Revista Diario

Maratón de Berlín

Por Evaletzy @evaletzy
Comenzaré este relato haciendo una aclaración para aquel querido lector que nada sepa del mundo del atletismo: en un maratón se recorre una distancia de 42 kilómetros y 195 metros, o si se lo prefiere, de 26 millas y 385 yardas. Y otra aclaración haré ya que estoy aclarando: sé que el post es largo como un maratón, mis más sentidas disculpas a mi amable lector, es que todo lo que cuento me parecía relevante. Os pido que no me insultéis por su extensión.
Llegamos con Albert al conocido parque berlinés llamado Tiergarten, un domingo de setiembre del 2011 a las 8 y poco de la mañana, con el dorsal agarrado con alfileres a la parte delantera de nuestras camisetas, el chip entrelazado en nuestros cordones y enormes bolsas sobre nuestros cuerpos debido a las bajas temperaturas (son más prácticas que un abrigo con el que luego tienes que cargar, pues ni bien entras en calor corriendo te quitas la bolsa y la tiras). Nos colocamos en el último cajón (para quien no sepa a qué se refiere el término: a los corredores se les asignan diferentes "cajones" dependiendo del tiempo que hayan hecho en un maratón anterior. Cuando no presentas tiempo, como en nuestro caso, te asignan el último cajón, lo que equivale a decir que sales desde atrás de todo). Había miles y miles de personas, yo nunca había visto tanta gente con ropa dry fit junta. A las nueve de la mañana se escuchó el pistoletazo de salida y todo atleta, o intento de atleta que allí se encontraba, empezó a gritar y a aplaudir. Mientras íbamos caminando hacia el arco hinchable a partir del cual se da por comenzada la competición, y en el que no hay que olvidarse de poner el cronómetro en funcionamiento, pusieron el tema Put your hands up in the air. No hubo un solo corredor que no levantara sus manos, y empezara a cantar y a bailar. Emoción plena, pues a los pocos metros de cruzar la largada, pasamos por la famosísima Siegessäule (Columna de la victoria). No sé cuántas veces vi la película El cielo sobre Berlín, ni cuántas el vídeo de U2 en el que Bono es un ángel sentado en el hombro de esa enorme dama dorada que habita en lo alto de la columna. Emoción plena, perdonadme la reiteración, pero la merece.
Me había apuntado al maratón de Berlín ocho meses atrás, cuando todavía no había llegado a mi vida una malditaodiosa lesión llamada tendinitis rotuliana. Dolor en la rodilla es lo que os estoy intentando decir con palabras sofisticadas, y por su causa no había podido entrenar para correr en condiciones los 42 kilómetros y 195 metros tan necesarios si lo que se desea es empezar y terminar el maratón. De hecho creo que mi octogenaria tía abuela se encontraba más en forma que yo. Ya que no lo podía correr entero, decidí disfrutar una parte del mismo, y, como no soy ninguna improvisada, planifiqué con esmero. Mi plan: acompañar a Albert los primeros 5 kilómetros y luego ir al kilómetro 38 en subte/metro para esperarlo y, en caso de encontrarme bien, correr los últimos 4 km con él (cosa que lograría por supuesto si ese día mi rodilla derecha se había levantado de buen humor).
Ese era mi plan; es bueno decirlo, pero no seguirlo...
Al llegar al km 5, como me sentía genial, me dije: «vamos mejor de lo que esperábamos, corramos un poquito más» (aquí aclararé que yo siempre me hablo en plural porque somos varias las Letzys que habitamos en un mismo cuerpo). Cuando llegué al km 7 iba como una reina (si es que eminencia tal corriera, cosa que dudo porque no me imagino a una reina toda sudada, despeinada y con el labial corrido hasta la nuca; el maratón si hay algo que no te permite justamente es calzarte los tacones y ponerte el vestido de gala para competirlo). Al pasar por el km 10 estaba más fresca que una lactuca sativa (vulgarmente conocida como lechuga), así que, otra vez, les dije a todas las Letzys que me habitan que seguiríamos un poco más. En el km 12 me di cuenta de que tenía que parar si quería continuar. Explicaré esto último pues mi intención no es crear confusiones en mi atento y simpático lector: como había ido con la idea de correr poquísimo, llevaba unos calcetines de estos que se llaman "piecitos" que son los ideales para desear que te amputen el pie a la brevedad posible si corres una distancia larga. En el km 3 empecé a sentir que la lengüeta de mi zapatilla rozaba contra mi empeine desnudo. Primero levantó un poco su piel, luego la levantó un poquito más, hasta que me dejó la zona en carne viva la muy maliciosa. Imaginaos cómo estaba en el km 12. Este es el motivo por el que decidí parar en una de las ambulancias que están al servicio del corredor para pedir una curita/tirita. Pero quien me atendió no hablaba una palabra de inglés. Yo le mostraba la lastimadura, señalaba y le repetía abriendo bien la boca «band-aid» (no es que me puse a explicarle en inglés que tenía un aumento del tono muscular en el