Revista Cine

Mar de agosto - cap. 17

Por Teresac
(Marta regresa a Castromar, su pueblo natal, para pasar sus vacaciones de verano. Allí se reencuentra con sus amigos de la infancia, Ana y Tomás, y su primer amor, Antón. La estancia que esperaba tranquila e idílica se ve trastornada por un loco que rapta niñas para luego abandonarlas en la playa del pueblo, esperando que se ahoguen. Marta y Ana guardan un terrible secreto de su infancia, relacionado con la muerte del padre de Andrés el Canicas, un compañero de colegio, que se temen pueda estar detrás de esos secuestros. Marta y Antón inician una relación que siempre han tenido pendiente. Una noche, después de una pesadilla, se encuentra al loco de la playa espiándola desde su patio. Al día siguiente, la hija de Ana desaparece de su habitación)
MAR DE AGOSTO - CAP. 17


– XVII –  El fantasma de la playa se había llevado a la hija de mi amiga.Durante unos momentos no reaccionamos, rindiéndonos a la angustia; parados los tres, Antón, Ana y yo, en medio del colorido dormitorio infantil, invadido por el acre olor que emanaba del pañuelo blanco que Antón tenía en la manoNos asomamos a la ventana. La casa de Ana es una pequeña vivienda unifamiliar de planta baja. Al otro lado de la habitación de Sarai solo había un trozo de césped que formaba parte de la finca circundante y más allá comenzaba un bosquecillo, tras el cual se formaba un abrupto acantilado. –No puede haber ido muy lejos, Sarai es más grande que las otras niñas y le dificultará la marcha –Antón pasó las piernas sobre el alféizar y salió al exterior–. Miraré tras aquellos árboles, quizá se haya ocultado,. Vosotras llamar a la Policía.Corrí a la cocina a por mi teléfono móvil pero Ana no me siguió, la escuché abriendo la puerta principal y corrí tras ella a la calle. En aquella zona se forma una avenida de pequeñas casitas, cada una con su jardín delantero y finca trasera. A aquellas horas sería normal ver a niños paseando en bicicleta o señoras yendo a la compra, pero aquel día no había nadie a la vista, ni caminando, ni siquiera asomados a una ventana. Reinaba en la calle un extraño silencio, que solo rompía el sonido del motor de un coche que se alejaba al fondo de la avenida, a toda velocidad.–¿Conoces ese coche? –le pregunté a Ana, pero estaba demasiado lejos para distinguirlo. Rodeamos la casa buscando algún indicio. No había huellas en la tierra húmeda por el rocío mañanero, ni ningún objeto o prenda en el suelo que nos diese una pista de por donde se había alejado. Cuando llegamos a la parte trasera, Antón corría hacia nosotras haciéndonos gestos negativos.–No puede haber desaparecido tan pronto –opinó casi sin aliento por la carrera.–Hemos visto un coche alejándose hacia el centro del pueblo.–Tiene que cruzar todo el pueblo para llegar a la playa, no puede estar tan loco...No me escucharon, Antón ya estaba entrando en su propio vehículo y lo ponía en marcha antes de que terminase mi frase, Ana se sentó a su lado y yo lo hice en el asiento trasero. Antón solo detuvo el coche, subiéndolo bruscamente a la acera, ante el Ayuntamiento, en la puerta había un Policía Municipal.–El loco se ha llevado a la hija de Ana, avisa a Tomás y a todos los que puedas, vamos a la playa.De nuevo puso en marcha el coche y salimos a toda velocidad hacia el puerto. Al final del paseo marítimo tuvimos que bajar y seguir a pie por el estrecho camino que lleva a la playa. La playa nos pareció en principio desierta, luego distinguimos una figura. Vestido de oscuro y con su inseparable casco de bombero, Cheíño arrancaba pequeños mejillones de las rocas.–Aquí no están –exclamó Ana, consternada.–¡Che! –Antón corrió hacia la orilla y se metió en el agua, sobresaltando al pobre retrasado–. ¿Has visto a alguien por aquí? ¿Un hombre con una niña?–No estaba haciendo nada malo nadie los quiere Tomás dijo que no pasa nada porque coja unos pocos... –dijo de carrerilla.–Claro que puedes coger mejillones, Che, no pasa nada, pero ¿has visto a alguien?–No viene nadie a la gente no le gusta la playa por la mañana no viene nadie por eso vengo yo.Cheíño parecía asustado y acongojado por la brusquedad con que Antón le hablaba, pero él le pasó un brazo por los hombros y lo tranquilizó, luego volvió a nuestro lado.–Lo esperaremos –dijo, y Ana asintió.

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