Cuando Holden conoció a Tyler
Casi sobre la campana, hoy traigo la penúltima obra que entra en la sección oficial de los Premios Guillermo de Baskerville 2017. Se trata de A las 12 de la noche del día de mi cumpleaños, de Manuel Gris, cofundador de la Plataforma de Adictos a la Escritura y viejo conocido de esta web. Es otra novela editada por Libros.com que tuve el placer de apoyar para que llegase a buen puerto.
Es la historia de un joven medio español, con una vida normal y un trabajo mediocre en un hotel de habitaciones por horas. Para darle un poco de aliciente a su día a día, tiene un juego que consiste en provocar accidentes entre los huéspedes. Pero no todo es lo que parece y un día practica su juego con la pareja equivocada. Desde ese momento, cualquier cosa que antes hubiera tachado de locura, será posible.
La primera y principal característica que el lector se encuentra al abrir este libro es el protagonista, que también es el narrador, un hombre en los últimos veinte o los primeros treinta cuyo nombre no llegamos a conocer. Manuel Gris ha creado un personaje peculiar, complejo, con una marcada personalidad y una extraña forma de entender la vida. Como tampoco renuncia al sentido del humor, el autor ha querido explotar todas las capacidades cómicas de un personaje así. Y no son pocas: se trata de un tipo reaccionario, misógino, obsesionado con el sexo, alcohólico, xenófobo, gerontofóbico y, en general, y así por encima, con todas las fobias que puede tener un hombre en nuestro día a día. Malinterpreta el mundo que le rodea y lo reduce a simples generalizaciones, lo que le lleva a tachar de falso o hipócrita todo aquello que ignora o es incapaz de comprender. En este aspecto, este personaje me ha recordado en gran medida a Holden Caulfield, protagonista de El guardián entre el centeno. No quisiera caer en la exageración, ya que cualquier título que se compare con la obra de Salinger casi por obligación va a salir mal parado, pero me sirve de ejemplo para que se vea lo sorprendente, e incluso chocante, que resulta este personaje.
Pero si bien la actitud de Holden se explicaba porque era un adolescente que apenas sabía nada de la vida, en el caso del protagonista de A las 12 no encontramos una explicación lógica -lo que a su vez lo hace más complejo e insondable-. Por su forma de ver las cosas y sus juicios, este personaje lo parece, pero ya no es un adolescente; puede votar, conducir, firmar préstamos... El candidato ideal para ser marido de tu hermana, vamos.
Encontré sitio sin problema y lejos de las zonas reservadas para viejos, lisiados y preñadas, no por amabilidad, sino porque no quería que me molestase ningún defensor de la ley de esos que te meten bronca por estar sentado en su lugar pero luego, en la calle y cuando creen que nadie les mira, roban y se aprovechan de cualquier cosa/persona con tal de conseguir lo que necesitan o piensan que necesitan.
Si bien Gris nos sorprende con un personaje tan rico, oscuro y desconcertante, le da una vuelta de tuerca más agregándole un ímpetu destructivo que nos recuerda a Palahniuk, clara influencia en el autor. El protagonista quiere ver el mundo arder. Para él el caos es una respuesta aceptable como solución a los males de nuestra realidad, una realidad que se esfuerza en vano en construir una estructura basada en la razón que intenta -también en vano- salvar el inevitable orden entrópico de la naturaleza. Su crudo nihilismo y su desapego por los "logros" del ser humano impregnan la novela de un fuerte pesimismo.
Opinionando
Pero, claro, uno no se deja influenciar por Palahniuk sin correr ciertos riesgos. La tendencia del protagonista de A las 12 a lanzar opiniones personales es demasiado elevada. Básicamente, no hay capítulo en el que no diga una o dos. Es más, no hay idea que se desarrolle en este libro que el protagonista deje sin comentar. Esto, pese a la pericia del autor y su incuestionable gracia, termina pasando factura a la fluidez del texto. Hay demasiada opinión, demasiada interrupción, demasiada parrafada que al final no lleva a ninguna parte. Creo que el protagonista queda perfectamente perfilado sin necesidad de estar recalcando tan machaconamente su punto de vista. También creo, por tanto, que este libro podría haberse resuelto sin perder ni un ápice de interés -y resultando mucho más ágil-con la mitad de páginas. La mitad.
Y es que tanta opinión, tanto texto que en realidad no aporta nada, no solo hace difícil el avance de la lectura y suma peso a una obra de 500 páginas, sino que le hace la competencia a algunas de esas digresiones que sí son estupendas, como se puede ver en la que pongo en el párrafo siguiente. Con unas cuantas colocadas estratégicamente hubiera servido más que de sobra.
Los caminos no siempre llevan a Roma, algunos solamente son rotondas disfrazadas que tratan de encontrar un amigo con el que pasar el rato, y el único problema que hay en esto no es la cara de tonto que nos queda cuando nos damos cuenta de ello, es que casi nunca descubrimos la verdad, y caminamos y caminamos en círculos creyéndonos libres y poseedores de una verdad que nunca tuvimos y que nos susurraba al oído que sí, que ya queda menos. Que vas bien.