Revista Opinión

Maquiavelo en el ‘Parlament’

Publicado el 29 julio 2010 por Manuelsegura @manuelsegura

Maquiavelo en el ‘Parlament’

No me declaro taurófilo impenitente, pero sé a ciencia cierta que el trasfondo de lo aprobado ayer en el Parlament de Catalunya esconde más un ardid de fuste político que ecologista. Respeto, y hasta comprendo, a cuantos ven en las corridas de toros una suerte de espectáculo cruel, en el que la sangre brota a borbotones mientras en los tendidos la gente brama como lo hacían sus ancestros en el coliseo romano. Tan lacerante puede resultar eso como bárbaros los correbous, a los que, por otros intereses no tan ocultos, los próceres parecen hacer la vista gorda.

Pero que a la grupa de las nobles intenciones de quienes dicen defender la vida de los animales se suban los oportunistas, aquellos que sólo buscan enterrar cuanto les recuerde que aún pertenecen a un proyecto colectivo llamado España, me parece despreciable. Ya sabemos a lo que han conducido a sus países los nacionalismos exacerbados a lo largo de la Historia. Lo peor en sí no es ser nacionalista, ni siquiera independentista. Porque, por fortuna, hoy todo se puede defender en el marco de la legalidad, con las armas que pone a nuestro alcance el Estado de Derecho. Lo que ya no sé es si resulta tan lícito buscar tretas o artimañas para conseguir lóbregos objetivos.

No está demostrado que Nicolás de Maquiavelo expresara en vida aquello de que el fin justificaba los medios. Mas se le atribuye por sistema. Pero sí que en una carta dirigida a Francesco Guicciardini, fechada en 1521, el diplomático florentino dijera que “desde hace un tiempo a esta parte, yo no digo nunca lo que creo, ni creo nunca lo que digo, y si se me escapa alguna verdad de vez en cuando, la escondo entre tantas mentiras, que es difícil reconocerla”.

Quizá algo de eso es lo que encierra la confabulación que contra las corridas de toros se acaba de perpetrar en Cataluña. Muchos temen que puede darse un efecto dominó y que la iniciativa catalana –ya vigente en Canarias desde la década de los 90– se extienda a otras comunidades. Me cuesta mucho creer que prosperara, por ejemplo, en Andalucía o Navarra, pongo por caso.

De ayer me quedo con la imagen del gesto abatido, en el graderío del Parlament, de un desconsolado Serafín Martín, aquel diestro catalán que una tarde acometió el paseíllo envuelto en la senyera y tocado con barretina, en un último intento por evitar lo inevitable. Lo demás, casi todo, me pareció un ejercicio de farsa manifiesta, trufado con altas dosis de fingimiento e interesada afectación.


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