Revista Cultura y Ocio

Manderley en venta y otros cuentos - Patricia Esteban Erlés

Publicado el 30 agosto 2022 por Elpajaroverde

"[...], porque anoche soñé que volvíamos a Manderley", dedica Patricia Esteban Erlés su cuento Vania a un tal J. Por J comienza el nombre del protagonista masculino de ese relato. No sé si Joaquín y su pareja -quien nos cuenta esa historia- soñarían con regresar a su Manderley particular, lo que sí es seguro es que sus sueños ya no son conjuntos. Los separa "el gran abismo que había entre nosotros, el foso en el que se había precipitado, como un niño perdido, aquel amor que antes nos parecía a prueba de bombas". "Apenas decíamos nada y a veces íbamos cogidos de la mano, pero aquel gesto, como todos los demás, había perdido su significado inicial y apenas era ya un remedo de sí mismo. Las manos entrelazadas de dos caminantes que no encontraban el camino de vuelta, el contacto desmayado de dos suicidas, cuyos dedos rígidos se buscaban en la oscuridad y enhebraban algo parecido a una oración". No, el hombre y la mujer que permanecen juntos por su perro Vania no encuentran el camino de regreso a Manderley porque, sin saber muy bien cómo, sus respectivos pasos hace tiempo que emprendieron senderos diferentes. Manderley es el lugar donde pudieron ser felices. Manderley es lo que casi fue y no fue. Manderley es la nostalgia por la felicidad perdida y el miedo a los fantasmas que espantan esa felicidad.

Habréis pensado -estoy segura- en Rebeca; no sé si en la novela de Daphne Du Maurier o si en la película de Hitchcock (tal vez en las dos). Habréis pensado en una casa y en todo lo que representa. Qué importantes son las escenografías y los ambientes. Qué fantástica creadora de atmósferas es Patricia Esteban Erlés.

Manderley en venta y otros cuentos - Patricia Esteban Erlés

No hay ningún cuento titulado Manderley en venta en el libro que os traigo hoy, pese a lo que pueda dar a entender su título. Sí hay una casa que se vende en uno de ellos -porque libro de relatos sí que es- y sí que también en el mismo se menciona Manderley. Lo hace la niña que cada verano se ve obligada a representar para su abuela el papel de su tía muerta en la infancia. Lo hace al encontrarse una casa de muñecas durante uno de esos veranos en la casa de la abuela. El dormitorio de la casita le fascina y le recuerda al de la Rebeca de Manderley. Recuerda también la narradora de Historia de una breve alma en pena -tal es el título del cuento en cuestión- "que siempre pensaba lo mismo (ojalá pudiera cerrar los ojos y abrirlos de nuevo para encontrarme viviendo aquí, en esta habitación de princesa, ojalá pudiera vivir aquí y la abuela no me encontrara y se volviera loca o se muriera de un susto)".

La casa de la abuela de la aspirante a habitante del Manderley en miniatura me huele a alcanfor, a rancio intento de preservación y a aire viciado de tiempo detenido. La casa de Celebración, relato en el que un hombre lleva a cenar a su novia a casa de su madre para presentársela, se me antoja decadente, todo artificio y decorado. Para mí tiene un sabor dulzón, pues a saber qué mecanismos de mi mente han visto en esa madre sureña y clasista a la bruja de Hansel y Gretel. Es este, además de uno de mis favoritos de este libro, un cuento con un final un tanto desconcertante pero que a su vez se me antoja terrorífico. El apartamento del soberbio e inquietante Habitante me huele a cloro, no en vano, aunque es la vivienda con la que lleva tiempo soñando su nueva propietaria, el cuerpo de la anterior fue encontrado flotando en la piscina comunitaria. El cuarto de las niñas gemelas de El juego a saber por qué me devuelve a La habitación de Nona de Cristina Fernández Cubas, relato mucho más complejo y ambiguo que el de Esteban Erlés, el cual, este último, aunque disfrutable, me ha resultado un tanto predecible, todo hay que decirlo. El sanatorio mental de Cantalobos, en el que se encuentran ingresados una mujer esquizofrénica y su pareja, que se fingió loco para no separarse de su amada, es el negativo de la cordura convertido en luz blanca, es el hogar de los invisibles, es poesía muda y delicada. La mansión con el jardín desde el que una aburrida mujer de hierba observa lo que sucede al otro lado de una ventana y el resto de escenarios de Me puedo hacer verdad tienen un puntito gótico y tétrico de sabor ponzoñoso que me trae reminiscencias de los ambientes recreados en Las amantes boreales de Irene Gracia y Las sangres de Audrée Wilhelmy.

