Revista Cultura y Ocio
Salgo a las 7:30 a.m. Media hora antes de lo acostumbrado. El objetivo es llegar con el tiempo suficiente de tomar un café. Esas horas de la mañana son las mejores para escribir. A las 8:36 En Los Tres Tréboles pido un cortado. Me siento en una mesa del rincón y abro mi agenda. Tengo una agenda de tapas verdes y acolchadas, en ella es donde bosquejo muchas veces mis entradas. Hoy escribo en la página del 9 de julio. Al estar a 19 de noviembre mi calendario de escritor va atrasado 133 días. Mi agenda encabeza siempre el día con un pensamiento; hoy toca una frase de Truman capote: "El fracaso es el conocimiento que da sabor al éxito". Pienso un instante. Concluyo, para mí, que me espera un postre delicioso, porque el primer y segundo plato han sido decepcionantes. Sorbo el café. Está condenadamente amargo. Tienen razón los colombianos cuando dicen que lo quemamos. Escribo con prisas unas cuantas ideas sobre "Las oposiciones" para una próxima entrada. Lo hago con una letra atroz, a propósito ilegible. En cierto modo es un seguro de privacidad. Un segundo sorbo. Al depositar la taza sin mirar ésta choca con el plato. El golpe agita el café y se desborda. Parte del líquido salta sobre mi agenda y varias gotas se esparcen centrífugas por la mesa. En la cabecera del 9 de Julio, July, Julliet, Juli; en este día Miércoles, Wednesday, Mercredi, Mirtwoch; y rodeando la máxima de Truman Capote una mancha gravitacional de café delata el crimen del descuido. Intento limpiar las huellas con servilletas. Prosigo. Escribo unas líneas y mi boli de gel agota la tinta. Pongo un recambio. Escribo un par de líneas más. Son las 8:55. Corro de nuevo al coche. Tengo el tiempo justo de entrar a trabajar.