a las palomitas y los refrescos. La palomitera es también taquillera y acomodadora. Ya no hay quien limpie las salas entre sesión y sesión.Apenas hay salas en las ciudades. Gracias a la especulación los viejos cines son ahora bancos arruinados o tiendas de ropa a precio de saldo con la música a tope. Ahora el cine es apéndice del centro comercial que se puede mantener abierto 24 horas al día para no se sabe bien qué, porque no tenemos posibilidad de consumir. Como dice el ministro Montoro, “no hay dinero”.En realidad tampoco habrá películas porque nuestro país protege a la Iglesia católica y a los toros pero no a la industria cultural. Las mamandurrias de Esperanza Aguirre son eso: curas y toros mientras quita la vacuna de la meningitis a los niños, mientras las personas celiacas no pueden gastar en unos productos sin gluten porque el IVA de estos alimentos se dispara al 21 por ciento al no estar incluidos en el registro sanitario de productos dietéticos. En muchos países de Europa están subvencionados pero aquí, eso, serían más mamandurrias de las de Esperanza Aguirre. Nos van a volver locos. Pobres, incultos, enfermos y locos.