Título: La guerra de Nuevo Marte (IV)
Autor: Martín Xicarts
Portada: Howard Porter y Eddy Barrows
Publicado en: Enero 2017
Iguales contra iguales. Hermano contra Hermano. Marciano contra Marciano cuando J'onn se la última esperanza de Undara para sobrevivir a este ataque. ¿Podrá nuestro héroe sobrevivir?
Resumen de lo publicado: J'onn llega a Undara con la intención de detener el ataque de los marcianos contra el planeta. Pero ni la ayuda de Cayan o el Green Lantern Al-Exim podrían ser suficientes para luchar contra aquellos que tienen sus mismos poderes y habilidades.
Nota: Como vas a poder comprobar, en este relato aparecen un buen montón de marcianos que no habían aparecido o no lo habían hecho hace mucho tiempo en los comics. Para facilitarte identificarlos, te recomendamos que leas el siguiente artículo.
Ese podría haber sido el final. J’onn finalmente podría haberse reunido con su esposa y su hija para ser feliz. Después de todo, ¿por qué no? Había vivido una vida larga y plena, llena de sufrimiento y heroísmo. Salvó millones de vidas y sirvió a la justicia como uno de sus mejores soldados. Lo había dado todo... y lo había perdido todo. Era su turno de pensar en sí mismo por una vez, de buscar lo mejor para su futuro.
Pero había una cosa que no podía cambiar: era J’onn J’onzz y no se rendiría hasta que todos estuviesen a salvo. Por esa razón, cuando vio la espada marciana caer sobre ellos, sacó fuerzas de donde no sabía que las tenía y usó su cuerpo como escudo para proteger a Cay’an. La espada golpeó su pecho, magullándolo, y se quebró sin provocarle ni siquiera un corte.
N’or Cott se quedó contemplándolo, sin entender lo que veían sus ojos. Aquello no tenía sentido. El acero marciano podía atravesar la piel de cualquier habitante de Marte, sin importar qué tan resistente fuera.
―Imposible… ―murmuró, sin apartar la mirada.
Cay’an también observaba sin entender, pero no se quedó inmóvil ante los acontecimientos. Se irguió con rapidez y se paró frente al Comandante de Marte II, dispuesta a enfrentarlo de ser necesario. Él, sin embargo, sólo tenía ojos para J’onn.
―No tiene sentido… excepto que… ―los ojos de N’or brillaron cuando una idea asomó a su mente.― Claro, los pendientes Kuru(1) . Los llevas puestos.
J’onn J’onzz le sostuvo la mirada, sin responderle, y poco a poco se puso de pie. Seguía en su forma marciana primaria y todavía portaba a la vista las heridas que le provocó el fuego. Su estado no era el idóneo para pelear, pero no tenía opción si quería vivir.
N’or Cott tenía razón: J’onn había unido a su ser los pendientes Kuru de Marte, depositarios de la ciencia y conocimientos marcianos. Todo lo que alguna vez fue su civilización estaba guardado en ellos. Su importancia era más que inestimable. Y, además, portaban un pequeño secreto: su invulnerabilidad. Los Ancianos de Marte los habían construido para que duraran por siempre y no podían ser destruidos por prácticamente nada, ni siquiera el acero marciano.
―Muy bien ―repuso N’or Cott, mientras arrojaba la espada rota a un costado.― No necesito de este estúpido acero para asesinarte.
―No tienes que hacer esto, N’or ―le dijo Cay’an, esperando tocar su lado más compasivo, aunque no esperaba resultados favorables. Sabía que el marciano estaba dispuesto a llegar hasta el final.
―No te atrevas a hablarme, perra traidora ―respondió furioso el Manhunter fronterizo. Inmediatamente, y para reforzar sus palabras, N’or Cott llevó con furia su puño hacia ella y de un golpe la mandó a la estratósfera. La enorme masa de su cuerpo, sumada a su increíble fuerza, lo convertía en un rival de temer.
J’onn observó aquella acción completamente estupefacto, sintiéndose plenamente vulnerable ante él. Apenas podía ponerse de pie, mucho menos iba a conseguir derrotarlo a los golpes. Tenía que pensar en una forma de escapar, de buscar ayuda… de salvar a Ungara.
