Hasta hace poco más de una década muchos europeos definían a los españoles como “los alemanes del sur”, trabajadores y eficaces, pero ahora los alemanes a los que se parecían los creen vagos, corruptos y atrasados, según el último estudio del Real Instituto Elcano sobre la Marca España.
Ese cambio quizás se deba a la picaresca general descubierta tras la reducción de las ayudas europeas, que ahora van mayoritariamente a países más pobres de nuevo ingreso.
El no poder seguir construyendo escaparates como aeropuertos, autopistas, trenes y museos innecesarios, provocó una crisis interna y afectó al ladrillo, coincidiendo con la fuerte desaceleración internacional.
Todo ello trajo desempleo y la aparición de denuncias de las corrupciones y corruptelas que dominan todos los estratos nacionales, autonómicos, públicos y privados.
Antes no merecían atención: la gente vivía con una cánula que le inyectaba sueños de heroína, el dinero que corría, junto con los mensajes de los políticos demostrándoles que eran ricos.
Zapatero, prometía una economía de la “Champions League”, que superaría a Italia, Francia y hasta Alemania, y la gente se lo creyó.
Más (y Artur Mas et alii): si media España estaba robando e iba bien, la otra media podía imitarla.
Cargos públicos, allegados, y hasta los heroicos sindicalistas se dedicaron a enriquecerse groseramente.
Sobraba tanto dinero que se enviaban aviones a África cargados de políticas progres y peperas para regalar condones, y alguien se quedaba con las comisiones por el avión y los profilácticos: doce mil millones se dilapidaron en iniciativas parecidas.
En 1976 sólo uno de cada diez alemanes consideraba a España un país poco fiable, en 1996, dos de cada diez, hoy, cuatro de cada diez.
Lo peor no son los alemanes, sino los españoles: ya no saben quién es honrado o no.
España está en bancarrota, además de moralmente enferma.
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