Revista Cine

Mar de agosto - cap. 24

Por Teresac
(Marta regresa a Castromar, su pueblo natal, para pasar sus vacaciones de verano. Allí se reencuentra con sus amigos de la infancia, Ana y Tomás, y su primer amor, Antón. La estancia que esperaba tranquila e idílica se ve trastornada por un loco que rapta niñas para luego abandonarlas en la playa del pueblo, esperando que se ahoguen. Marta y Ana guardan un terrible secreto de su infancia, relacionado con la muerte del padre de Andrés el Canicas, un compañero de colegio, que se temen pueda estar detrás de esos secuestros. Marta y Antón inician una relación que siempre han tenido pendiente. Una noche, después de una pesadilla, se encuentra al loco de la playa espiándola desde su patio. Al día siguiente, la hija de Ana desaparece de su habitación. La buscan por todo el pueblo y en la playa, hasta que Cheíño les dice que el fantasma se la puede haber llevado a la cueva bajo Santa Lucía. Allí localizan a la niña y son atacados por el secuestrador, que huye. En el hospital, Antón logra por fin que Marta y Ana le cuenten su historia.)
MAR DE AGOSTO - CAP. 24

– XXIV – 

Los días pasaban lentamente y la luz del sol iba haciéndose menos intensa a medida que agosto se deslizaba hacia su fin. Antón se había tomado unos días de descanso. Casi todos los días comíamos en las tabernas del puerto y luego íbamos a alguna playa de los pueblos cercanos. Nunca hablamos de ir a la playa de Castromar.Llegó el último sábado del mes con el pueblo engalanado para sus fiestas más importantes del año. La calma había imperado en los últimos días, la gente en general estaba más tranquila e incluso las conversaciones en bares y tiendas ya no giraban alrededor del secuestrador que parecía haber huido para siempre.Durante la tarde paseamos por el puerto, lleno de puestos de vendedores ambulantes y atracciones de feria para los niños. Me encontré con antiguos amigos y compañeros de colegio que hacía años que no veía. Todos me saludaban y se acercaban a cambiar unas palabras conmigo. De repente me había hecho famosa, el hecho de haber salvado a una niña de ahogarse y haber colaborado en el rescate de la hija de Ana, era celebrado por todos mis conocidos, aunque con la sorna autóctona de mi tierra le quitaban importancia, bromeando sobre “qué chica tan valiente” o “quién iba a decirlo” y cosas así.A la noche cenamos, como era obligatorio, el mejor pulpo de la región, cómo solo saben hacerlo en mi pueblo Luego fuimos de bar en bar, bebiendo más cerveza de la que mi cuerpo estaba acostumbrado a soportar y riendo las bromas de gente mucho más borracha que yo. A las doce era la sesión de fuegos artificiales y, pocos minutos antes, le hice señas a Antón, que charlaba animadamente con la mitad del equipo de fútbol del pueblo, para hacerle creer que iba al baño. En su lugar, salí por la puerta de la taberna y me encontré a Ana que ya estaba esperándome.–¿Sarai está con tus padres?Ella asintió y, sin mediar palabra, caminamos con paso ligero, atravesando la muchedumbre que nos rodeaba, hasta alejarnos del bullicio de la fiesta.–Te he visto muy animada hablando con Tomás –intenté bromear, para no pensar en lo que estábamos a punto de hacer.–No sé qué quieres decir con eso –bufó Ana, pero no pudo evitar una sonrisa presumida. Me pregunté si habría un futuro mejor para ella lejos de Xan. El había sido su primer amor, su esposo, el padre de su hija, pero la situación entre ellos había llegado a un punto de difícil retorno después de la forma en que prácticamente la había agredido en la playa, el día del secuestro de Sarai.–Sabes muy bien que Tomás siempre ha estado loco por ti –reí al ver cómo Ana enarcaba las cejas, denegando con la cabeza como si yo solo estuviese a decir tonterías.–Ya veremos –dijo vagamente, y comprendí que era aún muy pronto para ella. La tomé del brazo, en un gesto cariñoso que la sorprendió, pues no soy muy dada a ese tipo de contactos; nuestra relación se basa más en las palabras y la confianza, en nuestros recuerdos comunes y en una noche de horror vivida cuando sólo éramos unas criaturas.–¿Vendrá? –me preguntó al fin Ana, con voz ronca.Asentí con la cabeza al tiempo que girábamos la última curva del estrecho paseo que bordea la costa y desemboca en la playa desierta, solo iluminada por la luz de la luna llena.

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