Parecería que leer un libro -para ser exactos: descifrar, comprender e interpretar los símbolos impresos en sus páginas- es algo que todos los lectores hacen igual. Sin embargo, como cualquier observador atento sabe, existen infinidad de maneras de leer. Está la del lector ávido, que recorre las líneas casi sin darse tiempo a captarlas, que pasa las páginas como abocado a una carrera contra sí mismo, donde todo lo que cuenta es llegar a la meta; está su antítesis, la del lector concienzudo, que alarga cada página hasta extremos insospechados, releyendo aquí y allá una frase, o volviendo atrás de vez en cuando para comprobar un dato, no sea que se le haya pasado algo por alto. El primero puede devorar una novela en una tarde. El segundo, tarda semanas en completar su lectura. Entre estos dos extremos, caben muchos grados de velocidad y de atención. Es posible también que estos dos tipos de lectura coexistan en un mismo lector, según el momento o la obra de que se trate.
Asimismo, hay grandes diferencias en el lugar y la postura elegidos: desde el lector que lee casi exclusivamente en la cama -o tumbado cómodamente en un sofá- hasta el que no sabe hacerlo si no es sentado, a ser posible en una silla de respaldo recto, con el libro apoyado en una mesa frente a él. Pero probablemente la gran línea divisoria en cuanto a maneras de leer es la que podríamos trazar entre los "con lápiz" y los "sin lápiz". Los primeros sostienen que, para llevar a cabo una lectura productiva, es preciso realizarla subrayando o anotando abundantemente el texto; para los segundos, emborronar el libro es lo más parecido a una herejía.
"Sentimos demasiado respeto hacia la palabra impresa, somos demasiado poco conscientes del poder que las palabras tienen sobre nosotros. Permitimos que las palabras aparezcan ante nosotros sin detenernos a pensar en sus consecuencias [...] Nos entusiasmamos con historias, ya sean ficticias o "verídicas", cuyas conclusiones son manipuladoras o interesadas, o ambas cosas. Si un texto muestra los estigmas de la literatura -símbolos, metáforas, narradores poco fiables, puntos de vista múltiples, ambigüedades estructurales- le concedemos un crédito ilimitado."
Para Parks, la única manera de realizar una auténtica lectura atenta y crítica es armado de un lápiz. Y recomienda hacer tres o cuatro marcas por página, ya sea subrayando, con un signo de interrogación o dejando la propia opinión en un comentario: "Espléndido", "No lo creo" o "¡Vaya tontería!".
Armados de este artilugio, nos cuenta, sus alumnos, consiguieron cambiar su manera de leer.
"El mero hecho de tener la mano dispuesta para la acción cambia nuestra actitud hacia el texto. Ya no somos consumidores pasivos de un monólogo, sino participantes activos de un diálogo. Mis alumnos comentaron que su lectura se hizo más lenta al tener un lápiz en la mano, pero al mismo tiempo el texto les pareció más denso, más interesante, aunque fuese sólo porque ahora podían sentir cierto placer en su respuesta frente a él."
No me cabe duda de que, de este modo, la atención de sus alumnos mejoró, de que su participación en el texto resultó positiva. No obstante, el artículo en cuestión lleva el título de "A Weapon for Readers"[Un arma para los lectores]. Y, de algún modo, uno tiene la impresión de que Parks aboga por un tipo de lectura un tanto agresiva, siempre alerta frente al texto, como si fuese necesario defenderse de él. Personalmente no creo que exista únicamente una "buena" manera de leer. Cada lector acaba por encontrar la que más le conviene, la que más se ajusta a sus hábitos y a sus gustos literarios. Por mi parte, mientras que me resulta útil subrayar los libros de estudio -pero casi nunca dejo comentarios en ellos-, pocas veces emprendo una novela armada de un lápiz. Si lo hiciese así, no podría dejarme llevar por el embrujo del texto. Que es justo lo que Parks desaconseja.
Como dice en este cartel Alfred Döblin: "Leo como la llama lee la madera". Aunque el resultado, espero, sea algo más que cenizas.