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José Luis Zerón.
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Bio-bibliografía
Nace en Orihuela en 1976. Es Doctor en Filología Hispánica por la Universidad de Murcia y Licenciado en Antropología por la UNED. Fue Premio Nacional Fin de Carrera en 2000 y Premio Nacional de Poesía Creación Joven de Murcia en 1998. Su trayectoria científica destaca por publicaciones nacionales e internacionales sobre el estudio del lenguaje en revistas como VISIO, Tonos, Letralia, Revista de Antropología Experimental, entre otras.
Ha publicado varios libros sobre temas educativos en la editorial MAD y su tesis doctoral, basada en el estudio semiótico y matemático de la información audiovisual, fue editada por la Universidad de Murcia bajo el nombre de Semiótica de la descripción: Cine, publicidad y cómic. Su obra poética comprende diversas antologías y publicaciones relevantes en revistas como Álamo o Calas. Es redactor de la revista literaria Empireuma y autor de la novela infantil Terra d´espirits en la editorial Brosquil. Recientemente ha publicado, en la editorial Códex, una novela de terror psicológico para adolescentes, La memoria del cuervo. Ahora se edita otra novela, dirigida a jóvenes y adultos, que se titula Rostros de tiza, en Ediciones Germanía.
Poética
La poesía ha sido siempre un ejercicio de autodestrucción en mi caso. La escritura, lejos del placer, ha sido una necesidad que me sumerge en espacios desolados, en estampas turbias donde los osarios, el crimen, lo apocalíptico, la fronda frente a la sequía, lo mineral o toda suerte de aves se convierten en símbolos premonitorios de un estado vital en continuo conflicto con la vida, entendida ésta como efusión o exaltación. No busco este sentido destructivo de lo que escribo, viene a mí y así comienza mi proceso de creación. Los escenarios y las acciones de los hombres que transcurren en estos lugares hostiles advierten de las continuas catástrofes que pasan desapercibidas ante nuestros ojos, pero que están inmersas en nuestro organismo, en la propia naturaleza y que nos advierten de que la vida es depredadora y, en ese trance indómito, el hombre que las contempla es el hombre que sobrevive.
Poemas
I
El caballo que no se hunde nos atraviesa
con su turbado reflejo. Prolongación de la fronda,
su reflejo azoga y nos extingue.
II
La ardiente zarza se fundía con la niebla
cuando escribiste -el dolor no tiene raíces-.
Un flujo de incandescencia no terminó por apagarse
y aún así las aves enmudecieron.
La oscuridad de su plumaje, que admitió la noche,
nunca fue tal oscuridad, sino la profundidad del pozo,
la hendidura, el verbo que emergió:
“Lejos de sus huesos, has de morir”.
III
El humo asciende porque lo nombraste
antes de la primera esquirla. El bronce de la luz
indaga los rostros. El hurón no abandonó la camada,
Los ciegos caen de rodillas
cuando en el promontorio no queda
más que la sombra vana de la cruz.
Queda la vana sombra y el hurón indaga sus rostros.
Esta luz no existe ni estas palabras que quedaron en vano
y que lo visible las inunda.
III
El hielo blanco no se quiebra bajo la luz.
¿Quiénes volvieron a la vida?
Solamente aquellos que forman el círculo.
y sobre cuyos párpados resbala la ceniza.
En la broza han muerto mustélidos y moluscos,
una sombra muda los acogerá como a aquellos
que en la maleza se agazapan.
No éramos nosotros, sino aquellos quienes se inclinaron
ante los ídolos: el barro nunca es la vida,
pero nada es mortal. Cuanto sucede es un desplazamiento,
materias pútridas, voraces ciénagas, una luz nos agita
y la maleza avanza hasta el círculo. Nosotros
éramos el hielo quebrado y la resonancia de algunos signos.