Desde el reconocimiento y la más profunda admiración, desde el convencimiento de que la deuda que con él mantenemos será impagable, desde la humildad de la que él fue ejemplo vital. Desde la perplejidad que me producía verle con sus jerseys de cuello vuelto que yo no soporto, desde la cercanía de su barrio, de su Carabanchel -que casi era el mío-, donde la libertad sólo necesitaba coger el autobús para viajar de su casa a la cárcel.
Desde el agradecimiento por enseñarnos a conjugar el verbo resistir, Marcelino, hasta siempre.