Imagen | Galicia auténtica.
Formaba parte de su idiosincrasia, una convivencia tácita entre el hombre y el mar, que afrontaba con naturalidad, sentado en las rocas observando con parsimonia el Océano Atlántico.
Manfred Gnädinger, el alemán de Cartelle (A Coruña, Galicia), fue un hombre singular, y tan singular fue que muy poca gente conoce lo que hizo, aunque cuando lo conocen, su vida para por un instante, y se sonríen.
Loco, visionario, un chamán, o un artista quizás, Manfred se dedicó a vivir aislado pero en sintonía con el mundo durante más de 30 años, en un ecosistema creado por el mismo, admirado por los demás, pero también destruido por estos.
Gnädinger era un alemán que llegó a Cartelle, un pequeño pueblo costero de la Costa de Camariñas (A Coruña – Galicia) en el año 1.962. Allí, ante la costa, se construyó un hogar, y dedicó su vida a su jardín y sus curiosas esculturas hechas con piedras marinas, que llegarían a confundirse con el entorno. Más de 30 años dedicados al arte vivo, pero también a las demás artes plásticas que hicieron de él una atracción local; eso, junto a su aspecto de ermitaño (pelo largo y barba blanca), vestido solamente con un taparrabos, hiciera el tiempo que hiciera; y su forma de vida (vivía sin electricidad, era vegetariano y sólo comía aquello que él cultivaba) tocaron la sensibilidad ecológica de algunas personas.
Su arte era curioso: unas esculturas de piedra y restos animales y de flora marina que se integraban con la playa y su trocito de costa. Lo único que Man pedía era limosna para poder mantener su exposición viva después de su muerte, además de que los visitantes dibujaran en libretas su concepto de lo que habían visto.
Su muerte es seguramente el recordatorio de la fragilidad de la vida y lo tremendamente malvado que puede llegar a ser el ser humano.
El 13 de Noviembre de 2.002, sería el principio del fin de la vida de “El alemán de Cartelle”. El petrolero “Prestige” encallaba en la Costa da Morte, causando uno de los desastres naturales más importantes de la historia. Pasados casi 9 años de la catástrofe, las imágenes siguen muy presentes en la sociedad gallega.
El chapapote absorbió la totalidad de su obra, tiñéndola de un negro premonitorio de lo que pasaría con el “Alemán de Cartelle”. Días después, su voz languidecía algunas palabras: “El petróleo me ha matado la vida, Se me han ido las ganas de vivir. He tirado la toalla”.
El 28 de Diciembre de 2.002, Manfred Gnädinger moriría en su refugio frente al mar que tanta vida le dio. El 30 de Diciembre de 2.002, se celebró su funeral, entre cientos y cientos de personas, que velaban uno de los símbolos de la terrible catástrofe del Prestige. Su legado quedará para el recuerdo de propios y extraños.
Hoy día, varios años después de su muerte, numerosas asociaciones luchan porque las instituciones mantengan viva la memoria de este personaje y sobre todo, su obra. Lo malo es que lo segundo no lo han conseguido, y el mar, poco a poco, se va llevando todo lo que en su día le dio. Ya queda poco que ver en el “Museo de Man”, pero Camelle no olvida a su personaje más peculiar.
Fuente | SobreGalicia.
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