Hace calor y no llegan a ser las nueve. Cojones, así no hay quien aguante. Anoche cuando llegué se oían los grillos, el ruido del coche sobre la grava los calló un rato pero luego volvieron a estremecer el silencio de la noche. Eran las dos, y así hasta esta mañana. Sin parar. Malditos bichos.
– Buenos días Alberto, ¿como está? Hace mucho calor, la cama me resultó hasta desagradable. No dormí casi nada. Póngame un café, por favor. No, tostadas no quiero. Un café solo y corto. Sí, azúcar.
– Buenos días, don Miguel. Enseguida. Ya tiene preparado en el saloncito el rifle nuevo, la munición está la canana.
– Gracias, me termino el café y ahora salgo. Hoy va a ser un día duro, por el calor, digo.
– Sí, llegaremos a los cuarenta y largos. Pero valdrá la pena, hoy será un buen día, caerá alguna presa buena.
– Seguro, voy a subir a la habitación. Gracias por el café.
Foto: http://es.freeimages.com/photographer/jpwild240-33648
Maldito calor, la camisa recién lavada y ya está marcada. No soporto el chaleco. No corre aire. Y ahora la llave no abre la puerta. Ya está. ¿Dónde habrá dejado este inútil la munición? Ah, está aquí, junto al rifle nuevo. Está impecable, qué madera más bella. Y qué sonido del cerrojo. Anoche los grillos, esta mañana las chicharras. Ya está bien, coño. Verás ahora si se callan o no.
Se quitó el calcetín, apoyó el cañón sobre el pecho, metió el dedo gordo y pisó fuerte.
El estruendo apagó, como el ruido del coche la noche anterior, el canto de las cigarras. Un par de minutos. Luego siguieron cantando, al sol.
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