Familiares y amigos de Ainhoa López. Manuel López es el de la camisa de cuadros. Foto: Toni Delgado.
“El baloncesto es emoción”, proclama Manuel López en la grada del Marina Besòs. Parece un aficionado sano: lo mismo celebra una canasta del CD Zamarat, el equipo de su hija, que anima a Helena López, jugadora local, para que meta el segundo tiro libre. “Nunca debes olvidar ni renegar de tus orígenes”, le ha dicho siempre a Ainhoa López: “El camino es muy largo y, muchas veces, todo vuelve. Como las olas del mar. Dicen que son diferentes, pero para mí son las mismas”. Lo que empieza como una para sacarle dos o tres detalles sobre su hija antes de entrevistarla, se convierte en una conversación de más de un cuarto de hora. El diagnóstico es claro: a Manuel López le encanta hablar, y al entrevistador, preguntar.
Toni Delgado / Sant Adià de Besòs—¿Por qué crees que tu hija te ve como su mayor inspiración?Muchos hijos e hijas tienen a sus padres como modelos. Yo jugué al baloncesto en el Santiago Apóstol de l’Hospitalet de Llobregat, aunque no le influí para que comenzara en este mundo.
—Aunque jugó muy poco, Ainhoa López conectó con la afición del Uni Girona. No es la máxima anotadora ni la más destacada en nada, pero tiene algo especial. Soy su padre, ¿qué te voy a decir? Pero pregúntale a quien está acostumbrado a verla jugar. Coincidirá conmigo.
—¿Lo de “especial” es una combinación entre magia y humildad?Tal cual. Ainhoa no es ni será nunca egoísta, ni como jugadora ni como persona. Es una actitud que no reflejan las estadísticas y que el público premia. ¿Magia? Cae bien. Sin ser top de nada, lo es de todo. Siempre le he inculcado que no hay que ser extremista porque la vida es una sucesión de subidas y bajadas. Es preferible ser constante.
—El CD Zamarat ya la quiso la temporada pasada. Mucha gente cree que Ainhoa dio un paso gigante fichando por un equipo grande como el Uni Girona y que ésa es una meta que debe alcanzar en cuatro o cinco años. No estoy de acuerdo. Cada caso es una historia diferente. En Zamora confían, y mucho, en ella.
—¿Tiene alguna manía?Atarse muy fuerte los cordones de las bambas, quizás porque sufrió pequeñas lesiones de tobillo. La obsesión con su padre también la considero una manía y se la quiero quitar. A veces en la pista está sola y… ¡Tiene que entrar o tirar! No hay más.
—¿De pequeña le pasaba lo mismo?Sí. Recuerdo un partido en premini... Estaba sola y se quedó parada. Yo estaba a unos 7 metros, en la banda. “¡Tira, tira!”. Y lo hizo. La metió. Se me quedó mirando y me dijo: “Gracias”. Eso ha sido una constante en toda su carrera: tener necesidad de que alguien le grite “¡vamos!” o “¡sigue!”. Víctor Lapeña lo supo ver y lo hizo mucho en la U18.
—Te haces notar en la grada. Si la pista me da, yo doy. Si el juego es errático, me callo. No soy crítico. Pero si el partido lo pide y es emocionante, animo sin parar. Da igual que mi hija esté en el banquillo. El “vamos” es al equipo no a ella. Si Ainhoa es la protagonista de alguna jugada, quizás la viva en silencio.
—¿Qué margen de mejora tiene?Está a un 60% de lo que ella podría llegar a dar. Hay jugadoras que hacen siempre lo mismo y bien, y alcanzan el 98% o 100% de su potencial. Espero que Ainhoa dé ese pasito adelante. Tiene que ver algo con el egoísmo.
—¿Nunca se ha sentido líder? Rehúye de los extremismos y, para mí, el liderazgo lo es. Ainhoa se ha sentido y necesita sentirse importante en un grupo. Es fundamental y lógico que todas lo sean.
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