―Muy bien, J’onzz, vamos a saldar cuentas, aquí y ahora ―Cott alargó una de sus enormes manos hacia él y lo tomó por el cuello, asfixiándolo. Aunque, claro, teniendo en cuenta la resistencia marciana para respirar, no era un problema para J’onn quedarse sin aire. N’or Cott lo levantó del suelo y lo acercó hacia su rostro, que se encontraba unos metros por encima del marciano herido. J’onzz intentaba zafarse del agarre, pero aún no había recuperado toda su fuerza.
―Eres un genocida, Cott ―sentenció J’onn, mirándolo directamente a los ojos.
―Tu sangre ocasionó esto y tu sangre pagará su deuda.
―¡¿Acaso no puedes ver lo que hay a tu alrededor?! ¡Mira lo que le has hecho a este planeta! No trajiste más que destrucción y muerte.
J’onn respondía furia con furia. Tal vez todavía tenía una oportunidad de hacerlo entrar en razón, por más pequeña que fuera. Por otro lado, no podía evitar sentir cierta curiosidad sobre los motivos reales que tenía N’or Cott para justificar todo lo que había hecho. J’onn tenía sus sospechas, pero necesitaba averiguar la verdad.
―Peleo por la salvación de los nuestros, J’onzz, algo que tú, como nuestro líder, nunca hiciste. Voy a salvar Marte, y si eso significa que algunos mundos paguen el precio, que así sea.
―¡No voy a permitir que inocentes pierdan todo como yo lo perdí!
―¡¿Tú?! ¿Crees que eres la única víctima, maldito narcisista? ¡Tú me quitaste todo, J’onzz!
Era una dura batalla de egos y ninguno de los dos iba a darse por vencido. Sus voluntades podían percibirse como si se tratara del helado rocío de una mañana otoñal, empapando todo en pos de su avance.
―Si eso es lo que crees, entonces no habrá problema si te quito un poco más… ―murmuró J’onn. Inmediatamente, sus ojos rojos resplandecieron y comenzaron a brillar, mirando directamente a su adversario.
La batalla no iba a decidirse físicamente.
El Green Lantern Al-Exim cayó de rodillas al suelo. Su cuerpo se desplomó sin fuerzas y terminó recostado contra el cristal reforzado de la cápsula donde había sido encerrado. Tenía los ojos abiertos, pero su mirada se encontraba perdida, como si observase un mundo distante que nadie más era capaz de ver.
―Se acabó ―dijo E’ss Cott, con la voz vacía. Se lo notaba agotado, tanto física como mentalmente. Pero, en su interior, el verdadero peso lo sentía en el alma. Uar’en había dicho algo que lo dejó pensando: ¿por qué seguían mezclando venganza con justicia? ¿En qué clase de Manhunters se habían convertido?
―¿Entonces? ―le preguntó Uar’en, intrigado.
―Dijo la verdad, hizo contacto con el Corps antes de atacarnos.
―Hay que alistar las defensas.
―No.
―¿Por qué no? ―Uar’en no terminaba de entender la forma enigmática de hablar que tenían los Cott.
―Porque el Corps apenas es una centésima parte de lo que fue en otros tiempos. No están organizados, son pocos y la mayoría de sus efectivos son reclutas sin entrenamiento. Él apenas acaba de graduarse ―informó, mientras señalaba a Al-Exim.― Alguien va a venir, de eso estoy seguro, éste sigue siendo el hogar de uno de los héroes de los Green Lanterns(2). Pero tenemos el tiempo suficiente para activar la máquina.
E’ss Cott se acercó a las pantallas holográficas que comandaban la nave H’ron II y velaban por el resto de la flota.
―Re’s Eda partió de Nuevo Marte hace 6 teers(3). Viene con el marteformador.
―¿Y qué hacemos con él? ―preguntó Uar’en, mientras se inclinaba para observar al desfallecido Lantern.
