Revista Diario

Mañanita sevillana

Por Ruben85 @Rumenez

Llegué justo y sin imprevistos por una vez, hice los deberes que debía en la cámara, olvidándome la mitad de los papeles igual que siempre. Al terminar y con ganas de volver a Los Palacios  más que por prisas, era porque mis riñones se impacientaban. Fui hasta el aparcamiento de la Puerta de Jerez,.


Mañanita sevillana.
Bajé las escaleras y llegué al cajero, introduje la tarjeta de pago del parking, y al sacar la cartera para abonar vi la sorpresa, el dinero que había preparado se me olvido en mi hogar. Fuí hacia el banco, rezando porque hubiera saldo puesto que normalmente ni el aire pasa por mi cuenta, encima se me había olvidado el móvil y no podía llamar a mi mujer para que me ingresase algo. Llegué al banco y por suerte tenía 20 euros, los cuales tenía preparados para una factura que por suerte aún no había llegado. Bajé de nuevo al parking, he introduje el billete, y de inmediato la máquina me lo devolvió. Justo un instante después leo en la máquina que solo acepta billetes de 10 o 5 euros. Salgo de nuevo, me detengo en el primer quiosco que veo, pido un refresco de cola, me dice que no vende bebidas y me señala en la esquina siguiente otro quiosco en el que si venden. Al llegar a este, le pido a la señora que amablemente me atiende y cuando voy a pagar, me retira rápidamente el refresco y me dice que no, que no tiene cambio. Mal diciendo a los cuatro vientos, decidí que lo mejor era desayunar en Sevilla, total para que dar más vueltas, los riñones me oprimían mucho pero podía aguantar, podía ser mucho peor, podía ser otro tipo de urgencias. Pensé en desayunar en un bar, pero después de llevarme metido en uno todos los días no me apetecía mucho, lo que hice es comprar un bocata y un refresco en una tienda en la que por fin me cambiaron. Me senté en un banco de madera, oyendo el sonido de la fuente, contemplando a los guiris fotografiarse a un lado y otro. Abrí un periódico que encontré y comencé a leer, disfrutando de una agradable mañana soleada. En cuanto destapé el bocata, un ejercito de palomas me rodeó intentando que compartiera mi desayuno con ellas. Algunas las más valientes incluso se posaron encima del banco. Duré una media hora, y mientras volvía a casa comprendí que todas las vueltas dadas era una jugada del destino, para darme un fantástico desayuno en la preciosa Sevilla.

 


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