Revista Libros
Siempre me ha gustado William Goldman, cuya novela La princesa prometida recomiendo en vano a mis estudiantes con la firme promesa de aventuras, venganzas, resurrecciones imposibles, amor verdadero y, sobre todo, humor, mucho humor. Goldman es también el responsable del magnífico guion de Todos los hombres del presidente, del de la escalofriante Misery -a partir de la historia de Stephen King- y del de Marathon Man, a partir de la novela que él mismo escribió dos años antes.Recientemente reeditada en castellano -de manera muy peregrina, según veremos- por Torres de papel, Marathon Man está protagonizada por Babe, un brillante estudiante de doctorado de la Universidad de Columbia que prepara una tesis que rehabilite la memoria de su padre, defenestrado por el macartismo, y que aspira, asimismo, a alcanzar la gloria como corredor de maratón. Y como el historiador y maratoniano que afirma ser una y otra vez -¿recuerdan al Tom Cruise de Eyes Wide Shut identificándose como médico a cada paso? pues aquí la repetición resulta aún más absurda- ha de hacer frente a una trama internacional de agentes dobles, nazis diabólicos huidos de Alemania, dentistas de pesadilla y un más que codiciado tesoro. Son todos ellos, ciertamente, mimbres más que adecuados para tejer un ágil thriller, pero allí donde la película funciona y entretiene, la novela se derrumba por varios motivos. Para empezar, por su mismo protagonista, Babe, empeñado, como ya he dicho, en reafirmar su inteligencia a cada momento; y ello, pese a que, como su propio hermano le echa en cara y él demuestra en todos los lances, es de lo más crédulo e ingenuo. Podría alegarse aquí, quizá, una supuesta intención irónica del autor, pero no la hay, me temo, y Babe se convierte así en una involuntaria parodia que rompe la tensión dramática. Lean, si no me creen, la persecución final y cómo afirma encontrar fuerzas para despistar a sus perseguidores inspirándose en el ejemplo de Bikila, el maratoniano descalzo. ¡Hasta sostiene una imaginaria conversación con él! Como si el instinto de supervivencia no fuera suficiente acicate para correr más rápido. No es de extrañar, claro está, que la pandilla de adolescentes que tiene por vecinos se ría de él. Para seguir, porque los diálogos son zafios y resultan de lo más postizo. No ayuda aquí, claro está, la traducción de Lucía Reyes, que a alguna que otra falta de ortografía y errores tipográficos, suma unos cuantos dequeísmos, expresiones forzadas, agramaticales o casi, y un criterio un tanto extraño que la lleva, por ejemplo, a dedicar una N de la T a explicar que “¡Bingo!” es una expresión muy empleada en el juego del mismo nombre, muy popular en Estados Unidos. En fin... una pena, pues a tenor de lo visto y leído de Goldman en otras ocasiones y también en algún pasaje de esta -como la espeluznante sesión de odontología-, Marathon Man podría haber sido un magnífico thriller. No lo es.