Manderley en venta se publica en 2008 y es el primer libro de la escritora aragonesa Patricia Esteban Erlés. La editorial Páginas de Espuma, que de la mano de Viajar leyendo autoras tan fantásticas lecturas de cuentos me está deparando este 2022, ha tenido a bien reeditarlo en 2019 con esa a mi entender maravillosa imagen de portada (cubierta, para ser precisos y como apuntaría Marian, mi bloguera bibliotecaria favorita). Lo hace con el título de Manderley en venta y otros cuentos y, aunque no estoy completamente segura, creo que es una fusión entre esa opera prima y Abierto para fantoches, segundo libro de la escritora zaragozana publicado también en 2008. Reúne el mágico número de doce cuentos y todos ellos tienen algo inquietante. En todos hay un aura de amenaza. En Ada Neuman, la nueva vecina que llega al edificio en el que vive la narradora y que termina por despojar a esta de su vida y su familia, leo, por ejemplo: "pero no pude evitar escuchar la puerta del 3.º B cerrándose lentamente, dejando aquellas dos maletas de actriz de cine abandonadas en el rellano, con el reflejo de una niña de siete años atrapado para siempre en su interior". Y en la ya mencionada El juego, en el que la gemela de la narradora la atemoriza haciéndose pasar por muerta, me encuentro con lo siguiente: "no soportaba mirar a Laurita cuando se quedaba tan quieta, pero no podía hacer otra cosa. Me quedaba junto a la cama, viendo flotar sus rizos negros contra el almohadón de raso, como la cabellera fosilizada de aquella actriz famosa que se tiró al río y salió en todos los periódicos. Cuando mi hermana cerraba sus ojos era como si se apagaran de pronto todas las estrellitas blancas que le brillaban dentro. Laurita parecía más que nunca una muñeca, y me daba miedo mirar sus fosas nasales de adorno, sus largas pestañas disecadas en torno a los párpados, las manitas cruzadas sobre el pecho igual que las de la abuela Silvia cuando aquel hombre flaco de la funeraria nos dijo que podíamos pasar a verla, porque ya estaba arreglada. El vestido de seda azul que mamá nos ponía a las dos los domingos dejaba de ser idéntico al mío y se convertía en la tulipa inmóvil de una lamparita. Las piernas de Laura parecían dos palillos enfundadas en sus medias blancas, y terminaban en un par de merceditas de charol negro, muy relucientes y con sus suelas nuevas. [...] Eso era lo peor, sus zapatos nuevos que nunca llegarían a gastarse".

Se nota que la escritora zaragozana ha bebido y se ha inyectado en vena literatura de la buena y que tiene, por tanto, magníficos referentes. Hay en sus historias una mezcla entre sabor clásico y realidad contemporánea, una fusión entre lo añejo y lo nuevo que funciona admirablemente bien. Asimismo, su prosa, aunque siempre sugerente, puede ser prosaica y centrarse en asuntos mundanos como por ejemplo el sexo -arma que utilizan las mujeres de Una y Otra, relato en el que dos mujeres compiten ferozmente por ser la amante favorita de un mismo hombre para reafirmarse a sí mismas; que está muy presente en De culos y manzanas, historia que narra el desenamoramiento de un hombre obsesionado por el culo de su ex (se me ha escapado por momentos la sonrisa durante la lectura de este relato, pero, si ahondamos bajo su literalidad, es para tomárselo en serio y, además, su final es muy revelador); y que fugaz, así como más elegantemente, aparece en forma de fetiche en los pies enfundados hasta para dormir en sandalias de tiras negras de esa rusa que había descubierto "que había lugares donde pueden enseñarse los dedos de los pies sin peligro de que se congelen" y que es la novia del hombre que la lleva a cenar a casa de su madre en Celebración- o puede también -la prosa de Esteban Erlés- transformarse en poética y crear hermosas imágenes, como la armonía musical que supone la colada íntima de Ada Neuman a los ojos del adolescente hijo de su envidiosa vecina o la descripción en ese mismo relato del sonido del aire acondicionado que, procedente de la vivienda de la vecina de cinematográfico nombre, detecta la insomne en plena ola de calor madre del inocente y joven voyeur de ropa interior: "Escuché el ronroneo de aquel céfiro artificial durante horas, imaginando el balanceo lúbrico de las cortinas de gasa blanca de la cama de Ada Neuman, el siseante avance del frescor por el pasillo, colándose en la boca del jarrón rojo hasta producir una misteriosa música de tuba en su interior, un rumor marítimo de caracola cuya belleza solo yo era capaz de valorar en su justa medida". Tampoco se me ocurre una manera más hermosa de comenzar un relato que la de Cantalobos, ese cuento en el que, a entender de su narrador, los locos se confunden con los muertos y los muertos solo pueden ser vistos por los locos: "En Cantalobos se aprende enseguida que la locura es blanca y silenciosa como un gato de angora. A los recién llegados se les va prendiendo del pelo sin hacer ruido, igual que las telarañas cuelgan del techo en una casa abandonada, y pocos días después ya se ha apoderado de ellos, los ha convertido en estatuas detenidas que aparecen sin más, poblando una esquina del patio o medio ocultos tras la puerta de la capilla. Pienso en eso, en que la locura es blanca, y que repta a través de los cuerpos, mientras Cecilia y yo caminamos hacia nuestro banco como una pareja de novios".

