El humo que salía continuamente de la chimenea de aquella casa se hacía insoportable. Un vecino, cansado de aguantar la densa y pestilente humareda llamó a la puerta de la vivienda de donde procedía el humo, pero allí no había nadie.
El mismo vecino se encargó de avisar a la policía, y un par de agentes se acercaron al domicilio de la calle Le Sueur. Algunos habitantes de la zona informaron a los agentes que Marcel Petiot, el propietario de la vivienda tenía una residencia a unos 3 km. Finalmente, consiguieron contactar con él telefónicamente. El médico contestó que en 15 minutos llegaría. Cansados de esperar y al observar que aquel humo se hacía más denso los policías avisaron a los bomberos. Éstos entraron por una ventana de un piso superior de la casa. No encontraron nada hasta llegar al sótano. La imagen era dantesca: una estufa de carbón alimentaba el fuego que quemaba restos humanos. Un brazo colgaba de la puerta abierta. Junto a la hoguera humana, un montón de carbón se mezclaba con huesos y partes desmembradas. Era imposible saber la cantidad de cadáveres que se encontraban allí. En aquel momento llegó monsieur Petiot.
En el interrogatorio, Marcel dijo que era miembro de la resistencia francesa y admitió que quemaba cuerpos humanos, pero que eran de soldados alemanes. Los policías le dejaron marchar. Toda Francia estaba harta de la ocupación nazi y creyeron la versión de Petiot.
Marcel Petiot era médico. Nacido en enero de 1897. En el momento de su detención ya contaba con antecedentes penales. Fue alcalde de Villeneuve-sur-Yonne y en 1935 dejó su cargo acusado de malversación de fondos, instalándose en París donde abrió consulta médica. En 1936 fue acusado por robo, pero logró que lo declararan enfermo mental e ingresado posteriormente en una clínica psiquiátrica durante una temporada. En 1941 compró la casa de la calle Le Sueur, ya con la intención de perpetrar los horribles crímenes por los que se le acusaría más tarde.
Después del interrogatorio, el médico desapareció y la policía empezó a sospechar. Registraron a fondo la casa y encontraron más cuerpos, algunos identificables, además de venenos varios, heroína y morfina en cantidades 50 veces superior a las que debería poseer un médico normalmente.
El sótano estaba insonorizado, con grilletes clavados en la pared y un sistema de drenaje para la sangre apareció debajo del suelo de la estancia.
En noviembre de 1944 fue capturado en una estación de metro de París. La policía le seguía la pista a través del diario Resistance, puesto que Petiot publicaba artículos con otro nombre, aunque fue reconocido por su caligrafía.
El juicio fue uno de los más sonados de la historia judicial francesa, por el tono jocoso e irónico del acusado y las continuas trifulcas entre la acusación y la defensa. En él se demostró que el médico asesino atraía a su consulta a judíos con el supuesto fin de ayudarles a escapar hacia América. Una vez en su casa les inyectaba un veneno mortal, con la excusa de que debían ser vacunados. Después, les robaba y finalmente quemaba sus cuerpos para no dejar rastro.
Las identificaciones de algunos cuerpos fueron esenciales, ya que los familiares de las víctimas pudieron aportar información esencial para condenar al acusado.
El asesino mintió hasta el último día, a pesar de la evidencia de los hechos. Defendía a ultranza la postura de que era agente de la resistencia y que las víctimas eran traidores y colaboradores de los nazis, mostrando con estos argumentos un total desprecio hacia las víctimas y sus familiares.
Marcel Petiot fue condenado a muerte por el asesinato de 27 personas. Sus últimas palabras antes de ser ejecutado por guillotina fueron: “Caballeros, les ruego que no miren. No va a ser bonito." Sus verdugos dijeron que cuando la cabeza del Doctor Muerte cayó en la cesta, su rostro mostraba una sonrisa.