Revista Cultura y Ocio
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El mermao
Ojalá la fiesta hubiese acabado ahí mismo, pero todavía quedaban tropocientas raciones de no sé qué potaje espeso. Encima, venían acompañadas de un réquiem, que empezaba con un “telecomestodo” y terminaba con un “sinonotelevantas…”.
Madres son madres, vecina, y a mí me tocó una con el admirable empecinamiento de que me gusten los potajes. Una cucharada más, y creo que me dará algo; es que tampoco me entra más líquido “pasamenudos”. ¿Cuántas vísceras tiene un jodido pollo? ¿También me tengo que comer lo verde y lo rojo? Juro que para el próximo cumpleaños pido de regalo un gato. ¿Que para qué un gato? Para que se coma los menudos, pa’ eso.
«¡Que no apartes el tomate ni la acelga! Cómete todo, no ves que estás mermao. Si hasta te cuento las costillas y, en cuanto te cuente las ideas, es que además te has quedado subnormal. Ay, que disgusto…».
La vida tiene que ser algo más que luchar contra este plato, porque si mi universo calórico se reduce al interior de un pollo, juro que prefiero ser mermao y subnormal, me decía una voz interior.
El gato no vino de regalo, al menos no en esos incómodos momentos tan espantosamente nutritivos. La que sí vino fue la Maizena, que no es mucho decir, pero templa la desazón, que ya es bastante.