Revista Cine

Mar de agosto - cap. 29

Por Teresac
(Marta regresa a Castromar, su pueblo natal, para pasar sus vacaciones de verano. Allí se reencuentra con sus amigos de la infancia, Ana y Tomás, y su primer amor, Antón. La estancia que esperaba tranquila e idílica se ve trastornada por un loco que rapta niñas para luego abandonarlas en la playa del pueblo, esperando que se ahoguen. Marta y Ana guardan un terrible secreto de su infancia, relacionado con la muerte del padre de Andrés el Canicas, un compañero de colegio, que se temen pueda estar detrás de esos secuestros. Marta y Antón inician una relación que siempre han tenido pendiente. La hija de Ana desaparece de su casa y al ir a rescatarla, son atacados por el secuestrador, que huye. En el hospital, Antón logra por fin que Marta y Ana le cuenten que indirectamente causaron la muerte del padre de Andrés, al huir de su acoso. El resto del mes transcurre con normalidad, hasta llegar las grandes fiestas del pueblo. A la noche, Marta y Ana acuden a la playa para hacer frente al secuestrador de niñas. Mientras Marta habla por teléfono, Andrés el Canicas consigue atrapar a Ana y dormirla, antes de enfrentarse a Marta y confesarle que ellas no mataron a su padre, que él lo vio todo y no hizo nada por salvarlo. Ana se enfrenta a él, que la ataca furioso, para luego arrepentirse. Entre las dos amigas consiguen reducirle antes de que lleguen en su ayuda.)
MAR DE AGOSTO - CAP. 29– XXIX –  De nuevo en el hospital. Mientras el médico de urgencias me cosía el labio roto, en el pasillo se había ido formando un rumor que llegó a su máxima ebullición cuando un hombre que llevaba horas esperando por una radiografía empezó a despotricar contra las enfermeras, los médicos, el sistema de salud y los políticos, con el evidente regocijo de los periodistas que aprovechaban para llevarse dos noticias al precio de una. En la habitación de al lado estaba Ana, a la que sabía que habían reconocido y encontrado en perfecto estado, salvo por una ligera euforia provocada por el cloroformo. Estuve tentada de aclararle a los médicos que en realidad mi amiga tiene cierta tendencia, en los peores momentos de su vida, a tomárselo todo a broma.También habían llevado a Andrés el Canicas al hospital, estaría en alguna de aquellas minúsculas habitaciones que se utilizaban para los reconocimientos, durmiendo como un niño de pecho. Cuando el doctor me hincó por tercera vez la aguja en el labio, solo pude desear con todas mis fuerzas que esta vez lo encerraran en la celda más perdida del país y luego tiraran la llave al mar.–Esto está listo –anunció el médico, y suspiré aliviada al verle recoger su instrumental de tortura–. Tendrás molestias durante algunos días, tienes que tener cuidado al hablar y al comer.–¿Al hablar? –preguntó Antón, que no se había movido de mi lado en todo aquel tiempo–. El hospital está lleno de periodistas y policías esperando que les cuente lo ocurrido.–Insisto –dijo el médico, con gesto cansado, mientras se alejaba hacia la puerta–. Hable con la policía si no queda más remedio, pero todo lo demás deberá esperar.–El sueño de todo hombre –dijo Antón, cuando el doctor cerró la puerta detrás de él. Fruncí el ceño, interrogante–. Una mujer preciosa y muda.Contuve una exclamación, al tiempo que le golpeaba en el brazo con la mano abierta, sonriendo solo con la mitad de la boca, como cuando sales del dentista bajo los efectos de la anestesia.La puerta se abrió de nuevo y, ¡oh no!, era mi madre.–Aquí estás –se acercó a mí y revoloteó a mi alrededor, sin saber muy bien qué hacer. Mi madre nunca ha sido dada a las efusiones, ni besos, ni abrazos. Se limitó a retorcerse las manos para mostrarme su angustia–. En cuanto te den el alta, te vienes a casa –¿A casa?, comencé a negar con la cabeza–. Sí, sí, sí. A casita, conmigo y con papá. Roberto ha sido tan amable de traernos –¿Roberto? ¿Mi ex Roberto? La cosa empezaba a pintar muy fea– Necesitas descansar. En qué mal momento se te ocurrió pasar tus vacaciones en Castromar.Miré atónita a Antón. Este encogió los hombros, cohibido por la presencia de mi madre. Estuve a punto de ponerme a jurar como un marinero. Llevaba tres años dejándome la mayor parte del suelo en mi diminuto apartamento, viviendo con lo justo, cualquier cosa con tal de mi independencia, ¿y al primer revés iba a volver a casa con mamá y papá? Maldita fuera mi estampa.–En realidad –dijo de repente Antón, sobresaltando a mi madre–, creo que volver a Castromar es la mejor idea que Marta ha tenido en su vida –Oh, Dios, ¿cómo he tardado tanto en darme cuenta de que este es el hombre que siempre he querido tener en mi vida?– Y estoy seguro de que quiere disfrutar sus últimos días de vacaciones con nosotros –y un caballero, además. Si hubiera dicho “conmigo” a mi madre le hubiera dado un ataque.–Pero... pero... – trató de protestar mamá. Por suerte ya no tenía argumentos. Disfruté como una niña de la primera ocasión en que la veía  quedarse sin palabras.

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