―Lo encerramos. No escarbé demasiado profundo, así que su mente va a estar bien cuando todo esto termine. Es un emadertonita, tienen cerebros fuertes.
Uar’en se volvió hacia su compañero. Lo observó hacer sus cálculos y planes en la computadora, y no se atrevió a interrumpirlo, aunque sabía que quería decirle algo. ¿Dudas? Tal vez, pero tenían un trabajo que terminar. Sin más, el Manhunter tomó a Al-Exim y lo llevó a la celda que lo estaba esperando.
La Zona Silenciosa, nave nodriza de la flota marciana, surcaba el espacio entre asteroides y planetas. En el puente principal reposaba de pie Re’s Eda, ahora Manhunter Supremo de los marcianos. Observaba la inmensidad del espacio a través de los ventanales, sin que ninguno de los virélanos, de piel celeste y cabellos blancos, lo molestara. Una figura avanzó hacia él de forma prudente.
―Sé qué es lo que estás sintiendo.
Re’s Eda apenas giró su rostro hacia el marciano blanco que estaba de pie detrás de él. T’ann T’azz, también conocido como Protex, se manifestaba en su forma humanoide: alto, de cuerpo atlético y dorado como la nieve, coronado con una larga cabellera que le llegaba a los hombros. Sus ojos eran como dos rubíes luminosos, e iba vestido con una suerte de toga egipcia de color dorado que le cubría la cintura y le llegaba hasta las rodillas.
―¿De qué estás hablando, T’azz?
―El poder ―dijo Protex, mientras caminaba hacia los ventanales, alzando los brazos.― Lo sientes recorriendo tu cuerpo, cada fibra de tu ser está vibrando. Es una energía maravillosa.
Re’s no le respondió. Volvió su atención de regreso a la galaxia que lo rodeaba, esos millares de lugares abandonados, solitarios, en silencio.
―Es una droga, y como todas las drogas, va a terminar nublando tu juicio. Lo sé, lo sentí una vez hace mucho tiempo. El poder de un dios. ¿Quieres ser un dios, Gran Manhunter de Marte?
El marciano verde sonrió de lado ante aquella pregunta. Protex estaba buscando algo.
―¿Un dios? Los dioses se miden por su capacidad de destrucción. Hay muchos de ellos ahí afuera ―respondió Re’s, volviéndose hacia su eterno enemigo.― No, T’azz, yo voy a ser mucho más que eso. Voy a ser un creador.
La voz de un subordinado interrumpió su conversación, haciéndose oír en todo el puente principal.
―SEÑOR, EL TERRAFORMADOR ESTÁ LLEGANDO AL ESPACIO DE UNGARA. EL GENERAL COTT SOLICITA PERMISO PARA DEJARLO ENTRAR A LA ÓRBITA PLANETARIA.
Re’s Eda intercambió una mirada con T’ann T’azz, y luego respondió en voz alta.
―Tiene mi autorización, ejecuten el plan inmediatamente ―dijo, antes de volver a dirigirse al marciano blanco.― ¿Qué es lo que quieres, Protex?
Éste le dedicó una sonrisa.
―Finalmente. Tengo una propuesta para hacerte y sé que no la rechazarás.
Cay’an atravesaba el cielo ungarano a una velocidad vertiginosa. No podía pensar con claridad mientras sentía como su cuerpo era expulsado de la atmósfera planetaria. El vacío oscuro del espacio, pintarrajeado de estrellas, la llamaba con su voz vacía y sin vida, atrayéndola hacia sus inmensidades. Sin embargo, todo se detuvo de repente. Dejó de moverse y se quedó flotando, mientras veía al planeta azul y verde no muy lejos de ella.
Nunca antes la habían golpeado con tanta fuerza, sentía como si cada hueso de su cuerpo le doliera, pero sabía que era sólo una sensación pasajera hasta que todo se reacomodara. La curación marciana podía tomarse su tiempo, dependiendo de las heridas.
