Revista Cultura y Ocio
Hay libros ante los cuales el crítico se queda pensando sobre qué decir de la obra y, al final, se rinde ante una idea muy sencilla: lo único que quiere explicar en realidad es que está fascinado, que le ha parecido muy buena, que ha disfrutado, que se ha emocionado, que le irritó que se acabase. Así de simple. (Quizá se trate de la crítica menos profesional o menos erudita, pero también es posible que se trate de la más sincera o adecuada).A mí me ocurre con Manual de jardinería (para gente sin jardín), que la editorial Relee le publicó a Daniel Monedero. Nada más sumergirme en las páginas líricas de “Universos paralelos” o en ese hermoso relato crepuscular sobre un Huck Finn que no ha dejado nunca de añorar a Tom Sawyer y que en su vejez lo rememora y busca (“Llamadme Mississippi”) ya supe que estaba ante un volumen especial, seductor y magnético. Pero es que luego vinieron “Manual de jardinería” (ese voluminoso chico negro que descubre en su interior el alma de una poeta polaca de gran fama internacional) o “Último verano en Seattle” (deliciosa crónica lánguida del final de la adolescencia, que me hizo recordar inmediatamente algunos textos de Los pobres desgraciados hijos de perrade Carlos Marzal) y ya me rendí: estaba ante uno de esos libros. Uno de esos libros.
Me resisto a aplicar a estos relatos las habituales categorías del crítico literario que en el fondo no soy, así que me limitaré a ponerme en pie, aplaudir e invitar a todos para que acudan a este libro. Es mágico. Es brillante. No les defraudará.