esternocleidomastoideo). Mientras que lo único que yo quería era una simple tirita, el enfermero me ofrecía en alemán vaya a saber una qué cantidad de cosas; justo a mí que no paso de dankeguten tag, bier, kartoffel y strudel, ese es todo mi amplio vocabulario en ese idioma. Al final por gestos todos nos entendemos, pero os aseguro que costó, no me quiero imaginar si le hubiera tenido que hacer entender que estaba sufriendo un enfisema pulmonar, o una embolia cerebral... Además de haberme puesto los incómodos calcetines recientemente mencionados, como no quería pasar frío pues en mi plan inicial pensaba estar más tiempo quieta que en movimiento, llevaba unas calzas/mallas y una camiseta tan gruesas que antes de empezar la carrera ya estaba roja debido al calor como el ampelmännchen* que te indica que no cruces. Y para completar este cuadro en el que la indumentaria era la peor que podía haber elegido, no había venido a mi mente mejor idea al levantarme que la de ponerme un corpiño/sujetador que nunca había usado (sin comentarios, porque no quiero tener que decir que tantas Letzys en un mismo cuerpo para que ni una sola piense). Cientos de veces escuché a gente que corre a menudo y leí en revistas de atletismo que no hay que estrenar nada, N-A-D-A, el día de la competición (quiero pensar que se perdona el desatino de todas las Letzys que en mi interior cohabitan porque no sabían que correríamos lo que al final corrimos).
Al pasar por el km 21 Albert me echó de la carrera, así no más, con todas las letras: me dijo que ya era momento de que me fuera, que bastante lejos había llegado, que iba a agravar mi tendinitis, que estaba llevando mi cuerpo al límite, que a buen corredor pocas palabras bastan, que corredora prevenida vale por dos, que quien mal corre mal acaba y que donde no corre capitán no corre marinero. El km 21 era el último punto en el que podía salir del maratón e ir en metro hasta la meta para esperarlo (te dan un mapa con el recorrido y los puntos de transporte, así es como una planea de antemano; aunque solo planea una para perder el tiempo ya que si después una no va a hacer nada de lo planeado, me diréis vosotros para qué planeó una tanto). Entonces le dije a Albert, en mi argentino natal que él hace denodados esfuerzos por entender: «¿Sabés lo que te digo? Si querés andate vos, porque yo no me voy. Hoy es el día en el que voy a correr mi primer maratón». Luego de mis osadas palabras procedí a preguntarle al hombre con el que comparto la cama cada noche si me apoyaba en la decisión, porque si me pasaba cualquier cosa era él quien tendría que aguantar mis vituperios, irme a buscar al hospital o pagar la cremación. Albert y su gran experiencia en maratones me dijeron que a la vista estaba que había perdido la razón. Ambos consideraban que no tenía ni idea lo duros que podían ser los 21 km que todavía me quedaban por correr. «Yo no me voy», les dije a él y a su sabionda experiencia. Entonces me dijo que él me apoyaba en la decisión de continuar, con una inamovible condición: que le prometiera que le haría caso, o sea, que si él me veía muy perjudicada y me decía que me tenía que retirar que yo le asegurara que accedería a irme sin retrucarle (aquí diré que Albert conoce bastante mi carácter a estas alturas y he de confesar que soy de retruque fácil). «Hecho», le dije. Y continuamos.
Lo más maravilloso de todo, además del berlinés paisaje por supuesto, era la cantidad de gente que había alentando. Como si esto fuera poco había bandas de rock, orquestas con decenas de músicos, hombres y mujeres cantando con megáfonos, batucadas, cheerleaders, DJs, hasta había unos peruanos tocando el cicus y la quena vestidos con las plumas (os lo juro). Las calles eran una verdadera fiesta, repletas de personas aplaudiendo, banderas de todo el mundo por doquier, había taaanto para ver, además de una considerable cantidad de corredores disfrazados.
En el km 32 mis piernas me dijeron estas palabras: «hasta aquí hemos llegado Letzy». En ese momento yo todavía era dueña de una gran cantidad de energía, no estaba cansada, y tenía la mente muy positiva (lo cual corriendo te hace muchísimo), pero las piernas se me pusieron como las de Pinocho antes de ser de carne y hueso; y debo confesar que mi rodilla derecha no me decía piropos ni me recitaba poemas de amor precisamente... Luego de que mis extremidades inferiores me dijeran que podía irme a la fica del cazzo por ser tan stronza de estar sometiéndolas de ese modo (mis piernas insultan muy bien en italiano como veis) pasé los que ahora llamo «mis últimos kilómetros sintiendo el aliento de La señora Parca en mi nuca»: apenas podía correr, el dolor en las piernas era muy intenso y siempre me quedaban los que me parecían eternos kilómetros. Me sentía como en un sueño cuando una corre y corre y corre y nunca avanza, era exactamente la misma sensación. Mientras todo esto sucedía en mi cuerpito gentil, yo esbozaba mi mejor sonrisa, pues si Albert hubiera sabido cómo me sentía realmente me habría dicho que cumpliera mi promesa y me retirara de la carrera, cosa que, supongo que mi avezado lector a estas alturas ya sabrá, yo no iba a hacer.