N’or Cott había liberado todo su potencial, todo el poder que era capaz de reunir, y se había convertido en una bestia instintiva y destructora, cuyo raciocinio parecía haberlo abandonado por completo. No sabía cuánto tiempo iba a aguantar J’onn allí abajo, por lo que era su deber hacer algo. Lo que fuera. Una vez que sintió que su cuerpo terminaba de curarse, Cay’an desvió su mirada hacia las lejanas naves marcianas que orbitaban Ungara, y que eran gobernadas por E’ss Cott.
”¿Qué es lo que harás para salvar este mundo?”, se preguntó a sí misma, mientras intentaba dar con una solución. Sin embargo, algo más llamó su atención: un enorme carguero espacial que estaba descendiendo a la superficie planetaria. ¿Podía ser aquella la máquina marteformadora en la que estaba trabajando Protex? Imposible, aún no estaba lista...
―Maldito seas, Re’s... ―murmuró inaudiblemente Cay’an, antes de descender velozmente tras la nave marciana.
Estaban de regreso en los desiertos marcianos. J’onn podía reconocerlos perfectamente, esas llanuras áridas que en otros tiempos albergaron la vida y civilización marcianas. El Manhunter estaba de pie en una colina, y no tardó en darse cuenta que exteriorizaba su forma primaria, aquella que a los humanos asustaba tanto. ¿Qué estaba haciendo en aquel lugar? No podía recordarlo. ¿Había ido a buscar algo?
Sí, eso era, estaba seguro. No tenía sentido quedarse allí de pie si su objetivo era encontrar algo, por lo que comenzó a caminar. La arena roja se deslizaba entre sus piernas al ser arrastrada por el viento, mientras el sol lejano chocaba contra su piel esmeralda.
―Admito que extrañaba esto, debería volver más seguido a mi hogar ―dijo en voz alta, extrapolando sus pensamientos. No había nadie más allí, ¿a quién iba a importarle si hablaba solo para variar? Un poco más adelante, sus ojos reconocieron una enorme construcción de color mostaza: una pirámide de seis lados, que se alzaba imponente, no muy lejos de donde se encontraba él.
―Gran H’ronmeer ―murmuró, mientras se arrodillaba en el suelo y se inclinaba hacia adelante, posando las palmas de sus manos en la arena. Era, después de todo, uno de los antiguos templos al dios de los marcianos, que había sido destruido en el catastrófico incendio de Maa’alef’ak, su hermano.
De pronto, la tierra debajo de él empezó a temblar y a moverse, como si se tratara de arenas movedizas. Pero no era eso, era otra cosa, algo más temible. El suelo se agrietó a sus lados y comenzó a subir, recortándose en cinco extremos. ¡Una mano! J’onn estaba arrodillado sobre una enorme mano de arena que lo llevaba hacia el cielo, mientras un brazo gigantesco nacía de la tierra. Totalmente confundido, el Manhunter volvió su mirada hacia el templo, y se sorprendió cuando éste se la devolvió. Un rostro se estaba formando en aquella construcción, un rostro que le resultaba terriblemente familiar...
¡N’or Cott! Ahora podía recordar todo con mayor claridad. Aquel sitio no era Marte, era un recuerdo, o la máscara retorcida de un recuerdo. Estaba en el subconsciente del comandante marciano, que había forzado sus poderes psíquicos para irrumpir en su mente. Poco a poco, el templo de H’ronmeer se transformó en la cabeza de Cott, mientras su brazo de arena lo sostenía frente a sus enormes ojos.
―Por fin te he encontrado, J’onn J’onzz, sabía que estabas por aquí, en algún sitio. Sentía tu presencia, tu inmunda existencia deambulando por los pasillos de mi mente.
La voz de N’or Cott se escuchaba áspera y se extendía por las amplias llanuras que simulaban ser su amado Ma’aleca’andra.
―Tu rayo psíquico me mantuvo años en una nube gris de la que no podía escapar, pero ahora podremos completar nuestra batalla. No más trucos, J’onzz, es hora de que lo pierdas todo.
