Manzano Puro

Me gusta que me duela escribir esto. Es un dolor rotundo, atávico, muy fino…, de sangre y entrañas. El dolor de garabatear sobre unas cuartillas rutas y mapas, fórmulas y ecuaciones, metáforas e hipérboles, a la búsqueda del puro tuétano de la buena gente. Un dolor, también, preámbulo de angustia: ¿seré capaz de transcribir la enciclopedia de instantes que bombea incesante el alma y además comprimirlos en los 342,5 cm² de una cuartilla? ¡Imposible! Pero no importa, me gusta que me duela escribir esto.

¿Cuál fue el principio? ¿Y cómo fue? ¿Dónde empieza? ¿Y cómo empieza? ¿Se puede recordar el primer recuerdo? ¿Cómo se hace?

Intentemos otra vía, otro camino… Olvidemos el video, probemos con el álbum de fotos…, de fotos y también de clichés.

Una manita que se agarra al dedo corazón… enchufándose directamente en la vida vivida para aprender a vivir la vida por vivir.

¿Será ese el primer cliché?

¿Y el segundo cuál sería? ¿Y los siguientes?

Dejemos el álbum. Va a ser mejor abrir la vieja caja metálica de carne de membrillo a ver qué fotografías van saliendo.

Una vieja nave con un inmenso lavadero en verde y amarillo del que son extraídas brillantes barras de hielo. El motocarro de reparto y ocio. El irresistible magnetismo del chiscón de las decenas de herramientas y los miles de tuercas y tornillos donde el rey era el Meccano aquel de inolvidable olor y tacto a recién y sutilmente engrasado. El puesto de copiloto en la ruidosa DKV desde el que se tenía acceso y control directo al Phillips y las casetes. El agotador e insoportable acarreo semanal de agua entre El Espinar o La Fuente de los Cangrejos y tinajas, garrafas, cubos, botijos, jarras para lavabos, y enormes barreños de zinc entre cuyas funciones ocupaba un lugar destacado y temido la de bañera. El Pilar, El Pradillo, El Cristo, las chorreras y el molino, las eras, El Gamellón, el tinao y la cámara, la granja… La magia del revelado iluminada tenuemente en rojo opaco y balizada por bandejas, pinzas, botes de líquidos de embriagadores olores y cajas y carpetas que guardan el misterio de la fotografía en forma de cartulinas brillo y mate. El Abril, los Bravo y los Corazón, los González, los Castro Sala, los Estelrich, los De Las Cuevas, Gamboa, Cabezuelo, Schiavo… El As de portada de color sepiaceo y El Pueblo de sabánica dimensión, Hazañas Bélicas y El Capitán Trueno. Reteles y cañas y un sinfín de aparejos de pescar, acuarelas, madera de balsa y seguetas y planos de aeromodelismo. El aroma sugerente del anarquismo de Durruti o Mera en la vieja taberna de Legazpi, silencio de una guerra para olvidarla y a la vez silencio preventivo pero al tiempo afán investigador sobre otra. De Madrid al cielo siempre para siempre y por siempre, y para siempre guardián del más refugiado de los refugios entre el barranco y los Pilancones. El regusto y el placer de la conversación interminable, y el vicio bendito vicio del saber hacer arte escuchando. Los 1500 para el continuo examen práctico de la pasión por la mecánica a la vera de Marino. El señor Otero, el señor Ayuga, don Nicomedes…, Melchor y Manzanillo…, lámparas y antes butano…, la carretera. Carmelo, Cullera y manzaneque. El Rastro, de norte a sur y de este a oeste, buscando siempre buscando… Paciencia, paciencia infinita…, ya veremos…, ¿novedades? La radio, siempre la radio, y el libro, siempre un libro. Tabaco, todo el tabaco. La zarzuela, el chotis,… Ray Conniff, Los Pekenikes, Tom Jones…, Sinatra…

Ya. Cerramos ya la vieja caja metálica de carne membrillo. Ahora ya es el momento de nuestros momentos, el tesoro que nos legó la mitad del origen de todo, el culpable de la mitad de todo que regresa a su refugio, a mi refugio.

Me gusta que me haya dolido escribir esto. Ha sido con tinta de sentimientos. Puro Manzano, Manzano Puro.

 
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