Ciudadano Kane (1941) fue durante mucho tiempo la mejor película de todos los tiempos en las listas de los críticos internacionales, a veces reemplazada por otras obras maestras como Vértigo (1958). Vista hoy, la ópera prima de Orson Welles es un film que sigue siendo moderno, arrollador, con un discurso sobre el poder que sigue vigente. No es difícil ver en Kane una premonición de Donald Trump, por su falta de escrúpulos, sus ansias de dominio. Viendo esta vieja película de la desaparecida RKO vemos que las fake news no son algo nuevo. Ciudadano Kane es una obra revolucionaria, por su argumento estructurado en flashbacks, su arrebatada estética expresionista, esos planos picados que nos dejaban ver los techos, la fotografía de Gregg Toland, operador cuyo crédito comparte pantalla con el del inmenso Orson Welles. Detrás de todos estos logros, se esconde una figura menos conocida, el guionista Herman J. Mankiewicz, un escritor maldito que trabajó a sueldo de la mítica MGM. Él es el protagonista de la nueva película de David Fincher, Mank, que nos sorprende con un espléndido film clásico, en blanco y negro, que recupera el ritmo sustancioso de las viejas películas y el gusto por la réplica brillante y memorable. Fincher, que siempre ha sido un prodigio detrás de la cámara, un maestro de la puesta en escena, firma para Netflix una película de guión, a partir de un texto póstumo de su padre, Jack Fincher, fallecido en 2003. La película resultante es un magnífico retrato del Hollywood clásico, al que se profesa el auténtico amor: el que es capaz de ver también las sombras del objeto amado. Un estupendo Gary Oldman es 'Mank', un escritor deslenguado, alcohólico y ludópata, que atrae a los poderosos como Louis B. Mayer (Arliss Howard) y, claro, como William Randolph Hearst (Charles Dance) -ya sabéis, el empresario que inspiró a Kane- pero a los que desafía, constantemente, sin remedio, con voluntad de justicia y de autodestrucción a partes iguales. El sistema de estudios, que tantas grandes películas produjo, es retratado como una máquina inhumana que se aprovecha de la creatividad de sus talentosos asalariados, pero que también los acaba destruyendo. El argumento se estructura, al igual que Ciudadano Kane, dando saltos temporales para ir armando el rompecabezas de quién es el protagonista, pero, también, de cómo surge la historia, el guión de la mítica película, que permanece en segundo plano, como un personaje referencial al que conviene acercarse antes del visionado de Mank. La película aprovecha poco el cotilleo de Hollywood y prefiere añadir una segunda trama con un claro mensaje político, que habla también de manipulación y fake news, de la caza de brujas y que pone sobre la mesa los argumentos de la izquierda y de la derecha, que parecen no gastarse nunca: son los mismos que escuchamos actualmente en boca de políticos, tertulianos y cuñados. La película de Fincher habla de arte, de cine, de política, pero sobre todo, de integridad y de principios. Una película notable de la que quiero destacar, además, la estupenda interpretación de Amanda Seyfried como Marion Davies, la amante de Hearst y un personaje sorprendente que desafía el estereotipo reflejado en la propia Ciudadano Kane.
Revista Comunicación
Ciudadano Kane (1941) fue durante mucho tiempo la mejor película de todos los tiempos en las listas de los críticos internacionales, a veces reemplazada por otras obras maestras como Vértigo (1958). Vista hoy, la ópera prima de Orson Welles es un film que sigue siendo moderno, arrollador, con un discurso sobre el poder que sigue vigente. No es difícil ver en Kane una premonición de Donald Trump, por su falta de escrúpulos, sus ansias de dominio. Viendo esta vieja película de la desaparecida RKO vemos que las fake news no son algo nuevo. Ciudadano Kane es una obra revolucionaria, por su argumento estructurado en flashbacks, su arrebatada estética expresionista, esos planos picados que nos dejaban ver los techos, la fotografía de Gregg Toland, operador cuyo crédito comparte pantalla con el del inmenso Orson Welles. Detrás de todos estos logros, se esconde una figura menos conocida, el guionista Herman J. Mankiewicz, un escritor maldito que trabajó a sueldo de la mítica MGM. Él es el protagonista de la nueva película de David Fincher, Mank, que nos sorprende con un espléndido film clásico, en blanco y negro, que recupera el ritmo sustancioso de las viejas películas y el gusto por la réplica brillante y memorable. Fincher, que siempre ha sido un prodigio detrás de la cámara, un maestro de la puesta en escena, firma para Netflix una película de guión, a partir de un texto póstumo de su padre, Jack Fincher, fallecido en 2003. La película resultante es un magnífico retrato del Hollywood clásico, al que se profesa el auténtico amor: el que es capaz de ver también las sombras del objeto amado. Un estupendo Gary Oldman es 'Mank', un escritor deslenguado, alcohólico y ludópata, que atrae a los poderosos como Louis B. Mayer (Arliss Howard) y, claro, como William Randolph Hearst (Charles Dance) -ya sabéis, el empresario que inspiró a Kane- pero a los que desafía, constantemente, sin remedio, con voluntad de justicia y de autodestrucción a partes iguales. El sistema de estudios, que tantas grandes películas produjo, es retratado como una máquina inhumana que se aprovecha de la creatividad de sus talentosos asalariados, pero que también los acaba destruyendo. El argumento se estructura, al igual que Ciudadano Kane, dando saltos temporales para ir armando el rompecabezas de quién es el protagonista, pero, también, de cómo surge la historia, el guión de la mítica película, que permanece en segundo plano, como un personaje referencial al que conviene acercarse antes del visionado de Mank. La película aprovecha poco el cotilleo de Hollywood y prefiere añadir una segunda trama con un claro mensaje político, que habla también de manipulación y fake news, de la caza de brujas y que pone sobre la mesa los argumentos de la izquierda y de la derecha, que parecen no gastarse nunca: son los mismos que escuchamos actualmente en boca de políticos, tertulianos y cuñados. La película de Fincher habla de arte, de cine, de política, pero sobre todo, de integridad y de principios. Una película notable de la que quiero destacar, además, la estupenda interpretación de Amanda Seyfried como Marion Davies, la amante de Hearst y un personaje sorprendente que desafía el estereotipo reflejado en la propia Ciudadano Kane.