Edición: SM, 2012
Páginas: 640 (nota: más de
460 son ilustraciones)
ISBN: 9788467557022
Precio: 19,95 €
Me gustan los escritores valientes que se
atreven a ir más allá de los parámetros preestablecidos y proponen obras
novedosas tanto en la forma como en el contenido. Creo con firmeza en la
innovación en la literatura, por eso en cuanto conocí la existencia de Maravillas, una novela narrada con ilustraciones y texto, no me pude resistir y
me dejé llevar por una corazonada. El autor, Brian Selznick (Nueva Jersey,
1966), ya puso en práctica esta técnica en su aclamado La invención de Hugo Cabret, libro con el que ganó diversos premios
y cuya adaptación al cine en 2011 también logró un gran reconocimiento. En
realidad, el hecho de narrar una historia con imágenes no es nuevo: se hace en
las artes pictóricas desde hace siglos, se hace en el cine y la televisión todos
los días. No obstante, sí que resulta original incorporar este recurso en una
obra literaria actual, porque hay que tener en cuenta que los dibujos no se
limitan a ilustrar el texto, sino que narran una trama por ellos mismos, como
una película en papel.
La comparación con el cine no es en vano:
como ya demostró en La invención de Hugo
Cabret, Brian Selznick conoce muy bien el sector y las ilustraciones están cargadas de movimiento, consigue ese efecto
de acercamiento característico de la cámara para focalizar el interés del
lector en los elementos importantes. Además, los rostros son muy expresivos,
hace un buen uso de las sombras (en especial en el cielo, con la tormenta y las
estrellas) y sus dibujos son tiernos, hermosos, adecuados para el público
infantil; resulta imposible no encariñarse con los personajes que retrata. Las
imágenes están hechas a lápiz, por lo que estamos ante escenas en blanco y
negro que de nuevo nos recuerdan al cine
antiguo y encajan perfectamente con el ambiente pasado que plasman.
Pero ¿de qué va la novela? La trama contada
con palabras se centra en Ben, un niño sordo de un oído que una noche de
tormenta de 1977 encuentra un extraño libro en casa de su madre en el que hay
un marcapáginas que contiene los datos de su posible padre. La madre de Ben
murió hace unos meses y ahora él emprende un viaje para intentar conocer a su progenitor,
un camino que lo llevará al Museo de Historia Natural de Nueva York y otros
rincones llenos de maravillas. De
forma paralela, las ilustraciones narran la historia de Rose, una niña sorda
que en 1927 escapa de su hogar para ir a ver una película protagonizada por una
actriz de la que colecciona noticias. Además de su deficiencias auditivas, Ben
y Rose tienen en común la necesidad de
encontrar su lugar en el mundo a través de una búsqueda en la que sus
tramas convergen y les descubren que, después de todo, no están tan solos como
creen.
La historia me ha parecido preciosa, un relato escrito con sencillez que rebosa
emociones sin caer en el sentimentalismo, como un bonito cuento que con su
aparente candidez consigue conmover al lector. Las tramas personales hablan de
la soledad, de la búsqueda de un lugar en el que uno se sienta cómodo, que en
el caso de los niños protagonistas se complica todavía más por su discapacidad.
En cualquier caso, es una novela que trata temas universales que todos podemos
entender, aunque al mismo tiempo tiene un toque curioso que va un poco más allá
de lo de siempre y propone contenidos interesantes que permiten instruir al
lector mientras disfruta de la lectura.
Entre sus temas estrella, me ha encantado que
se tratara el de la discapacidad
auditiva: el autor no pretende dar lecciones de moral y ensalzar el esfuerzo
que llevan a cabo las personas que la sufren (una visión demasiado habitual en
ciertas novelas, me temo), sino que habla del asunto con naturalidad, plasma la
incomprensión que sufren los protagonistas de una forma creíble, sin recrearse
en ello y sin despertar compasión. En definitiva, los niños son mucho más que
su discapacidad. Como explica en el epílogo, Selznick conoce bien esta
situación porque su hermano padece el mismo problema que Ben y además se ha
documentado de forma amplia para reflejar con verosimilitud las sensaciones que
experimenta una persona sorda (a propósito, qué delicia de prólogo para los que
nos gusta saber cosas sobre el proceso que siguió el autor).
El otro gran atractivo de Maravillas es el lugar de destino de los
personajes: el Museo de Historia Natural
de Nueva York, y en este punto se agradece mucho que el autor haya optado
por escribir y dibujar, puesto que las ilustraciones de las exposiciones
aumentan todavía más su carácter fascinante y esto, en las manos de un niño,
puede despertar su curiosidad por ellos. Selznick recorre las salas principales
del edificio y conecta con gran acierto las tramas personales con algunos
objetos que se muestran; un planteamiento original que rinde homenaje a las maravillas que almacenan las colecciones
de arte. Además, como buen cinéfilo, el autor no deja de lado las referencias
al cine y, en concreto, cómo afectó la
introducción del sonido en la gran pantalla; hasta este momento nunca me
había parado a pensar en el hecho de que esto excluyó de algún modo al público
con discapacidad auditiva. Los temas que Selznick ha elegido no son meros
decorados; todo se relaciona, no hay nada gratuito.
En esta perfecta integración también se
incluyen las imágenes, claro. Ilustraciones y texto están acoplados y, aunque
en un principio parecen tramas totalmente independientes, en algunas escenas se
complementan de forma mutua, incluso antes del momento en el que ambas
convergen en una. Los dibujos narran la
segunda historia y llegan donde las palabras no pueden llegar; un recurso
que nos recuerda que no se deben menospreciar los recursos visuales, ni
siquiera en un libro.

Brian Selznick.
La recta final de Maravillas me pareció especialmente hermosa; terminé la novela con los ojos húmedos y con una sensación muy gratificante en mi interior. Sabía que encontraría una historia original, pero en la práctica ha resultado ser mucho más, un proyecto bien planificado y ejecutado que incorpora temas tan interesantes como la museología y la discapacidad auditiva sin pretensiones adoctrinadoras y con muchas posibilidades de llegar al lector. No por incluir imágenes se pierde el encanto de la literatura de siempre; al contrario, su atractivo aumenta por todo lo que aportan las tiernas ilustraciones de Selznick. Ahora, la gran pregunta: ¿para quién lo recomiendo? Bookworm, que de literatura infantil entiende más que yo, lo aconseja para niños a partir de 10-11 años con hábito lector (más que nada para que no se asusten al ver sus dimensiones). De todos modos, Maravillas es un magnífico ejemplo de libro que puede gustar a lectores de todas las edades, así que si sois adultos sin prejuicios no lo dejéis caer en el olvido y saboread estas páginas con el mismo encanto con el que lo he hecho yoSi os ha llamado la atención, podéis empezar a leerlo aquí.
