Revista Comunicación

Manual de urbanidad

Publicado el 10 octubre 2013 por Felipe @azulmanchego
EN EL PAÍS de las maravillas nadie tira chicles, colillas o papeles en la calle. Tampoco se escupe en el suelo, ni se riegan las plantas del balcón aún a sabiendas de que el agua sobrante caerá sobre el incauto paseante que camina por la acera.
En la ciudad ideal no hay putas, ni mendigos, ni gorrillas, ni cunderos. Nadie orina ni defeca donde no debe. Claro que, como la sociedad utópica no funciona, se hace preciso marcar unas pautas elementales para poner algo de orden en los espacios públicos.  El Ayuntamiento de Madrid ultima una Ordenanza de Convivencia que, con algunas variantes, ya se aplica en otras ciudades españolas.
No parece una mala idea. Puro sentido común. Ahora bien, ¿qué necesidad había de incluir la prostitución en esta normativa o castigar a los vendedores de pañuelos y malabaristas callejeros? Persígase, claro que sí, hasta debajo de las piedras si hace falta, a los proxenetas y a las mafias que utilizan a niños e impedidos para mendigar. Pero hágase al margen de un pretendido manual de convivencia.
Como es de suponer que el Ayuntamiento no está en condiciones de poner un Policía Municipal en cada esquina, cabe imaginar que la Ordenanza quedará en papel mojado. Salvo que la asfixia financiera municipal obligue al Ayuntamiento a buscarse una vía de ingresos alternativa. La educación y la persuasión siempre serán más eficaces que las sanciones para aprender a convivir.
Incluso al muy liberal Ignacio González le ha “sorprendido” la normativa de su compañera Ana Botella. Deslumbrados estamos en Madrid con tanto brindis al sol. 

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