¿Mantequilla o margarina? Mejor ninguna. La competencia entre la mantequilla y la margarina ha rugido durante décadas, pero, al parecer, por motivos equivocados. Ahora sabemos que los ácidos grasos parcialmente hidrogenados de la margarina y muchos alimentos procesados son perjudiciales para la salud; de hecho, son más perjudiciales que las grasas saturadas de la mantequilla.
Esto no significa que la mantequilla sea más sana, pero sí que los consumidores deben prestar mucha más atención al contenido en grasas de todos los alimentos que consuman, tanto en casa como en restaurantes. El proceso utilizado habitualmente para convertir el aceite vegetal líquido en una grasa con la consistencia de la mantequilla, las cualidades de horneado de la manteca y un largo periodo de conservación forma los ácidos grasos trans, que habría que evitar en las comidas y los aperitivos.
Gramo a gramo, las grasas trans, como se las denomina comúnmente, son más peligrosas para el corazón que las grasas saturadas que perjudican las arterias. Al igual que las grasas saturadas, hacen aumentar el colesterol malo o LDL, que puede quedar pegado a las arterias; pero, a diferencia de las grasas saturadas, también reducen el colesterol bueno o HDL, que elimina estos depósitos nocivos.
La mantequilla no es una opción saludable para el corazón, porque sus grasas saturadas superan con creces las grasas trans de las margarinas. Además, la mantequilla contiene colesterol, lo cual puede incrementar las concentraciones sanguíneas de colesterol en algunas personas; la margarina, que está hecha con ingredientes vegetales, no contiene colesterol.
En EEUU, la buena noticia es que una resolución de la Agencia de Medicamentos y Alimentos (Food and Drug Administration o FDA) que entró en vigor en enero exige a las empresas alimentarias que especifiquen la cantidad de grasas trans en la etiqueta nutricional de cada envase. En consecuencia, la mayoría de las empresas han cambiado las grasas que utilizaban para poder poner “no contiene grasas trans” en el etiquetaje.
La mala noticia es que algunas sustituciones –aceites tropicales como el de palma, palmaste y coco- están reintroduciendo más grasas saturadas perjudiciales para el corazón y provocando una devastación medioambiental en algunos países en los que crecen palmeras y cocoteros. Además, los consumidores que utilizan la proclama de “no contiene grasas trans” como guía para comprar pueden acabar adquiriendo lo que los nutricionistas denominan comida basura. Y la resolución de la FDA no atañe a alimentos vendidos en restaurantes, panaderías, establecimientos de comida para llevar y otros, en los que unos consumidores confiados podrían estar haciendo acopio de grasas trans nocivas.
Esta situación incitó al Departamento de Salud e Higiene Mental de Nueva Cork a pedir en marzo a los 20.000 restaurantes y a os 14.000 proveedores de comida de la ciudad que eliminaran los aceites parcialmente hidrogenados de las cocinas y ofrecieran artículos y alimentos sin ácidos transgrasos industriales.
Las preocupaciones sanitarias sobre las grasas trans van mucho más allá de los efectos en el colesterol en sangre. En un artículo publicado en la edición de junio de The Journal of the American Dietetic Association, unos investigadores dirigidos por Catherine M. Phillips, una bioquímica del Virginia Plytechnic Institute, evaluaban lo que se conoce sobre las grasas trans y sus alternativas. La denominación trans hace referencia a la configuración bioquímica de la molécula de grasa. Los ácidos grasos poliinsaturados naturales de los aceites vegetales tienen una estructura cis: los átomos de hidrógeno de cada doble enlace están al mismo lado. Pero los procesos utilizados en la hidrogenación parcial tienen como resultado algunos dobles enlaces con una configuración trans: átomos de hidrógeno en lados opuestos de cada doble enlace. Resulta que este pequeño cambio bioquímico tiene unos efectos potencialmente devastadores para la salud. Además de aumentar el colesterol malo (sobre todo las pequeñas partículas de LDL que se pegan a los vasos sanguíneos) y reducir el colesterol bueno, los ácidos grasos trans incrementan los triglicéridos, lo cual multiplica el riesgo cardiovascular.
Pero eso no es todo. Los ácidos grasos trans, comparados con las grasas insaturadas cis, también aumentan las concentraciones sanguíneas de sustancias como la proteína C-reactiva, que son indicadores de una inflamación en todo el cuerpo y de disfunción celular, también vinculadas a cardiopatías y afecciones de los vasos sanguíneos. Las grasas trans pueden interferir en el metabolismo de los ácidos grasos esenciales, la síntesis de los ácidos grasos omega 3, que son saludables, y el equilibrio de prostaglandinas, alterando la protección contra los coágulos de sangre. Y un consumo elevado de grasas trans puede provocar resistencia a la insulina, un indicador de la diabetes tipo 2.
En un reciente artículo de Dariush Mozaffarian en The New England Jornal of Medicine, sobre la relación entre las grasas trans y la cardiopatía, incluso unas concentraciones bajas de grasas trans en la dieta –sólo entre un 1% y un 2% de las calorías diarias- estaban vinculadas con un incremento considerable del riesgo de cardiopatía. En estudios realizados con 140.000 individuos, un consumo del 2% de calorías en forma de ácidos grasas trans provocó un aumento del 23 % de las cardiopatías.
En 1983, el estadounidense medio consumía ocho gramos de grasas trans al día (el 3,6% de una dieta de 2.000 calorías), de los que el 85% provenían de alimentos que contienen aceites parcialmente hidrogenados, y el resto de grasas trans presentes de forma natural en la carne y los productos lácteos.
Los bajos niveles de grasa trans en la carne y los lácteos son el resultado de la hidrogenación realizada por los microbios en el intestino de los animales rumiantes (vacas, ovejas y cabras). Además, se forman pequeñas cantidades de grasas trans cuando se refinan los aceites vegetales a altas temperaturas.
Según un cálculo más reciente basado en datos de la FDA de mediados de la década de 1990, el consumo de grasas trans entre adultos en EEUU es de 5,8 gramos al día. El principal aporte de estas grasas provie- ne de los pasteles y productos relacionados (23,8%), seguidos de la margarina (16,5%), las galletas dulces y saladas (9,8%), las patatas fritas (8,3%), las patatas y los ape- ritivos (4,8%) y las mantequillas casera (4,3%).