J’onn J’onzz sintió como, poco a poco, los recuerdos regresaban a él. Había intentado allanar la mente de Cott para trasladar su pelea a un ambiente psíquico, donde su desventaja física no iba a importar. Pero no había calculado el golpe. El contacto del fuego y su estado vulnerable habían mermado su capacidad para controlar los límites de su poder, y mucho se temía que se había excedido bochornosamente. Lo que le había hecho al marciano era equiparable a aplastar una hormiga con una heladera, pero con sus mentes. Era una de las tantas razones de por qué los marcianos no usaban sus poderes psíquicos, ni siquiera para leer mentes ajenas cuando no era estrictamente necesario.
―Muy bien, Cott, muéstrame quién eres realmente.
Los ojos rojos de J’onn se encendieron, mientras se ponía de pie y extendía sus brazos hacia los lados, intentando abarcarlo todo. Sabía que N’or Cott había trastornado su mente a un estado más instintivo para forzar su cuerpo y volverse más poderoso. Ese proceso había debilitado la parte de su cerebro que se ocupaba de las ideas y los pensamientos, básicamente lo más importante. Una vulnerabilidad que planeaba aprovechar.
Enfocando sus poderes, J’onn deshizo el brazo de arena y obligó a su contrincante a materializarse frente a él, con el aspecto que le había conocido en su primer encuentro, hacía mucho tiempo. Allí estaba, el N’or Cott que había aspirado a la grandeza, cuya integridad no había sido corrompida, ni sus ideales mancillados. Una tormenta comenzó a desplegarse alrededor de ellos, dejándolos pronto en el centro de un tornado de arena.
―¡¿Qué estás haciendo?! ―gritó el comandante, mientras miraba hacia todos lados sin entender.
―Voy a traerte de vuelta, N’or, y voy a librarte de tu sufrimiento ―respondió J’onn, cerrando los ojos.
Las ráfagas de polvo y arenilla los alcanzaron y los rodearon, hasta que la visibilidad se volvió igual a nula, y toda su realidad se astilló en múltiples trozos, como un espejo golpeado por un poderoso martillo. N’or Cott perdió su eje y empezó a caer, acorralado por miles de fragmentos de su pasado, viejas películas que había creído olvidadas.
Allí podía verse a sí mismo, un pequeño marciano en su tierna infancia hacía cientos de años. Vio a su familia una vez más, a sus padres y a sus hermanos. También estaba E’ss, aunque no era más que un bebé. Añoraba eso, cuando todo era más simple, cuando no tenía que preocuparse por nada. Pero el dolor de sus memorias no se detuvo, porque fue más lejos, al momento en que se convirtió en un Manhunter de Marte y en que aceptó la noble tarea que había acompañado a su clan por generaciones: la protección de las fronteras de Marte. Lo había aceptado con honor, había sido muy bueno en eso. No, había sido el mejor.
Y, sobre todo, se había quedado con la chica. La hermosa M’yri’ah, que con una simple sonrisa podía dar vuelta todo su mundo. Iba a ser suya, se había prometido a él, había estado a segundos de ser el marciano más feliz que pudiera existir... Pero mientras extendía sus dedos hacia el fragmento espejado donde contemplaba a quien había sido el amor de su vida, éste le devolvió la realidad: su rival, J’onn J’onzz. La invasión de Apokolips(4), el secuestro de M’yri’ah y su posterior encuentro con quien fuera el Líder de los Manhunters. La había perdido, ese maldito bastardo se la había robado. El odio que sentía hacia J’onzz era incluso superior al orgullo herido de Re’s Eda.
―No ―dijo una voz cerca de él.
N’or se volvió y encontró a J’onn J’onzz, envuelto en su larga capa azul y ataviado con su traje habitual.
―Ella eligió, N’or. Fue su decisión, una que no nos correspondía tomar.
―¡Es mentira! Sé que le hiciste algo, ella me amaba. ¡Me amaba a mí! Y me la robaste, J’onzz, viniste y te la robaste.
―Entiéndelo de una vez, nunca nos perteneció, a ninguno de los dos. M’yri’ah eligió el camino que la hizo más feliz. Tienes que respetar eso, se lo debes.
―No te atrevas a decirme qué es lo que tengo que hacer. Yo podría haberla protegido, si no hubiese sido por ti ahora estaría viva. Al final del día, no pudiste amarla tanto como yo.
