Venezuela con su tierra fértil a más no poder está poblada de matas de mango en sus cuatro puntos cardinales. Los hay de diferentes tipos, tamaños, colores y sabores. Tanto, que en las autopistas algún muchacho ofrece la exótica tentación de mangos con sabor a piña o a durazno, pues parece que ahora está de moda comer frutas que saben a otras frutas. Son deliciosos, eso es innegable.
Hace unos días el aparato propagandístico del régimen que ya perdió la cuenta de los fantásticos intentos de magnicidio, hizo creer dentro y fuera de nuestras fronteras que la generosidad de Nicolás Maduro es tan grande, que premió con una casa la agresión de una mujer que presa de la desesperación le tiró un mango a la cabeza.
En lugar de reírnos debimos pensar que el presidente de un régimen paranoico dedicado a denunciar a cada rato y sin pruebas intentos de asesinato, no debería moverse con tanta tranquilidad por la calle. Por lo menos no si pretende hacernos creer que de verdad hay gente conspirando para acabar con su vida. Sin embargo, sale y monta un teatro en el que se topa con una señora atrevida que se gana una casa por tirarle un mango a la cara, una petición de ayuda comprensible pero mucho más peligrosa que la hecha por Yendrick Sánchez en la Asamblea Nacional. Para quien no lo sepa, ese fue el muchacho que el 19 de abril de 2013 interrumpió el discurso del entonces recién juramentado Maduro, una gracia que le costó 18 meses de cárcel.
A Sánchez no le regalaron una casa porque el suyo sí fue un verdadero acto de espontaneidad. Es una pena que se le haya ocurrido en ese momento y no ahora cuando toca ponerse espléndidos regalando camionetas y casas a ver si con esas dádivas se sigue manteniendo a flote la revolución del saqueo que ya no puede ocultarse con barcos petroleros, y mucho menos tras las colas obligatorias para comprar comida únicamente el día que corresponde al terminal de la cédula de identidad.
Sabiendo entonces la enorme necesidad de comida, medicinas, vivienda, hospitales, vehículos, ropa y calzado que hay en el país. Quedando plasmada la generosidad del manirroto de Miraflores deseoso de la popularidad que sólo el dinero público puede comprar, y conociendo la facilidad de acceso a la amplia diversidad de mangos que tenemos, pues se trata de una fruta que predomina en los patios, cualquier vecino te regala, y en el peor de los casos, sale muy barata en los puestos callejeros, ¿qué estamos esperando para mandarle peticiones?
Ya sabemos que a Maduro no le gusta que lo asusten arrancándole el micrófono, él prefiere los mensajes directos. También sabemos que tuvo que recurrir al equipo de propaganda para montar la escena. Tendríamos que ser más considerados y ahorrarle a esa gente el trabajo de buscar voluntarios dispuestos a prestarse a una mentira. Hagamos que sea una realidad, el ejemplo está dado: tira una fruta para ganarte una casa. En el país donde el deporte nacional es el béisbol, y los mangos abundan, ¿por qué no expresarle nuestra desesperación, y hasta nuestro cariño al desprendido Nicolás? ¿Por qué renunciar a semejante recompensa?
Ya no será difícil averiguar sus gustos, con tanta fruta es posible ponerse creativos. De pronto las guayabas podrían utilizarse para las peticiones más modestas como un bote de champú o desodorante ¿Para los pañales preferirá almendrones o mamones?
Piénsalo Venezuela, lo tienes todo para ser feliz: puntería, fruta y un régimen populista que se contradice y lo mezcla todo convirtiendo las políticas públicas en un plato de arroz con mango que debe ser pagado para conseguir quien se lo coma.
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