Revista Cine

Mar de agosto - cap. 18

Por Teresac
(Marta regresa a Castromar, su pueblo natal, para pasar sus vacaciones de verano. Allí se reencuentra con sus amigos de la infancia, Ana y Tomás, y su primer amor, Antón. La estancia que esperaba tranquila e idílica se ve trastornada por un loco que rapta niñas para luego abandonarlas en la playa del pueblo, esperando que se ahoguen. Marta y Ana guardan un terrible secreto de su infancia, relacionado con la muerte del padre de Andrés el Canicas, un compañero de colegio, que se temen pueda estar detrás de esos secuestros. Marta y Antón inician una relación que siempre han tenido pendiente. Una noche, después de una pesadilla, se encuentra al loco de la playa espiándola desde su patio. Al día siguiente, la hija de Ana desaparece de su habitación. La buscan por todo el pueblo y en la playa.)
MAR DE AGOSTO - CAP. 18


– XVIII – Esperar en la playa a que el fantasma apareciera con Sarai parecía la idea más lógica, pero no la más efectiva para calmar nuestros nervios tras el secuestro de la hija de Ana, el tercer secuestro en apenas dos semanas.Al poco llegaron Tomás y Martín, su compañero, ambos de uniforme. Estaban sin aliento tras haber venido corriendo desde el Ayuntamiento, y maldiciendo aquella maldita playa a la que solo se podía llegar a pie. Les contamos lo ocurrido y decidieron comenzar a rastrear el pinar mientras aguardaban la ayuda de la Guardia Civil. Los siguientes en llegar fueron Marcos y sus compañeros de la patrulla de protección civil y, tras ellos, alertados por el alboroto, empezaron a aparecer los periodistas mezclados con vecinos del pueblo por donde la noticia corría ya como la pólvora.–No vendrá –dijo Cheíño, caminando hacia nosotros con su bolsa plástica llena de mejillones–. No le gusta la gente no vendrá. Mucha gente demasiada gente.Miré a Antón preguntándole sin palabras si el pobre retrasado estaría en lo cierto, su gesto preocupado resultó afirmativo. Quise decirle algo a Ana, asegurarle que todo iba a salir bien, pero en ese momento llegó Xan.–¿Se ha llevado a Sarai? –preguntó a gritos a su mujer, con el rostro desencajado– ¿Has permitido que se lleve a mi hija?–Tranquilo, Xan –le dijo Antón, sujetándolo por un brazo, pero con un gesto brusco se deshizo de su mano, mirándole rabioso.–¡No me digas que me tranquilice! –Xan dio otros dos pasos hacia Ana, y de nuevo volvió atrás, mesándose el pelo angustiado– Menuda mierda, dos municipales y cuatro pringaos con uniforme naranja ¿Esos van a encontrar a mi hija? ¡Ese tío anda por ahí secuestrando niñas y nadie hace nada!Xan se volvió hacia el grupo de periodistas, y un fotógrafo aprovechó el momento y se puso a disparar con su cámara.–¡Me cago en la leche! ¡Te vas a comer la cámara desgraciado! –Xan se abalanzó hacia el periodista, pero Ana se interpuso, deteniéndole–. ¡Déjame! –gritó su marido– ¡Lo voy a matar! –intentó apartarla, sujetándola por un brazo, pero Ana se resistió.–Así no ayudas, Xan –dijo mi amiga, pero su marido estaba más allá de razonamientos.–¡Toda la culpa es tuya! –su furia se volvió de repente hacia ella, la empujó con fuerza y la hizo caer al suelo. Cegado por la ira y con el rostro contraído en una mueca grotesca, apretó los puños, dispuesto a golpearla, pero Antón lo sujetó desde atrás, por debajo de los hombros.–¡Xan! ¡Xan! –le gritó al oído, tratando de penetrar la espesa niebla de su furia– No sabes lo que haces.–¡Suéltame! –se debatió intentando liberarse. Pude comprender el esfuerzo que hacía Antón para mantenerlo sujeto, pues aunque Xan era algo más bajo, la furia le redoblaba las fuerzas y se removía como un toro salvaje.–Déjalo –dijo Ana, levantándose y mirando a su marido con infinita tristeza–. Esto es ya lo único que nos faltaba.Xan se detuvo en seco, miró a su mujer al tiempo que empalidecía bajo su escrutinio. Creo que en ese momento todos comprendimos que realmente en aquella pareja ya no quedaba posibilidad de vuelta atrás.–Menuda mierda –murmuró y se alejó de nosotros, internándose en el pinar.–No vendrá –repitió Cheíño de repente, sobresaltándome–. No le gusta tanta gente. Estará en el otro lado en las cuevas le gustan las cuevas.–¿De qué habla? –le pregunté a Antón, que al momento se llevó una mano a la frente.–¡Estúpido! –se dijo a si mismo– Por eso desapareció tan rápido. No iba en aquel coche, nunca pensó en venir a la playa.–¿Dónde están esas cuevas que dice Che?–En Santa Lucía. Detrás de la casa de Ana hay un caminito que baja derecho a la marea, ¿recuerdas? –asentí con la cabeza– Vamos, tenemos que ser rápidos, la marea está subiendo.

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