Quereme así, piantao, piantao, piantao…” Fragmento del tango “Balada para un loco”, de Horacio Ferrer y Astor Piazzolla Fernando Llorente se retiró del entrenamiento por orden de Marcelo Bielsa. El argentino entendió que“la aportación del jugador al ejercicio que se estaba llevando a cabo no era la adecuada” y lo expulsó. En el vestuario discutieron y sentaron posiciones; ambos comprendieron el fastidio del otro y la cuestión acabó ahí. De tal manera, que al día siguiente Bielsa convocó al delantero para el partido en Praga. Con absoluta seguridad, no estaría escribiendo este artículo de no ser porque esa circunstancia fue capturada por cámaras y periodistas presentes en Lezama. Convengamos, a fin de cuentas, que sólo se trató de un intercambio de opiniones en la vorágine de una práctica de fútbol; modales más, cortesías menos, nada que no suceda en cualquier ámbito laboral. En 1999, el músico Andrés Calamaro editó un álbum al que bautizó “Honestidad Brutal”. Me cuesta encontrar una adjetivación más a medida que el nombre de aquel disco para describir parte de la personalidad de Bielsa. En muchas veces esa frontalidad exagerada, esa necesidad imperiosa de poner en palabras precisas lo que piensa lo que le ha traído más de un inconveniente. En el fútbol abundan las frases hechas, los conceptos huecos y las respuestas evasivas; por eso, que haya un entrenador que dice lo que piensa, sin que le importe dónde, cuándo y ante quién, me parece inabarcablemente valorable. Pero a algunos no le causa tanta simpatía. Por lo menos, en la primera impresión. Cuando el Loco asumió la dirección técnica de Vélez Sarsfield, su segundo club en la Argentina, enseguida se encontró con los jugadores en su contra. Los ejercicios físicos prolongados, la reiteración de cada jugada hasta el agotamiento y la forma de reprocharles las equivocaciones, con respeto pero con énfasis, no cayeron bien en un plantel que, además, venía con la autoestima muy alta producto de varias consagraciones de la mano de Carlos Bianchi. Fue José Luis Chilavert, el arquero, capitán y líder del grupo el que se levantó intempestivamente en una de las charlas técnicas y se retiró, ante las miradas fascinadas de sus compañeros y atónita de Bielsa. En el primer campeonato los resultados no fueron los esperados ni los que los hinchas estaban acostumbrados a gozar. Terminaron en la cuarta posición, pero, lo que era peor: el clima interno en el plantel seguía siendo desfavorable para el DT. Pero en el segundo año, todo fue bien distinto. En un viaje en avión que realizaba el equipo, Marcelo no encontraba ningún asiento libre y el único disponible era uno que estaba al lado del de Chilavert. “Permiso”, le dijo y se sentó. El viaje sufrió interminables turbulencias. En el medio de una de ellas, y con una angustiosa expresión, el entrenador le dijo al arquero: “José Luis, ¿le puedo hacer una pregunta?”, “Sí”, contestó él, “¿Usted es feliz?” le lanzó el Loco. Al arquero lo sorprendió el interrogante y sonrió. A partir de ahí iniciaron una conversación que modificaría la relación entre ambos. Y la del rosarino con el plantel. Tanto fue así, que Chilavert y otros referentes de aquel equipo, como Fernando Pandolfi y José Oscar Flores, reconocen a Bielsa como uno de los mejores entrenadores que han tenido a lo largo de sus carreras. Ah, me olvidaba: ese año, Vélez ganó el campeonato argentino de punta a punta, con un juego que deslumbró a propios y extraños Al poco tiempo de su paso por aquel club, lo convocaron para comandarla Selección Argentina. Cuando asumió, Bielsa presentó a sus dirigidos las mismas condiciones de trabajo que él venía ofreciendo y que tantos resultados le habían dado. Los jugadores miraban de costado y con recelo cuando los ejercicios se repetían una y otra vez y las jornadas se extendían más de lo que acostumbraban. Pero el trato que Bielsa les daba, a todos por igual y con un respeto inusitado, la frontalidad con la que se dirigía y les hablaba y lo que les enseñaba con cada indicación fueron algunos de los factores que empezaron a modificar esa visión susceptible que los jugadores tenían. Hubo un hecho que marcó para siempre su relación con el plantel. Finalizada la Copa América de 1999, en Paraguay, la delegación nacional estaba en el aeropuerto pronta a subirse al avión para retornar al país, cuando a Bielsa lo llaman por teléfono. Le comentan que un jugador, José Luis Calderón, había declarado a los medios que no entendía por qué el DT lo había convocado si no le dio siquiera un minuto de juego y que su presencia allí había estado de más. Enfurecido, el Loco lo encaró delante de todo el plantel: “¿Cómo pudiste decir que acá viniste de sobra? No te mereces haber venido”. El delantero le respondió que era cierto, que para qué carajo lo había llevado. “Sos una basura por decir eso”, le espetó Marcelo. La situación fue, como los diálogos lo indican, tensa. El plantel, que presenció la discusión, entendía que el reclamo de su compañero no era justo y que no los representaba. Tácitamente, habían tomado posición en la disputa. Ahí terminaron de comprender que contaban con un entrenador que pondría al compañerismo como uno de los máximos valores a respetar. Por su parte, Calderón declaró al poco tiempo del episodio que se sentaría con gusto a tomar un café con Bielsa. Fueron pocos y aislados. Si usted, lector, realiza una sencilla investigación con las herramientas que tenga a mano, se dará cuenta que casi ningún futbolista habla mal de él. Muy por el contrario: abundan los elogios y las muestras de afecto. La pasión y el entusiasmo llevan, en determinadas ocasiones, a expresiones que la razón no toleraría. Creo que esto es un poco de lo que le pasa a Bielsa. Cuando los jugadores terminan de comprenderlo, lo respetan. Y cuando ya no lo tienen, lo extrañan.