Título: Mararía Autor: Rafael Arozarena Edición: Editorial IDEA (2ª Edición) ISBN: 978-84-8382-432-0 244 páginas
“En Femés no hay gallos para cantar la madrugada; en Femés este oficio es para los perros, que perros sí que hay, delgados, asustadizos, con las orejas puntiagudas y más de cuatro garrapatas en el cuello. En Femés los perros son los amos porque son muy dueños de sus vidas, porque son los amos de sus amos, aunque a patadas, piedras y variscazos tengan el lomo más que satisfecho. Los perros de Femés son amigos de las moscas, a quienes nunca espantan por verdes que éstas sean. Los perros en el pueblo son los señores, porque si es verdad que no comen, también es verdad que no trabajan. Los hombres y los perros cuando se cruzan por los caminos se saludan interiormente con una reverencia porque ambos se saben guardadores de secretos especiales.”Cayó Mararía de Rafael Arozarena en mis manos por casualidad. Mi hijo me pidió con urgencia que la consiguiera, que necesitaba leerla para su clase de literatura. Recorrí tres librerías sin éxito. La pedí a una de esas que tienes que pedirlo por encargo. Quince días al menos, me dijeron. ¿Quince días?, no tengo tiempo, tiene que ser para ya, me decía mi hijo. Me fui en un último recurso desesperado a la sección de librería de un conocido centro comercial y allí, agazapada, discreta, en la última de las estanterías de la última planta del centro, entre libros de autoayuda y algún ejemplar de cocina canaria estaba un ejemplar de la segunda edición, el último que les quedaba, con pinta de llevar mucho tiempo queriendo caer en las manos de un lector.A mi hijo le costó leerla. Acostumbrados a la nueva era del click, del “no me enrollo y voy al grano”, supongo que el lirismo de Arozarena le exasperaba. Le preguntaba cada mañana cómo iba, si le gustaba, y me contaba trazos de una mujer que se enamoraba de un moro, de un petudo que andaba por ahí, de que había muchos perros,… Pero quién era yo para reprocharle su poco interés, cuando yo he tardado años en encontrar esta obra, perdida en la última estantería de un centro comercial, y movido por la urgencia de una tarea de primero de bachiller de mi hijo adolescente. Me mordía la lengua. No tengo perdón de Dios.Pero lo bueno es que he cumplido con mi deuda de lector, y he leído Mararía. Arozarena se obstinó en vida en renegar de su “creatura”, como él la llamaba. Una obra que alcanzó tal proyección que supongo que apabulló su entendimiento o que sentía simplemente miedo a ser engullido por esa voz narrativa que sentía que no era la suya. Traducida a varios idiomas, miles de ejemplares vendidos, una película de bajo perfil que alcanzó un éxito incomprensible a sus ojos,… hasta inspiró una canción que se hizo sumamente popular. Y él no lo entendía, y decía que era una obra de gran bisoñés, mucho peor que otras que escribió. Dijo que en aquella, que era su primera novela, no era su voz la que hablaba. Sólo después de muchos años la releyó, y reconoció haber sido injusto en su juicio. En el prólogo de esta edición de 2010, ya afirma que “…anunciar tengo que Mararía, en esta nueva edición, ha constituido para mí un especial goce y el reconocimiento del buen camino en el arte de novelar.” Amén.Mararía se estructura en esta edición en 233 páginas divididas en 18 capítulos. Una obra donde hay un personaje central, Mararía, una mujer que destaca por su mirada y su misterio envuelto de negro, y que impresiona al narrador testigo desde el primer momento que la mira: “tal negro ciprés. Amada tea o cuervo en vertical, la vieja permaneció allí plantada un buen rato… Pero en la parte alta de aquel árbol requemado, algo surgía incandescente aún; algo como una brasa encendida surgía de aquellos ojos negros, árabes, jóvenes y hermosos”. A partir de esta imagen se va construyendo la historia, porque el narrador se empeña en conocer todo lo que envuelve a este personaje de Femés. Mararía no habla, no dice lo que siente. Lo dicen todos los que la conocieron, los que se enamoraron de ella, los que la envidiaron, y también los que le hicieron amar y también sufrir. Se atreven a hablar por ella, sin preguntarle si es cierto o no lo que piensan.
Rafael Arozarena, autor de Mararía foto extraída de Google Images. Fotografía de Coco Morales
Mararía se funde con el entorno, forma parte del paisaje hasta el punto de influir en las vidas de los habitantes de Femés y de más allá de las fronteras del pueblo. Arozarena juega en su escritura con los nombres de los habitantes y el entorno para hablarnos de un gran tema, la frontera entre el bien y el mal. Ella misma es bella, pero en sus ojos hay fuego y maldad a juicio de algunos. Algo así pasa en Lanzarote, tierra en calma que hierve por dentro. Su propio nombre, María que dará a luz a un hijo, que no es casualidad que se llame Jesús, es un juego entre lo literario y lo religioso para leer entre líneas. Tampoco es casualidad que Abel sea el nombre del sacerdote, Abel, como el hermano del Caín bíblico y que se empeña en atrincherarse en su fe en Dios contra la continua contemplación en la distancia del infierno y el diablo, que le sonríe, como esperándolo. Bien y mal, buenos y malos en el pueblo. Hay quien ve en María a una bruja, al demonio. Hay quien ve en ella a un ángel. Todos las juzgan y todos la condenan. El lector es invitado también a dar su veredicto, porque Arozarena nos sienta en la bancada a escuchar los testimonios de quienes la conocieron, con continuos cambios de voz y temporales, como susurros traídos por el viento de Lanzarote.La escritura de Arozarena es rica en matices y llena de metáforas. Se nota en su escritura que nació poeta antes que prosista, y ese lirismo en la escritura seduce al lector. No he estado nunca en Femés, y he visto fotos recientemente y no me creo que esas fotos sean Femés, sino el paisaje que me contó Arozarena. Es lo mejor que se puede decir de un escritor. Es un grande de las letras Canarias, y no es excusable que no se le lea, y que su obra haya que buscarla en la última estantería de un centro comercial entre libros de autoayuda y manuales de cocina canaria. Debería haber un altar para su obra. Ya me confesé por no haberlo leído antes. Ahora asumo gustoso la penitencia de volver a leerlo.