Al pasar el control policial en el aeropuerto detienen a un pasajero: “Usted pretendía secuestrar su avión”.
Es buena noticia la captura de un terrorista antes de que actúe.
Una monja, la hermana Elizabeth, pasa luego y se sonroja asustada de sí misma: le gusta aquel policía que la vigila. Él ya lo sabe, le habla y la enamora. Elizabeth sufrirá una tragedia, pues va a entregarse a su Don Juan en lugar de a Dios.
Para evitar los secuestros aéreos se ensaya en EE.UU. una máquina que mide el rubor, la temperatura, las pulsaciones, los biorritmos, el parpadeo, el movimiento de los ojos y todos los signos que señalan las emociones y apetencias de una persona.
Es mucho más perfecta que la vieja Máquina de la Verdad: es la Máquina de la Policía del Pensamiento anunciada en Un mundo feliz, de Huxley o en 1984, de Orwell.
Del autor de Blade Runner, se ha estrenado este verano en EE.UU una película dirigida por Steven Spielberg e interpretada por Tom Cruise que trata sobre policías que actúan antes de que se cometan los crímenes.
Realidad y ficción comparten y se roban las ideas íntimas.
Quizás sea bueno que las Máquinas del Pensamiento salven muchas vidas, pero muy malo que sirvan intereses personales o dictatoriales o que, al ponerse inevitablemente a la venta, se usen, por ejemplo, para contratar personal y despedirlo tras conocer el empresario las inclinaciones de los trabajadores: una democracia así, dejará de serlo.