El desvanecimiento de lo que creíamos poseer o el deterioro por el paso del tiempo es algo común en varios de los cuentos incluidos en este libro. Las goteras en el amor de la joven pareja de Vania, de la que os hablaba al principio de esta entrada, derivan en el desahucio de su relación. "La mujer a la que quería y con la que había pasado el último año y medio de mi vida se había desintegrado en menos de un mes. No había cadáver por el que llorar", constata el hombre de De culos y manzanas. El joven médico de Línea 40, que viaja en esa línea de autobús con un fatal diagnóstico entre sus manos, rememora incrédulo esa época, aunque reciente ya pasada, en la que pareciera que tanto en su vida personal como profesional se hubiera limitado "a pisar baldosas iluminadas, como si jugara a una rayuela de la buena fortuna que alguien ha ido trazando en su camino". La noche en la que la mujer de Me puedo hacer verdad celebra su vigesimoséptimo cumpleaños su marido, en el ocaso de su vida, aborrece más que nunca a esa mujer que antes adoraba. "Ambos nos contemplamos con inquina en la superficie lisa de estaño, y durante un instante me dio la sensación de que ya estábamos muertos y que de nosotros solo quedaba aquel retrato de marco dorado. Un cuadro viejo, arrumbado en cualquier desván, donde aparecían, deslucidos por el tono sepia del tiempo, un fauno peinado con raya en medio y sus bigotes puntiagudos teñidos con pez, de pie junto a la butaca donde una ninfa en bata rosa y con el cabello cortado a lo garçon esperaba sentada, con ojos de desencanto, el fin de su juventud".

Pero el recurso estrella de Patricia Esteban Erlés en estos cuentos es algo que, a falta de que se me haya ocurrido algo mejor, voy a denominar dualidad, aunque también podría haberme referido a él como fusión, pues ocurre en muchas más ocasiones de las que creemos que los antónimos son los mejores sinónimos. La autora utiliza este recurso con diferentes versiones como son la conversión o la desaparición. Recurre a él como efecto final en cuentos como el clorado Habitante o el del hombre que viaja en la Línea 40 y que por momentos se encuentra deseando cambiarse por un indigente a quien le augura un futuro, aunque miserable, más largo que el suyo o por una antigua compañera de instituto que a pesar de sus ilusiones marchitas aún provoca deseo y desprende vida, pero también hace uso de este recurso de manera más sutil al salpimentar con él algún que otro de sus cuentos. En este sentido, es significativo que las hermanas de El juego sean gemelas, así como el título Uno y Otra, que da nombre al relato protagonizado por las dos femmes fatales en el que leo cosas como "Una y Otra se conocen tan bien que podrían ser la Misma" o "Una es el fantasma de Otra, Otra es el eco de Una". Igualmente, la usurpadora Ada Neuman, que probablemente ignore la existencia de la mujer a la que su presencia tanto perturba, puede entenderse como la imagen especular que a su vecina le gustaría tener por reflejo. Esa mujer distinguida es todo lo que anhela ser y tener y ni es ni tiene. Como dice la cumpleañera de "no hay en el mundo nada tan peligroso como una mujer a la que nunca le sucede nada "Hablas como Shakespeare", le comenta esa mujer a su amante, más joven que ella al igual que ella lo era respecto a su marido. "Sí. Es porque tú lo quieres así", le responde este solícito. Los fantasmas que nos amedrantan y que habitan el Manderley particular que todos tenemos no son más que nuestras propias sombras. Y si la voz narrativa de Patricia Esteban Erlés, que aunque consolidada se siente nueva, tiene un sabor añejo es porque todo está escrito, porque todo lo que nos sucede o podría sucedernos ya ha sucedido o sucederá. Como le susurra a la mujer de ". Como añadiría yo, no hay una imaginación más desbordante ni una angustia más lacerante que las de las personas que están descontentas con sus vidas y consigo mismas. "Lo sé todo, mi amor [...]. El pasado es un prólogo". Me puedo hacer verdad, Me puedo hacer verdad su enigmático amante,

Manderley en venta y otros cuentos - Patricia Esteban Erlés

Editorial: Páginas de Espuma

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