Revista Cine

Mar de agosto - cap. 10

Por Teresac

(En anteriores capítulos: Marta regresa a Castromar después de muchos años y se reencuentra con Tomás, Ana y Antón, sus amigos de toda la vida. Ana tiene problemas matrimoniales y discute con su marido por el cuidado de su hija. Sarai, les cuenta a Marta y Antón, que el secuestrador de la niña es "el fantasma de la playa", un vagabundo que ronda por el arenal. Las dos amigas recuerdan la noche de la fiesta del pueblo, veinte años atrás, cuando se quedaron dormidas en la playa. Marta coquetea con Antón, pero una llamada inoportuna de su ex novio les interrumpe. Cuando visita a Antón en la casa en la que está trabajando, una madre preocupada se acerca a preguntarles si han visto a su hija. Marta llega a la playa y ve al vagabundo que Sarai les describió, con la niña en brazos. Logra rescatarla antes de que se ahogue.)MAR DE AGOSTO - CAP. 10– X – A la noche, bastante repuesta de la impresión, volví al paseo del puerto con Ana. Mucha gente a la que conocía, Castromar es un pueblo pequeño y todos nos conocemos, pero con la que hacía años que no tenía trato alguno, se acercó a saludarme con la curiosidad y el morbo pintados en sus rostros que pretendían ser afables.–Hay algo que no me has dicho –aseguró Ana una vez que nos sentamos en el bar de Miguel ante dos cervezas frescas.–¿Pretendes seguir despedazando el incidente? Pareces una tertuliana de la televisión –intenté bromear, pero ella estaba seria.–¿Le reconociste?–Por supuesto que no, si supiera quién es ese cabrón ya lo habría dicho, ¿no crees?–Marta...Resoplé y miré a mi alrededor, había poca gente aquella noche y la música ambiental tapaba nuestra conversación. Volví a mirar a Ana. Me había olvidado de lo mucho que me conoce.–Sí, vale, me pareció familiar. Algo en sus gestos, quizá en su forma de correr cuando escapó hacia el pinar... No sé, es algo que se me escapa y por más que le doy vueltas no consigo aclararme.–¿Podemos sentarnos? –Antón estaba a mi lado y con él venía Tomás, sin su uniforme de municipal. Las dos asentimos y se sentaron a nuestra mesa con sus bebidas.–Marta, no quiero presionarte, pero si recuerdas algo... La Guardia Civil no sabe ni por dónde empezar. Aquí nunca pasa nada importante y este asunto les ha tomado desprevenidos –Tomás me miró a los ojos, cosa que curiosamente evitaba hacer con mi amiga.–Fue todo muy rápido, solo le vi desde lejos y mi vista no es muy buena, que digamos, recuerda que llevo lentillas –bebí un sorbo de mi vaso, los sucesos de aquella mañana comenzaban a representarse de nuevo en mi mente con demasiada claridad.–Déjala, necesita descansar y olvidar todo esto un poco –pidió Ana, apoyando la mano sobre el antebrazo de Tomás. Me dio la impresión de que él se sobresaltaba como un adolescente ante su primer beso–. Quizá mañana, más tranquila, pueda decirte algo.–Quería contaros algo, poca gente lo sabe, y no quiero alarmar más al pueblo –Tomás se detuvo y miró a Antón, éste asintió.–Es sobre Andrés... El Canicas, quizá Ana sabe algo, pero imaginamos que tú no.–¿Qué está loco? –preguntó mi amiga con una risa sin alegría, sus ojos inquietos me buscaron.–Ha pasado muchos años en un sanatorio psiquiátrico, nunca se recuperó de lo de su padre.–¿Cuánto hace? –preguntó Tomás sin dirigirse a nadie– ¿Veinte años?–Sí, desapareció de su casa la misma noche que vosotras os quedasteis dormidas en la playa. Pero no tuvo tanta suerte.Antón me miraba directamente, como esperando que yo dijera algo, pero mi lengua se resistía a moverse, fue Ana la que consiguió continuar la conversación.–El padre del Canicas se ahogó, vale, mucha gente se ahoga, esto es un pueblo marinero, pero no por eso sus hijos se vuelven locos –hablaba rápido, intentando que no se notase lo nerviosa que estaba–. Canicas siempre fue un niño raro, vosotros lo sabéis mejor que nosotras. Era vuestro amigo, si es que era amigo de alguien.–Estaba colgado por Marta –Tomás rió brevemente al hacer esa declaración–. Pero nunca te lo hubiera dicho, le impresionabas demasiado.–¿Qué quieres decir? –pregunté, obligándome a seguir hablando.–Tú eras una niña tan segura, tan directa, inteligente y trabajadora...–A todos nos impresionabas –dijo Antón recuperando apenas su sonrisa.–Vosotras desaparecisteis y el padre de Andrés se ahogó, en la misma noche, en la misma playa –de repente comprendí por qué Tomás se había hecho policía, tenía dotes para ello, y estaba a punto de hacer la pregunta que nadie nos había hecho veinte años atrás–. ¿Ocurrió algo aquella noche que no contasteis a nadie?Aún no sé si le convencimos con nuestras vagas negativas o si, simplemente, dejó pasar al cuestión al comprender que nunca hablaríamos sobre lo ocurrido aquella noche. Veinte años callando parecían habernos incapacitado para poner en palabras, ni siquiera entre nosotras, a solas, el horror de lo ocurrido.

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