Acabamos de recordar las masacres del 11M, y pocos días antes se rememoraban otras dos efemérides que permiten analizar ahora cómo reaccionarían los españoles ante otro golpe de Estado o ante una invasión extranjera.
Y la conclusión es que la gente de este país es mansa y pasiva, y actúa al menos inicialmente como cuando Carlos IV permitió en Fontainebleau la entrada de las tropas de Napoleón en España.
Los españoles sólo se levantaron tras sufrir innumerables sevicias del amigo que iba a ayudarlos a conquistar Portugal. Porque en la conquista los españoles no son cobardes: sólo lo son para defenderse.
Recordemos el golpe de Estado del 23F, que acaba de cumplir su trigésimo aniversario: la imagen más importante no fue Tejero, sino la del Pleno del Parlamento rendido, tirado bajo los escaños, menos Adolfo Suárez, Santiago Carrillo y el General Gutiérrez Mellado.
Fuera no hubo un levantamiento popular, como ocurriría en muchos otros lugares: toda España se quedó en su casa asustada, y bastantes dirigentes autonómicos huyeron. El cronista, corresponsal en EE.UU., recibió peticiones de albergue de algunos políticos y sindicalistas.
Hace unos días, en el treinta aniversario del hecho esos mismos políticos y sindicalistas proclamaron públicamente que ellos habrían muerto para evitarle otra dictadura al pueblo. Sí, en Nueva York o en Hollywood.
Días después se cumplían diez años de la desaparición del servicio militar y se presentaba un sondeo del CIS según el cual sólo cuatro de cada diez españoles combatirían contra una invasión del territorio nacional. Seis de cada diez se esconderían, como hicieron el 23F.
Imaginemos que alguien se propone conquistar España. Lo tendrá fácil porque, según dictamina el sondeo, este país “carece de patriotas”, está acobardado, indefenso: tantos años de buenismo y pacifismo invitan a invadirlo. Educados para la ciudadanía así, los mansos niños gritarán alborozados: “¡Bienvenido, invasor!”
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Con frases como las que recoge SALAS es lógico que nos invadan.