A partir del km 10 de la competición, cada 2,5 km hay avituallamientos que son puestos en los que te dan agua o bebidas isotónicas; al ser un maratón te daban también plátano, manzana, naranja y té frío. Me detuve en cada uno de los puestos (para que no tengáis que ir a buscar la calculadora os diré que fueron catorce las veces que paré a beber). Imagino que queréis saber qué hizo mi vejiga con todo ese líquido. Os respondo que la misma hizo su trabajo como cada día, y así fue como me vi obligada a ir marcando todo Berlín como si fuera un can. Había baños químicos, pero eran imposibles, las colas de gente esperando para utilizarlos eran infinitas y desesperantes. Paré seis veces para miccionar (en parques, que conste). Y aquí viene una escena que seguramente será del agrado de mi curioso lector: luego de una de mis paradas detrás de un arbusto, cuando me estaba subiendo las mallas, vi que muy cercana a mí se encontraba la preciosa terraza de un restaurante, con sus amplias mesas vestidas con impolutos manteles blancos y, en una de ellas, diez hombres mirándome cómo me vestía. O sea, abiertamente confieso que además de correr, durante el maratón de Berlín le mostré mis partes pudendas a un número considerable de gente.
Lo más de lo más de lo más es cuando se llega al km 40. Primero porque al darse cuenta de que faltaba tan poco para alcanzar la meta mis piernas volvieron a ser de carne y hueso. Segundo porque ahí el maratón pasa por Gendarmenmarkt: la plaza más hermosa de las que vi en Berlín, un verdadero lujo para la vista. Luego la carrera sale a la avenida Unter den Linden que es en la que está la Puerta de Brandenburgo (es una avenida llena de tilos, de hecho su nombre traducido significa "bajo los tilos"). En esa parte, seguramente por ser casi el final de la competición, está lleeeeno de gente detrás de vallas y más vallas, cuando digo lleeeeno quiero decir muy muy lleeeeno. Ves que la mítica puerta está ahí no más, a un kilómetro como mucho, y justo antes de cruzarla hay más gente todavía alentando, muuuucha, pero muuuucha, como nunca había visto en una carrera. Todos te gritan (el dorsal lleva tu nombre además del número) y es tanta la adrenalina que tu cuerpo produce en ese momento que se te desborda por los poros. Cuando atraviesas la famosa puerta de piedra es una emoción tan tan tan grande, te sientes tan afortunada por poder cruzar corriendo, sin nefasto muro de por medio, del que alguna vez se llamó Berlín oriental a Berlín occidental... Luego de unos metros está el arco que dice FINISH (y aquí quiero aprovechar para decir que los 195 metros luego de haber corrido 42 kilómetros sobran por completo). Se me caían las lágrimas, luego de tantas horas mal corriendo, cruzar la meta fue muy conmovedor (menos mal que no llevaba rímel). Recuerdo el tema que pasaban en el preciso momento en el que me convertí en maratoniana: Hello Goodbye de Los Beatles. You say stop, i say go, go, go... Sentí que la cantaban para mí.
Acto seguido te dan una medalla divina y una bolsa con una manzana, un plátano, galletas, barritas de cereales y agua. Me tiré en el césped y fui la mujer más feliz del mundo y alrededores. Albert (que estaba como si se acabara de levantar, ni sudado siquiera) me trajo una cerveza enooorme, un pancho/perrito caliente tamaño XXL y una bolsita con hielo para mi rodilla. ¿Qué más podía pedir?
Consecuencias:
1- Calambres/agujetas (hasta en las pestañas).
2- Dos enormes ampollas con agua en el pie izquierdo (que mi servicial Albert vació con una aguja).
3- Sobrecarga en los tendones del tobillo. Traducción: cada vez que apoyas el pie en el suelo te recontraremilcarajeasentodo (que mi amable fisioterapeuta curó en dos sesiones de masajes y magnetoterapia).
4- Rozaduras en abundancia en cada pedacito de mi piel que en contacto con el corpiño/sujetador estuvo.
5- Sufrimiento harto considerable en la visita guiada del día siguiente.
Mis amigos (quienes o no habían corrido o lo habían hecho pero entrenados) no tuvieron mejor idea que proponer hacer una visita el día lunes llamada “Todo Berlín” (con ello os digo todo). Desde luego no me la quise perder. 7,5 km, a pie (¡qué no habría dado por un carruaje, caballo o símil!).
* Significa “hombrecillo del semáforo”. Es la silueta de un hombre con sombrero que está en muchos de los semáforos para peatones en Berlín. El ampelmännchen rojo tiene sus brazos en cruz, el verde está dando un paso indicando que está permitido cruzar.
          

Volver a la Portada de Logo Paperblog

Sobre el autor


Evaletzy 160 veces
compartido
ver su perfil
ver su blog

El autor no ha compartido todavía su cuenta

Dossiers Paperblog