Revista Cultura y Ocio

Mandiles Azules...

Por Ricardofernandez
Mandiles Azules...
Mandil masónico atribuido a Voltaire, conservado en los fondos del Museo de la Francmasonería del Gran Oriente de Francia
En medio de una conversación telefónica, la mañana del día de hoy ha traido consigo una noticia que juzgo buena: La aparición de un nuevo espacio en internet dedicado al conocimiento de una sensibilidad especial que constituye una seña particular del Gran Oriente de Francia (aunque no la única ni exclusiva). Este nuevo sitio, animado por miembros de Logias del Gran Oriente, se llama "Mandiles Azules", y tiene por objeto el mejor conocimiento y promoción de la dimensión pública del Rito Francés, siempre según la experiencia de quienes trabajan en la más antigua de las Obediencias masónicas de la Europa continental.
En un primer momento he que reconocer que me gusta lo que veo, y que decir que tengo ganas de colaborar con la iniciativa es decir bien poco. Y es poco por lo que explicaré a continuación:
Cuando era niño los educadores quisieron guiar mis pasos hacia el estudio de las matemáticas, entendidas entonces como el único conocimiento útil que podía transmitirse a un infante. Así, mi padre machacó cuanto pudo aquel hierro frío con la idea de que aprendiera a cubicar carros cargados de mercancía. Por su parte, Don Valentín, el profesor de la disciplina en octavo de E.G.B., no dejaba pasar un día sin recordarnos con su voz de vinagre aquella letanía de "la matemática es flor de la vida, luz de la inteligencia" (sic). El gran logro de todos ellos finalmente consistió en que servidor, pasara doliente como una exhalación por los dos primeros años de bachiller para zambullirse entre latines y letras.
Con el Rito Francés me ha sucedido algo similar. Uno, que aunque se haya callado hasta la fecha conoce la trastienda de la cocina y la calidad de lo que se viene echando en la olla, no ha podido evitar rehuír cierta forma de hacer que lógicamente sí seduce a los bien intencionados comensales, que perciben el aroma desde el comedor desconociendo la presencia de conservantes, potenciadores de sabor y colorantes en el plato (sobre todo de colorantes). Metáforas aparte, encuentro que quizá ahora ha llegado un momento anhelado, y con él, de nuevo el gusto por algo muy querido. Ver, veremos.
No constituye ningún misterio -y lo digo con orgullo- el hecho de que mi interés se vuelque siempre con cuanto sucede y se hace en el seno de la Obediencia de la que formo parte. En ella trabajo. Con ella únicamente me comprometo porque son sus principios los que me han seducido tras vivir otras dos experiencias masónicas o pseudomasónicas fracasadas. No quiero con esto decir que menosprecie el trabajo de otras Obediencias. Ni muchísimo menos. Cada cual tiene perfecto derecho a caminar como mejor considere por los senderos que encuentra al vivir esta experiencia. Pero reconocido el respeto al trabajo ajeno hecho desde el rigor y la seriedad, mi posición es otra: Echaba en falta ya desde hace tiempo un hueco ajeno a todo eso que, acertadamente en mi opinión, se ha venido en llamar ritolatría o -hace pocos días lo leíamos en un certero artículo- maniqueísmo ritual.
Confío en que la página que me lleva a hilar estas reflexiones -Mandiles Azules- sepa evitar el peso y presencia de la vanidad, sin duda el peor mal que aqueja desde su retorno a la masonería española. Si es así, contará a buen seguro con muchos apoyos que comparten una única finalidad: Que el Gran Oriente de Francia, a pesar de las sempiternas inclemencias del tiempo, siga navegando como lleva haciéndolo desde hace tres siglos, llevando consigo el viento de la libertad.
Suerte, Mandiles Azules. Suerte, gracias y adelante.
Et si omnes, ego non.

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