La sociedad postmoderna se nos revela extraña y libertaria. Nada es lo que debería ser y cada vez se nos revela que el ser, el momento, lo concreto, supera toda consciencia y noción del deber ser. Con Hegel se decía que la modernidad exigía un proceso de autocersioramiento, y que en virtud de ellos, ella (la modernidad) se jugaba según sus propias reglas. En esa modernidad, las realidades se fundaban en conceptos racionales y no en decisiones personales. En ella los conceptos de hombre y mujer, así como las relaciones de poder existentes entre ellos tenían un respaldo histórico para el hombre frente a un discurso racional/filosófico de la mujer para reivindicar sus derechos, tantas veces menospreciados.
Ya Habermas y Lyotard nos daban pistas para entender que también la modernidad -a la que ellos mismos también se refirieron- fue superada por la postmodernidad, en donde nada es lo que en principio parecía que debía o parecía ser. Es en este contexto, el de lo postmoderno en el que el hombre, o mejor, el varón, debe volver a replantearse su rol en el mundo, en la sociedad, y en su propia vida. Lo anterior, dado que la ontología feminista ha mutadoo y actualimente ubica al varón en un nivel evidentemente inferior al suyo, responsable de un sinfín de desgracias que se le atribuyen históricamente (con razón), para legitimar toda una respuesta social que lo ubica hoy en día como alguien inherentemente malo (sin razón). El hombre postmoderno no es hoy lo mismo que era a partir de la modernidad, al menos no para ellas. La narrativa feminista postmoderna, que también es muy distinta de la narrativa feminista moderna no busca ya igualdad y respeto para la mujer sino preponderancia y supremacía, basados en una noción de desprotección de la mujer, concepto a priori que en muchos casos merece ser severamente cuestionado.
Si miramos históricamente las grandes gestas políticas en pro de la libertad, encontraremos que en ellas existe una necesidad inaplazable de sentar principios fundamentales sobre el porqué de estas decisiones liberales. En la declaración de inependencia de los Estados Unidos se proclama el principio de igualdad, junto con el reconocimiento de derechos inalienables tales como la vida, la libertad y la búsqueda de la felicidad. También con la proclamación de la Constitución de la Primera Republica francesa entendió que el olvido y desprecio de los derechos naturales del hombre eran las causas de los males del mundo, mal que debía ser remediado. Es por ello que en la realidad actual, también el hombre, aunque el feminismo postmoderno no lo considere así, merece ser feliz y merece ser respetado.
La sociedad impulsada por el feminismo postmoderno ha logrado importantes avances en sus derechos, y nada resulta más encomiable. Sin embargo, cuando dichos avances implican el desconocimiento o menoscabo de los derechos del varón, hasta allí deben llegar los comités de aplausos. Nada existe que justifique la preponderancia de derechos de una mujer frente a un hombre, en contextos en los que deben ser tratados iguales. La mujer no debe tener más credibilidad que el varón por el hecho de ser mujer, ni tiene por qué (ella sí) poder maltratar a sus parejas hombres generando orgullo en la sociedad en vez de repudio. No es la mujer la única que tiene el derecho de gozar y explotar libremente su sexualidad. También el hombre tiene ese mismo derecho, e igualmente debe ser protegido. Así como no existe derecho alguno para tratar a "la mujer" como objetos sexuales o prostitutas por el hecho de que haya un grupo de mujeres que se traten a sí mismas, o sean tratadas por otros como tales, tampoco existe derecho alguno para que "el hombre" sea tratado como un violador o golpeador, por el hecho de que lamentablemente haya hombres que golpeen o violen. Se trata de una falacia argumentativa conocida como la "generalización apresurada".
Imagen tomada de la cuenta de Twitter: @LosMaltratados
El "machismo postmoderno" como movimiento filosófico y social, es una necesidad también social para hacer frente a las agresiones verbales, físicas y discursivas que provienen de las defensoras del feminismo opresor: aquel que no busca reivindicar derechos y garantizar respeto sino que se regodea en reforzar una narrativa de la diferencia y del maltrato. El machismo postmoderno debe hacer frente a esta narrativa que presume la legítima la defensa de la mujer frente al hombre, transformándolo en un agresor por definición, y que merece ser detenido y sancionado. El machismo postmoderno ha de hacer frente a la ontología de ese feminismo postmoderno según el cual el hombre es un ser humano malo y la mujer es un ser humano bueno, por definición. Este movimiento debe analizar críticamente las consecuencias de esta nueva ontología, como son por ejemplo la posibilidad de que el hombre -en su relación con una mujer- pueda ser acusado públicamente sin fundamento y que ello esté bien, que se le golpee o insulte sin que siquiera exista agresión previa, que se le prohiba insinuar o manifestar sus gustos y deseos sexuales porque sólo hoy en día la mujer puede hacerlo de manera libre.
En un momento histórico en el que la política, los medios de comunicación y las intituciones cada vez apuntan más a normalizar la narrativa violenta y opresora hacia los varones, debemos revaluar los conceptos de lo moralmente correcto, de lo justo y de lo bueno, y analizar en qué momento el varón, por el simple hecho de existir, se convirtió en un ser que debe ceder en sus derechos y garantías frente a las de una mujer, por el simple hecho de ser mujer. El machismo postmoderno es el de lucha por el respeto y por la igualidad, lo que el feminismo alguna vez fue y siempre debió haber sido. El machismo postmoderno es aquel que no parte de la victimización para legitimar una andanada de arbitrariedades hacia la mujer, sino aquel que reconoce en el hombre un par, un igual, un ser con libertades, derechos y deberes, aquel que también merece la felicidad, y no solo merece condenas penales y sociales en su contra, por el hecho de ser y actuar como hombre.