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Por Adriana Carrasco
Es en el Museo Nacional de Bellas Artes. Se trata de fotografías, videos, gráficas y textos.
Un gran paneo documental sobre la vida del líder que logró torcerle el brazo al Apartheid. Noventa años resumidos en fotografías, textos e imágenes icónicas se presentan, con el auspicio de la Embajada de Sudáfrica -en el marco de su “Festival de Sudáfrica 2010: celebramos con Argentina su Bicentenario”, en el Museo Nacional de Bellas Artes. Esta muestra celebra también los veinte años de la liberación del sudafricano. Se llama “Mandela: camarada, líder, preso, negociador, estadista”.
Luz tenue y grandes paneles que combinan material visual y escrito. La idea central de Christopher Till -director del Museo del Apartheid en Johanesburgo y curador de la muestra- fue entregar un Mandela concreto, histórico y político. “Nos interesa ir por detrás del ícono Nelson Mandela y mostrar quién es realmente. Explorar qué influencias llevaron al primer presidente de la Sudáfrica democrática a tener la cosmovisión que le permitió, después de 27 años en la cárcel, salir y decir: ‘Hola, mi hermano, vamos a construir una nación juntos’”.
Para eso tuvo que arrancar la figura de Mandela de los estampados de remeras. Una manera de romper la convivencia casi inocua con las figuras de Marilyn Monroe y el Che Guevara. El texto en las gigantografías, que operan al modo de pantallas de información, cumple holgadamente ese propósito.
Más allá de este tono general asoma una pequeña sorpresa. Eligieron para ubicarla una columna, dando la espalda al resto de la exhibición. La sorpresa es una enorme caricatura de Mandela sobre fondo negro. El hombre se estira y dice con su globito de historieta: “Icon? Aikona”. O sea: “No, de ninguna manera. No soy un ícono”.
La caricatura alude a que el líder sudafricano siempre supo llevar una buena dosis de humor irónico de sí mismo en su caja de herramientas políticas, junto con una paciente capacidad de negociación. Es que Mandela siempre tuvo presente que la clave de su lucha consistía en llevar al régimen racista a la mesa de negociaciones. Ese imperativo puede extraerse como factor común en el recorrido fotográfico de las distintas acciones políticas llevadas a cabo por el líder. Pero la caída del Apartheid no hubiera sido posible -y mucho menos el humor en medio de la adversidad- sin la enorme base de un movimiento de masas. El impulso de esta fuerza popular aparece en la proyección de un documental donde puede verse a Mandela en un enorme estadio, ovacionado por las multitudes. Este es el líder de los últimos años, el que decidió cimentar un nuevo país sobre la premisa del perdón. Y esto no es sorpresa. Justamente al comienzo del recorrido había podido verse al pequeño Nelson formándose en instituciones cristianas.
Más allá del tema de la muestra, resultaba imprescindible preguntarle a Christopher Till, en su traje de director del Museo del Apartheid, cómo se dio en la práctica el proceso de perdón y reconciliación. Sobre todo cuando se tiene, frente a uno, una enorme fotografía de un barrio muy pobre con un cartel que advierte: “Cuidado con los nativos”. La imagen es de 1952.
Till reseñó que en el terreno de las artes, la reconciliación no fue un proceso complejo. “El arte y la cultura son una forma de mediación. Por eso fue fácil acompañar el proceso político que se estaba viviendo. Las artes siempre han estado en oposición al Apartheid. Se sigue reexaminando lo que sucedió en aquel momento, pero tratando de no contar la historia de Cenicienta simplificada. Arte y cultura siempre van a estar a la vanguardia cuestionando al gobierno y cuestionando ese pasado”. Sin embargo, Till no deja de reconocer que hubo unos pocos artistas que estuvieron a favor del Apartheid. “Su arte fue totalmente efímero. Así que, nada”. Al decir “nada”, quiere señalar que no hubo necesidad de ajustar cuentas con ellos.
Fuente: clarin.com