El semblante de J’onn J’onzz se ensombreció, pero no de rabia, sino de tristeza. La pena que se reflejaba en su mirada era de un vacío inconmensurable.
―Tienes razón. Fallé. Le fallé a ella. Le fallé a K’hym, nuestra hija. Le fallé a todo nuestro pueblo. Pero, especialmente, les fallé a ustedes. No fui el líder que se merecían, y me hago responsable por eso.
N’or Cott lo miró directamente a los ojos, pero prefirió no decir nada.
―He fallado, N’or, pero no voy a rendirme. No voy a dejar que se destruya todo por lo que los Manhunters de Marte han peleado durante siglos. Éramos... Somos protectores de la paz, tanto en nuestro mundo como en cualquier otro, y eso era lo que ella amaba tanto de nosotros dos ―exclamó, mientras señalaba al espejo roto que les enseñaba a su querida M’yri’ah.― Fuimos sus héroes, durante el tiempo que nos tocó amarla. Ella está todavía aquí, N’or ―dijo, apoyando la palma de su mano en el pecho de él, sobre su corazón.― Nunca nos va a dejar. Como ninguno de nuestros hermanos. Ellos esperan que demos lo mejor de nosotros. Es una pregunta simple, ¿qué es lo que vas a ser?
N’or Cott sujetó la mano de J’onn, como si pensara quitarla, pero se contuvo. ¿O cambió de idea? Tal vez era así, tal vez esa era la verdad que había rechazado durante tanto tiempo y que había terminado por consumirlo. ¿Qué iba a ser? Lo que había sido siempre: un Manhunter de Marte. Un guardián de la paz y defensor de los débiles. Ese era el camino que les había tocado a todos ellos, aunque se hubieran perdido en algún punto de la senda.
―Sácanos de aquí, J’onn, tenemos trabajo que hacer.
J’onn J’onzz no necesitó más para comprender y, en un remolino de luces y recuerdos, ambos volaron hacia la salida, que tanto tiempo los había mantenido prisioneros en aquel subconsciente.
Estaban de regreso en el Capitolio. Apenas habían pasado unos minutos desde que iniciaran la incursión telepática, pero el cielo comenzaba a aclarar, dejando atrás aquella larga noche. Ambos marcianos estaban ataviados con sus uniformes de Manhunters, y se miraban distantes, pero con respeto. Al menos ahora tenían algo en común: salvar a Ungara.
No muy lejos de ellos, todavía en el suelo, estaba el cuerpo derrotado de Bo’bbi, pero no le prestaron mayor atención. Mientras estuvo en la mente de Cott, J’onn pudo atestiguar cuáles eran los planes de Re’s Eda, y la monstruosa máquina marteformadora que pretendían usar para cambiar la base planetaria de Ungara y convertirla en un nuevo Marte. También descubrió que habían rescatado a Protex y lo tenían trabajando para ellos, pero decidió que era mejor dejar eso para más adelante. Tenían cosas más importantes de las que ocuparse.
―¡J’onzz, mira! ―exclamó N’or, mientras señalaba hacia el cielo.― Es uno de los transbordadores marcianos. Re’s debe haber acelerado los planes con la máquina.
―Bien, y ya que está aquí, voy a hacerle unas cuantas preguntas ―respondió con furia.
Ambos se elevaron en el aire y surcaron el cielo a gran velocidad hacia la nave espacial, esperando llegar a tiempo. Si Re’s activaba la máquina, Ungara nunca volvería a ser igual.
Continuará...
Si te ha gustado la historia, ¡coméntala y compártela! ;)
Referencias:
1 .- Los pendientes Kuru son un antiguo artefacto marciano que simboliza su conexión con su herencia. En su interior contienen toda la información de la rica tradición oral marciana. Fueron creados por A.J. Bierbam para el Martian Manhunter vol3 (2008)
2 .- Ver nuestra serie GREEN LANTERN CORPS para tener más detalle de qué está pasando
3 .- Medida de tiempo equivalente a 90 minutos terrestres, de nuestra propia creación
4 .- Ver Martian Manhunter v2 #26-30