Marcas
paul stumpr @ flickr.com (CC BY-SA 2.0)
Sobre la ceja izquierda tengo una raya desierta, que la cruza de lado a lado. En los días coquetos me la peino torpemente con los dedos, pero en el resto se abre rebelde, blanquísima. Si duermo sobre ese lado, y la restrego contra la almohada, pasa de carretera secundaria a autopista, erizada de pelos rebeldes en cada cuneta. Resbalé con un lápiz en el parvulario.
En el dedo corazón, también de la mano izquierda, otra línea rugosa me recuerda al día en que se me escapó el cuchillo del pan. Pensaba en ella, puede ser. O en la eliminación de la Champions, que ya ni me acuerdo. El caso es que si no me para la uña aquella tarde dejo de hacer peinetas. Media hora larga lo tuve bajo el fregadero, hasta que dejó de sangrar de puro aburrimiento.
El índice de la derecha me hace pensar en mi perro. Viejo y enfermo, preñado de dolores, agonizando. Aquella fue la primera y la única vez que me mordió. Cuarenta y ocho horas más tarde ya reposaba junto a la raíz del limonero. Entre los pliegues de la tercera falange creo adivinar la trayectoria del colmillo. Pobre amigo mío, hay que ver lo que te echo de menos. Lo que daría porque volvieras a morderme.
Para ser un tipo gris convencional, tengo una cantidad sorprendente de cicatrices. Qué no tendrán aquellos que de verdad hayan vivido.